Kenia y Zambia como ejemplos

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El cambio climático es una realidad incontestable. Los patrones meteorológicos que estamos presenciando en todo el planeta confirman este hecho. Por desgracia, los pobres son los más afectados. 

El 19 de abril de 2024, después de 10 años trabajando en Kenia como misionero comboniano, dejé Nairobi para dirigirme a Lusaka (Zambia), mi ciudad natal, camino de Roma. Una semana antes de mi partida, se produjeron fuertes lluvias en la capital keniana que dañaron propiedades e inundaron carreteras. Incluso un tramo de la vía rápida que lleva al aeropuerto internacional parecía más un río que una autopista. 

Diez días más tarde, las lluvias torrenciales provocaron la rotura de una presa en la ciudad de Mai Mahiu, a unos 50 kilómetros al noroeste de Nairobi, que provocó la muerte de al menos 52 personas y el desplazamiento de muchas más. En Mathare, uno de los asentamientos informales más densamente poblados de Nairobi, unas inundaciones repentinas también causaron estragos. Muchas casas y pertenencias quedaron destruidas sin posibilidad de reparación.

El total de víctimas mortales causadas por estas lluvias devastadoras ascendió a 223, cerca de 50 personas han desaparecido y más de 200.000 han tenido que desplazarse. También se ha aplazado indefinidamente la apertura de las escuelas. El presidente Ruto declaró luto oficial el 10 de mayo por los muertos.

Mi llegada a Zambia me ha presentado una realidad opuesta, porque el país está sufriendo una grave sequía. La mayor parte de su territorio está inusualmente seca. Los agricultores con los que he hablado se lamentan de la falta de lluvias, que provoca la pérdida de las cosechas, lo que significa que la seguridad alimentaria está en entredicho. Los precios de los alimentos han subido, dejando a muchas familias pobres en una situación precaria. Por si fuera poco, el suministro de electricidad se ha reducido debido a la falta de agua en la principal presa de Zambia, con el consiguiente impacto en la generación de electricidad. Esto ha tenido un efecto negativo en las empresas y en el funcionamiento de los hogares.

Estos fenómenos son el resultado del calentamiento global. Lamentablemente, los más ricos y los principales contaminadores, en particular China, Estados Unidos y la UE, parecen salir impunes. Como se acordó el año pasado durante la COP 28 celebrada en Dubái (Emiratos Árabes Unidos), los principales causantes del cambio climático deben asumir la responsabilidad de hacer frente a las pérdidas y los daños causados por el mismo. Países como Kenia o Zambia son muy vulnerables. Al igual que la mayor parte de África, ya están experimentando los efectos adversos del cambio climático y cabría esperar que los principales causantes, o la misma ONU, apoyaran a estos países sin demora. 

En el momento de escribir este artículo, António Guterres, secretario general de la ONU, ha enviado un mensaje de condolencia a los gobiernos de los países de África oriental y a las familias afectadas por las inundaciones. También se ha comprometido a paliar las necesidades humanitarias sobre el terreno. Aunque esto es bien recibido, no es suficiente. Los afectados necesitan agua, saneamiento, alimentos y apoyo sanitario y psicológico, pero ¿qué hay de la prevención para evitar que vuelva a ocurrir una catástrofe como esta? ¿Cuál es la solución a largo plazo a la crisis del cambio climático?

Los países pobres no disponen de los medios necesarios para atajar eficazmente las causas del calentamiento global. Es aquí donde la ONU debería intervenir y obligar a los principales contaminadores a dejar de dañar el medio ambiente, evitando así la pérdida de vidas inocentes.


En la imagen, una joven en una zona donde las casas fueron destruidas por las inundaciones tras las lluvias torrenciales en el asentamiento informal de Mathare en Nairobi, el 25 de abril de 2024. Fotografía: Luis Tato / Getty.


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