«Estar y caminar con Jesús da sentido a mi existencia»

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P. Tomás Herreros, mccj



Como sabéis bien, nuestro objetivo a través de estas páginas es animaros a descubrir la belleza de la Misión y que os interroguéis sobre la posibilidad de apostar toda vuestra vida a esta carta, igual que hizo el misionero comboniano P. Tomás Herreros. Aunque nació en Autol (La Rioja), la dilatada vida misionera del P. Tomás le ha llevado a Kenia, Sudáfrica, Perú y España, convirtiéndolo en ciudadano del mundo o, mejor dicho, en hermano universal. Su enorme facilidad para aprender las lenguas le ha abierto muchos caminos. Pero mucho antes de todo eso, Tomás fue un joven como cualquiera de vosotros que dedicó tiempo para reflexionar y discernir antes de decidirse por seguir a Jesús como misionero comboniano. De ello nos habla en esta entrevista, pero también de su encuentro con el pueblo pokot, al que lleva en su ­corazón.



¿Cómo te presentarías?

En cada entorno cultural en el que he estado he recibido algún nombre ­distintivo, algo que nos ocurre a los misioneros con frecuencia. Para mi familia soy Tomás, y en los documentos añadimos Herreros ­Baroja. Dejamos otros apodos para cada contexto. Por todas partes me gusta decir que soy de La Rioja, así me entero si hay algún entendido en vinos que pueda invitarme a uno. También lo digo así porque en mi familia éramos campesinos y gracias al trabajo en el campo pudimos estudiar y, en mi caso, pude llegar a ser misionero comboniano.

Háblanos de tu vocación.

Mi vocación al servicio del Señor se remonta a la tierna infancia cuando ya de monaguillo, con siete años, dije que quería ser cura. Aunque aquella era una opción entre otros muchos sueños, con los años se cumplió. El paso definitivo en el discernimiento de mi vocación misionera lo di cuando terminé el COU, a los 18 años. En mi familia siempre habían aprobado mis opciones, así que cuando les dije que quería probar cómo era el noviciado comboniano, donde estaban mis amigos de estudios, me dejaron ir a visitarlos. En aquella breve visita de dos semanas no comprendí mucho qué era aquello, pero le dije a mi padre que bien podía dedicar seis meses de mi vida para decidir si seguía en el camino del sacerdocio misionero o me iba a la universidad. 

¿Qué conocimiento tenías entonces de los Misioneros Combonianos?

Conocía bastante bien la realidad de sus misiones en los continentes africano y latinoamericano, y me llamaba la atención la vida sencilla y cercana a la gente de los buenos sacerdotes con los que había tenido contacto. Como entonces en España había abundancia de sacerdotes, pensé que sería de mayor utilidad fuera del país. Me daba igual que fuese dentro de una estructura de vida consagrada o fuera de ella. Sin embargo, no acababa de decidirme, por lo que retrasé un poco la profesión de votos, hasta que comprendí que la estructura de una congregación, aunque no era lo principal, podía ayudarme a cumplir la voluntad de Dios. El asunto más importante era «colaborar con el Señor para que pueblos que desconocían a Jesús, el Dios que Él mostraba y su voluntad de paz, justicia y amor, pudieran encontrarlo». En la confusión propia de un discernimiento recuerdo las palabras que aparecen en la vocación de Isaías: «¿Quién irá por mí? ¿A quién enviaré?». Mi respuesta fue espontánea: «Aquí estoy Señor, cuenta conmigo». Si me había embarcado hasta llegar al noviciado, si ya estaba subido al buque, lo más lógico era zarpar en vez de regresar al muelle. Así terminaron mis tres años de pesquisas intelectuales y afectivas.


Un grupo de mujeres pokot. Fotografía: P. Antonio Guirao


¿Qué dificultades experimentaste para seguir tu vocación?

En 1980 fuimos bastantes los españoles que recibimos la ordenación sacerdotal. Entre ellos, yo estuve entre los pocos afortunados que partieron a misiones extranjeras a los dos meses de la ordenación y un mes después de cumplir 25 años. Era la edad ideal para conocer otras culturas y lenguas. Me enviaron a Kenia, entre el pueblo pokot, por lo que al español, inglés y francés tuve que añadir el suajili y el pokot. Mi primera misión fue Kacheliba, un lugar al que he regresado recientemente para celebrar con ellos el 50 aniversario de la llegada del Evangelio a los pokot de manos de los Misioneros Combonianos. Se ve que las expectativas que mis compañeros tenían conmigo eran altas, pero a mí me parecía que no daba la talla, por lo que recuerdo un sentimiento parecido a «si lo sé no vengo». Pasó el primer año y me acostumbré a las dificultades del lugar: las sequías, el poco interés de los adultos por el Evangelio, la inseguridad por culpa de los jóvenes guerreros de entonces, las peculiaridades de los policías que molestaban o de los maestros que no enseñaban lo suficiente, la hambruna de 1984… Esos fueron los problemas más relevantes, pero eran parte del trabajo que el Señor me daba para que me ganara el pan de cada día. 

