Publicado por Chema Caballero en |
A Ntundi le acusaron de brujería. Le achacaron que era responsable de la persistente sequía que asolaba su pueblo. Desde hacía varios años, las lluvias no caían con regularidad. Los campos producían raquíticas cosechas. Los arroyos y pozos empezaban a secarse. Cada día, había que caminar más lejos para conseguir el agua.
Las quejas de las mujeres. Los lamentos de los padres de familia que veían cómo sus hijos no se saciaban con la comida. La resignación de los campesinos que, tras meses de duro trabajo, obtenían casi nada. O de los ganaderos, que no encontraban pastos suficientes para sus ganados. Todo ello se amalgamó en un quejido continuo que obligó a los responsables del pueblo a buscar una solución. El jefe convocó al consejo de ancianos. Tras largas deliberaciones, decidieron llamar a un famoso vidente. Enviaron una delegación para invitarle a visitar el pueblo.
Un par de semanas más tarde, el nigromante llegó cargado con sus artificios adivinatorios. El jefe lo recibió en su casa. Allí se alojó. Los dos pasaban largas horas hablando a la sombra del gran mango que crecía en el centro de la concesión. Un par de días más tarde, el forastero comunicó que estaba listo para comenzar sus adivinaciones. El anuncio reunió a gran cantidad de personas en el centro del pueblo.
El hombre sacó sus artilugios. Los dispuso. Comenzó a cantar y bailar. Entró en trance. Ya no era él quien hablaba o bailaba. Era el espíritu que le había poseído. Así lo creían los aldeanos. De repente, comenzó a dar saltos y emprender cortas carreras que le hacían detenerse ante las puertas de las distintas casas. Allí gritaba palabras incomprensibles para los presentes. Volvía al centro del pueblo. Y así durante una hora o más. Finalmente, se paró ante la casa de Ntundi. Una construcción nueva de cemento. Muy distinta a las de sus vecinos. El chamán cayó a tierra. Empezó a convulsionar. Estaba claro. Los espíritus habían dictado veredicto. Ntundi era brujo y era el responsable de aquella sequía.
El anciano y su mujer no tuvieron derecho a réplica. Fueron desterrados del pueblo inmediatamente. Sin poder llevarse nada de sus pertenencias. Su casa fue incendiada y sus campos confiscados. Parece que el jefe del poblado se ha quedado con ellos.
Ntundi y su mujer residen ahora en Nairobi, en casa de su hijo mayor. Es médico. El segundo, abogado. La pequeña trabaja en una gran compañía. Son los únicos jóvenes del pueblo que han estudiado en la universidad. Tienen buenos empleos. Ellos construyeron la casa de sus padres, que se negaban a abandonar la aldea donde habían vivido toda su vida. Les enviaban provisiones y dinero, así no tenían que trabajar los campos y cuidar del ganado. «Son cosas que desatan la envidia de los vecinos. En su ignorancia, buscaban un culpable. Lo encontraron en aquel que vivía un poco mejor que el resto. Su único delito: sacrificarse toda su vida para darnos educación», comenta el hijo.