Publicado por Javier Fariñas Martín en |
El recuerdo de los primeros años de vida de Fátima Djarra pasa como un párrafo leído con rapidez. Es un texto corrido que transcurre en Guinea-Bissau, donde nació en 1968, en el seno de una familia humilde.
Pero llegó un día cualquiera cuando Djarra tenía cuatro años. «Me puse muy contenta cuando mi madrastra nos dijo a mi hermana mayor y a mí que iba a ser un día muy grande para nosotras. Íbamos a comer frijoles a casa de mi abuela […]. No teníamos miedo porque estábamos rodeadas de familia, y en estas ceremonias la gente canta, baila y te trae ropa nueva», recordaba en una entrevista en El País.
En aquel contexto, festivo y familiar, sufrieron la mutilación genital femenina (MGF). Se unieron a las cerca de 140 millones de mujeres en el mundo que han padecido esta práctica que tiene graves consecuencias para la salud, desde dolores permanentes, incapacidad para mantener relaciones sexuales, problemas graves durante el parto hasta la muerte. Pero a Fátima no le preguntaron. «Todas las mujeres de mi familia […] están mutiladas, todas», dijo al mismo diario.
La vida continuó. A los siete años era la encargada de ir a por agua, de cuidar a sus cuatro hermanas pequeñas y a su hermano. Aprendió a leer en casa de una vecina porque su padre no concebía que lo hiciera. Jugó al fútbol. Estudió Ingeniería Civil en Cuba. Y llegó a Europa, una sociedad «enferma de individualismo», pero «que me ha dado mucho», manifestó al diario El Salto. En España, donde vive, ha desarrollado una insistente pedagogía contra la MGF: algunos estudios apuntan que aquí unas 17 000 menores están en riesgo de ser mutiladas.
Además de a ella misma, esta práctica ha tocado a personas muy cercanas. Débora, la mayor de sus dos sobrinas, de las que tuvo que hacerse cargo tras el fallecimiento de su hermana, la sufrió. «Hablé con mis familiares para que entendieran que esa costumbre no es válida ya», recordaba en El País. Su trabajo, junto al de otras muchas activistas en este campo, ha logrado avances. «Ahora hay leyes contra la ablación en muchos países, y poco a poco hay más mujeres empoderadas en África que se rebelan ante la violencia contra sus cuerpos», dijo en El Salto. Pero su compromiso no se quedó ahí. Pensó que su testimonio debía alcanzar a más gente. Y decidió plasmarlo en un libro. Así nació, en 2015, Indomable. De la mutilación a la vida. En declaraciones a Desalambre, reconoció que no fue fácil dar el paso por el impacto que la publicación tendría en su familia. «Les afecta cada vez que levanto la voz, pero eso nunca me ha impedido seguir con mi lucha». Su compromiso contra la MGF ha torcido el gesto de mucha gente en su país y en España. Los desprecios en redes sociales se han multiplicado en estos años, pero su familia, su gente, comprendió que ese era su camino: «Algunos me dijeron “ya eres adulta, haz lo que quieras”». Fátima estaba convencida desde el principio de que tenía que hacerlo para evitar que otras sufran lo mismo que ella. «He perdonado a las mujeres de mi familia. Ellas también son víctimas», dijo Djarra, que en 2024 fue galardonada con uno de los Premios Desalambre por su defensa de los derechos humanos.
Ilustración: Tina Ramos Ekongo