¿Hubo también alegrías?

En ese trabajo disfrutaba cuando tenía catequesis con los adultos o traducía la Palabra de Dios para las celebraciones dominicales… Realizaba ese trabajo en la residencia de la misión, pero para compartir esos materiales tenía muchas horas de camino y días durmiendo a la intemperie, incluso cuando llovía. Pero si la gente aguantaba esas inclemencias, yo no iba a ser menos.


Un grupo de jóvenes y el P. Tomás Herreros en las montañas de Korkow (Kenia). Fotografía: Archivo personal del P. Tomás Herreros


¿Cuánto tiempo estuviste con los pokot?

Después de nueve años en misión de frontera, me destinaron a la pastoral juvenil y vocacional en Kenia, a la formación de jóvenes seminaristas, algo muy distinto a lo que había hecho hasta entonces. Gracias a Dios pude combinarlo con un trabajo pastoral entre los masáis alrededor de Narobi y seguí preparando material escrito para los pokot. Regresé con ellos después de 15 años, pues me entretuvieron entre España y Sudáfrica. Para entonces, las cosas habían cambiado: las mujeres venían a la iglesia, las jóvenes disfrutaban de los cantos religiosos, había un buen número de estudiantes que terminaban la educación secundaria, la inseguridad había disminuido, había centros médicos y habían surgido otras fuentes de ingresos para mejorar la vida diaria: agricultura, mercados, algún mineral valioso… Los desafíos del pasado seguían estando allí, pero ya había una orientación hacia el futuro. Me alegró mucho comprobar el crecimiento de las capillas, las vocaciones sacerdotales y religiosas en la diócesis o el trabajo de los maestros y profesionales locales. Todo eso no existía en el pasado, lo que no quiere decir que fuera suficiente o que satisficiera mis expectativas, pero había progresos, gracias a Dios. Todavía hoy me duelen las muertes por culpa del exceso de alcohol, o que la cultura local no logre poner en valor la dignidad de las mujeres ni considere que son iguales que los hombres.

¿Consideras que tu vida misionera ha merecido la pena?

Mi vida misionera al servicio del Señor, que me envía en su nombre, ha estado dividida en dos sectores: evangelización directa entre pueblos de frontera y apoyo en la formación de jóvenes en preparación para ser misioneros combonianos. Estos dos campos me han ayudado a madurar en mi fe cristiana porque, como discípulo de Cristo, necesito aprender siempre, aunque también enseñe lo poco que he aprendido. La vida es bonita y la familia también; el servicio desinteresado produce paz, concordia y bienestar; estar y caminar con Jesús da sentido a mi existencia y seguridad a mis pasos, sean cuales sean las condiciones. Que la vida es bella me lo enseñaron dos adolescentes que se miraban al espejo del coche; que la familia es bella me lo enseñaron unas jóvenes esposas que deseaban bendecir sus matrimonios porque convivir de acuerdo a la tradición local no era el matrimonio que Dios quería para ellas. Para mí, estar con Jesús significa no quedarme parado sino ir a su encuentro a través de los demás y compartir, además del mensaje, la amistad que yo tengo con Él.

¿Se puede ser misionero desde aquí?

Como comboniano he sido puente para llevar la colaboración de muchos católicos que, preocupados por el bienestar de los más desfavorecidos, nos entregaban sus bienes para repartirlos… Esto es parte de la evangelización integral y liberadora que Dios quiere para sus criaturas. Sin el apoyo de los creyentes, hubiera hecho bien poco. Pero sin misioneros y misioneras que sean puente, las ayudas económicas o las oraciones nunca llegan a ser efectivas por completo. El Señor nos pide que recemos para que envíe obreros a su mies…, y aunque lo hace, nunca somos suficientes. Si el Señor te invita a ti, hasta que no vayas se te echará en falta, y aquellos que habrían sido los destinatarios con los que compartir tu vida cristiana y humana nunca recibirán tu contribución. Aunque no seamos indispensables, sí somos necesarios. 

 

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