Publicado por Gonzalo Gómez en |
Compartir la entrada "«Hago pequeña la realidad para poder entenderla»"
La escribí a raíz de la revolución egipcia del 25 de enero [de 2011]. Entonces tendría 32 o 33 años y, como muchos otros jóvenes, tenía muchas esperanzas que poco a poco se fueron desvaneciendo. Nos dábamos cuenta de que no íbamos a conseguir lo que reivindicábamos. Además, yo vivo en el centro, muy cerca de la plaza Tahrir. Allí murieron muchos jóvenes. Tenía la sensación de que el mundo, y en particular El Cairo, se estaba convirtiendo en una ciudad podrida, un lugar feo. Me sentía muy agobiado. De ahí surgió la idea de una novela distópica sobre una ciudad destruida. Junto a la represión del Ejército, asistíamos a la ascensión de los grupos islamistas. El conflicto se había convertido en algo entre dos bandos: militares y hermanos musulmanes. Yo estaba en una posición totalmente diferente: un bando democrático que reivindicaba un Egipto moderno. De este contexto histórico nació la novela, que también recoge muchas preguntas existenciales y filosóficas: de dónde venimos, a dónde vamos…
Suelo empezar con una imagen más que con una frase. La primera fue abstracta pero también realista porque lo que vi fue una isla y diferentes bandos en una guerra muy sangrienta, y entonces, un escultor se trasladaba con una barca pequeña con remos a la orilla de una isla nueva. Esto, por cierto, me pasó a mí de alguna forma, porque en 2014 migré a España.
Es mi forma de acercarme y ver las cosas. No veo la realidad como sale en la televisión, sino en un mundo paralelo que se convierte en una metáfora a través de la cual veo el mundo real. No decido estas cosas antes de escribir. No pienso, por ejemplo, que voy a escribir una distopía, sino que me viene así. Creo que la realidad es demasiado grande para comprenderla, así que lo que hago al escribir una novela es convertirla en algo más pequeño, como si hiciera una maqueta o un mapa, y en ese pequeño plano viven los personajes. Hago pequeña la realidad para poder entenderla. De ahí surgen distintas cosas: surrealismo, fantasía, metafísica…, o todo junto dentro de la misma novela. Pero no sé cómo funciona mi mente, solo veo imágenes que intento traducir en frases.
Siempre hay un libro más cercano al autor. Como persona y escritor, me preocupo mucho por la cultura árabe islámica y entenderla es muy complicado. Hay capas sobre capas en una historia milenaria llena de conflictos, sangre, principios y valores de muchas dinastías diferentes, invasiones, etcétera. Lo que me interesa es entender no solo la religión, sino su efecto en la vida de la gente. Para mí, por ejemplo, más que ser religiosos, tenemos un tipo de religiosidad. Si vienes a Egipto en Ramadán verás muchos adornos en la calle, todo el mundo está con el ayuno y aparenta ser muy religioso, pero la verdad es que es un fenómeno social. En mis obras me hago preguntas que tienen que ver con esta cultura, a la que critico muchas veces. En El libro del escultor hay una cuestión esencial sobre el Creador: ¿qué significa que sea todopoderoso? Quiero decir: ¿se mete en la vida de la gente y forma nuestro destino o está fuera y no afecta a la vida de las personas, que actúan libremente? Esta es una pregunta muy árabe que queda fuera del canon religioso, porque en nuestro mundo siempre se habla de que Dios organiza nuestra vida, nuestro destino y nos da la salud y la enfermedad… En la novela hay un dios que hace criaturas, el escultor, pero no tiene un control sobre ellas, sino que cada una elige su destino. Esta pregunta de la cultura árabe islámica me puede crear problemas, aunque por suerte no lo ha hecho. Me preocupan la cultura egipcia, la árabe y las preguntas contemporáneas de hoy día: ¿cómo afectan la religión y la cultura a la sociedad?, ¿cómo se forman los grupos islamistas?, ¿qué poder tienen los militares o los políticos? En el fondo de cada obra están las preguntas acerca del poder: ¿de dónde viene?, ¿quién lo ejerce? Hablo de un poder político, pero también religioso.
No estoy en contra de la religión, sino del uso que se hace de ella para controlar a la gente. Creo en la libertad, que cada cual elija su religión y su forma de vida sin que nadie tenga más poder que la ley o la constitución. En el momento en el que escribí el libro había un gran ascenso de grupos islamistas, que llegaron a ocupar el poder con Mohamed Morsi. Yo estaba atento a este conflicto entre islamistas y militares, que al final de la partida han ganado estos últimos. También me preocupa que mi sociedad cada vez es más conservadora, lo que se ve hasta en la forma de vestir. Las mujeres llevan hoy más el pañuelo que hace 40 años, se habla con un lenguaje mucho más religioso… Quiero entender este cambio y saber de dónde viene.
Creo que en el mundo árabe, y también en Europa, se está girando a la derecha. En el mundo árabe, la gente va más a lo seguro, y lo más seguro es la religión, que nos brinda todas las respuestas. Influyen muchos factores. Por ejemplo, la educación, porque las escuelas públicas son de peor calidad, pero también hay motivos para que los que interpretan el mundo lo hagan de manera más religiosa que científica o filosófica, como la influencia, desde los años 90, de los países del Golfo y Arabia Saudí. Muchos egipcios han trabajado allí y al volver lo hacen con ciertas ideas. También surgen del interior del país, con la difusión de los grupos islamistas por pueblos y aldeas. La pobreza influye mucho, porque si el Estado no ofrece un hospital y un grupo islamista sí lo hace, o los bancos islámicos conceden préstamos sin intereses, se van haciendo más influyentes. Esto comenzó con Mubarak, cuyos gobiernos eran tan corruptos que no hacían nada por los ciudadanos. Así que los grupos islamistas llevaban a cabo lo que tendría que haber hecho el Gobierno y poco a poco fueron ganándose la confianza de la gente, que empezó a imitarlos con el pañuelo, hablando todo el día del Corán y siendo más conservadores. Insisto en que no estoy en contra de que la gente haga esto y sea religiosa, pero veo la religión como algo personal. Si tú quieres orar, perfecto, pero si predicas la oración no digas que los que no lo hacen deben recibir un castigo. Eso es totalmente diferente. Si la gente ayuda en el Ramadán y está contenta, fantástico, y si otros están yendo a la discoteca, que vayan. Este es el contexto social y político que me impulsa, pero también me considero un escritor experimental y centrado en la estética. Me interesa mucho renovar la prosa árabe o la novela en general. Busco en la técnica un nuevo lenguaje.
Me interesan muchísimo la forma, la técnica, el estilo… Eso es lo que me llena, porque me cautiva escribir una novela estética y experimental en su forma. Es mi ambición literaria.
No me considero representante de nada. Cada autor se representa a sí mismo. Pero en la crítica ha surgido eso de la «nueva novela egipcia» o la «novela del nuevo milenio». Es una novela diferente a la hecha por la generación de los 60, compuesta por escritores de mucha talla. La diferencia tiene que ver con utilizar elementos fantásticos en la obra, apartar un poco la realidad para construir un mundo diferente o expresar este mediante metáforas en vez de hacerlo de una manera directa. En la prosa, la preocupación por el lenguaje es mayor. Antes, el lenguaje era solo un medio de comunicación, pero ahora existe un interés mayor en pensarlo para renovarlo. Por ejemplo, si tengo un protagonista que delira, quizá el lenguaje debe ser delirante. Si estamos contando una matanza o un desastre, el lenguaje no puede ser neutral. Pero además de esto, hay un retorno hacia el acervo árabe tradicional. Se usan, por ejemplo, elementos de Las mil y una noches o se toma uno de sus cuentos, pero trabajado de manera contemporánea. También ha resurgido la novela histórica, en este caso para cuestionarla. Se busca otra manera de narrar a través de archivos, de periódicos, etcétera. Es una forma, digamos, posmoderna que se sale de la versión oficial. Porque la verdad es relativa y el hecho de la existencia de varios puntos de vista es fundamental.
Sí. La historia con minúscula es un relato y con mayúscula la que se transmite en la escuela como verdad. Estoy en contra de esa verdad única, porque siempre hay diferentes perspectivas. Si preguntas a diez egipcios sobre la revolución del 25 de enero, te van a dar diez versiones. Si estabas con Mubarak tienes una versión, si estabas en contra tienes otra, si estabas contra Mubarak y contra la revolución tienes una diferente… Unos dicen que los revolucionarios eran unos vendidos que recibían dinero de países extranjeros, y otros que eran jóvenes libres que salieron contra la dictadura para construir un país moderno y democrático. Están también los del sofá, gente a la que le da igual todo mientras pueda ver en la tele su serie. Ellos te contarán otra cosa. Es decir, han pasado menos de 15 años y hay muchas versiones. Puede que en 2080 quede solo la versión oficial, que es la que se está enseñando a los pequeños en el colegio, y la revolución de la gente que perdió a sus familiares y hermanos porque querían un país moderno y democrático quedará como un relato oral. El poder está diciendo que fue una revolución provocada desde fuera contra un país estable y que le convenía a Israel y a EE. UU., mientras que los jóvenes eran marionetas que pretendían no se qué… Esa será la versión oficial. Por eso no hay que pensar que la verdad está en la historia que han escrito los que han triunfado. La verdad está a la orilla del río y hay que mirar lo que ha pasado hace quinientos o mil años.
Compartir la entrada "«Hago pequeña la realidad para poder entenderla»"