Publicado por Gonzalo Vitón en |
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Ecofeminista y activista climática, Adenike Oladosu ha representado a la juventud nigeriana en múltiples conferencias internacionales. Participó en la COP25 en Madrid (2019) y en las cumbres que la han seguido hasta la actualidad. La nigeriana, que estudió Economía Agrícola en la Universidad Federal de Makurdi, comenzó su activismo en 2018 al observar cómo el cambio climático intensificaba los conflictos entre agricultores y pastores en su tierra natal.
Su compromiso contra la crisis climática se ha centrado en la protección del lago Chad, que ha perdido el 90 % de su tamaño desde los años 60 y cuya situación afecta a más de 40 millones de personas de hasta cuatro países. Su activismo se centra en enseñar prácticas sostenibles en comunidades locales, así como subrayar la importancia de los ecosistemas y el papel crucial de las mujeres en la lucha ambiental.
En 2019 fundó la organización I Lead Climate, una iniciativa que no solo fomenta la educación climática, sino que también busca empoderar a las mujeres. En 2024 fue incluida en la prestigiosa lista BBC 100 Women, un logro importante para ella, pues «mucha gente no sabe lo que hacemos detrás de escena. A veces ni siquiera comes porque estás trabajando, en llamadas, reuniéndote con comunidades».
Más allá del reconocimiento, que se suma al Global Climate Champions, otorgado por la organización Education Cannot Wait, lo considera un impulso para continuar: «Es un gran honor estar en esta lista increíble de mujeres que también están haciendo cosas extraordinarias. Es una llamada a la acción para seguir haciendo lo que hago y ampliar mi impacto». Oladosu continúa su misión de generar conciencia, influir en políticas ambientales y asegurar un futuro sostenible desde el trabajo de campo y su presencia en redes sociales, bajo el nombre de @an_ecofeminist.
Uno de los mayores desafíos en mi trabajo ha sido el acceso a la financiación. Los fondos deberían ser más flexibles, porque a menudo los requisitos son tan complejos que solo acceden las grandes organizaciones. Otro desafío ha sido encontrar una plataforma para amplificar mi voz. Cuando comencé, intenté escribir para distintos medios, pero no recibía respuestas y decidí crear mi propio blog, gracias al cual revistas y periódicos comenzaron a invitarme a escribir artículos de opinión.
En realidad, no sé cómo describirlos, porque todo comenzó como una simple pasión. Muchas personas me han dicho que lo que más valoran de mi trabajo es mi constancia, y quiero seguir así. Además, contar con el apoyo de mi familia ha sido fundamental. Al principio no entendían bien lo que hacía, pero con el tiempo vieron la importancia de mi trabajo y eso me ha dado fuerzas para continuar. También me motiva el respaldo de organizaciones que creen en mi labor y me invitan a compartir mis ideas. Mirando hacia atrás, veo cuánto ha crecido mi trabajo y cuántos cambios hemos logrado. Lo que más me llena de alegría es ver el impacto en las comunidades con las que trabajamos, especialmente en las mujeres.
Sí, también hay decepciones. A veces recibo rechazos, sobre todo en solicitudes de financiación. Es frustrante, porque tienes muchas ideas y planes en la mente y es duro cuando no se concretan. Algunos rechazos pueden ser realmente desalentadores.
Es crucial, porque el cambio climático impacta de manera desproporcionada a mujeres y niñas. Un ejemplo claro es el acceso al agua. En muchas regiones, las mujeres deben caminar hasta seis horas al día para recoger agua, un trabajo no remunerado que les impide recibir educación o dedicarse a actividades económicas y ambientales. Según un informe de Naciones Unidas, en África subsahariana las mujeres invierten 40 000 millones de horas al año en esta tarea, el equivalente a la fuerza laboral de toda la población trabajadora de Francia.
El aumento del matrimonio infantil. La degradación ambiental y la pérdida de medios de vida llevan a algunas familias a utilizar a sus hijas como una estrategia de supervivencia, entregándolas en matrimonio a cambio de dinero. Como resultado, muchas niñas deben abandonar la escuela, perdiendo su derecho a la educación y a decidir sobre su propio futuro. Además, las mujeres suelen enfrentar dificultades para acceder a recursos y tierras. En muchas comunidades no tienen derecho a heredar tierras, lo que les impide participar plenamente en actividades agrícolas y obtener financiación. Sin tierras, no pueden acceder a préstamos ni a los recursos necesarios para desarrollar sus cultivos. Una de las iniciativas en las que trabajamos es proporcionar herramientas, fertilizantes orgánicos y semillas a las mujeres para que puedan mejorar su producción agrícola y obtener ingresos. Al integrar su conocimiento tradicional con estos recursos, muchas han logrado mejorar su situación económica, enviar a sus hijos a la escuela y convertirse en agentes de cambio en sus comunidades.
Cuando inicié en Nigeria el movimiento Fridays for Future, muchos jóvenes se dieron cuenta de que podían involucrarse en esta causa y aportar soluciones a sus comunidades. Los jóvenes están creando iniciativas y buscando soluciones innovadoras, convirtiéndose en técnicos en energía solar, analistas de datos, ambientalistas o especialistas en agricultura sostenible, explorando formas inteligentes de reducir el uso de agua en la agricultura o colaborando con organizaciones internacionales para obtener fondos que les permitan desarrollar proyectos climáticos en sus comunidades. Incluso los músicos pueden generar conciencia a través de sus canciones. Imagina el impacto si artistas influyentes como Davido lanzaran una canción sobre la injusticia climática. La juventud africana no tiene límites para actuar contra la crisis climática
Tiene un impacto directo. A menudo se piensa que el crecimiento económico solo es posible a través de la explotación de más recursos naturales, pero la extracción de combustibles fósiles genera pérdidas significativas debido a los desastres ambientales que causa. Por ejemplo, en Nigeria, las inundaciones nos cuestan millones de dólares cada año y afectan a la agricultura cada temporada, como ha pasado en España hace poco. Muchos agricultores trabajan duro en sus tierras, pero cuando sus cultivos son destruidos por desastres climáticos, su esfuerzo se vuelve invisible y termina traduciéndose en pobreza. No es que la gente no quiera trabajar, es que factores ambientales están minando sus oportunidades económicas. El coste de actuar ahora es mucho menor que el coste de no hacer nada. No podemos esperar hasta 2050 o 2080 para lograr la neutralidad de carbono. Retrasar la acción climática es una forma encubierta de negar el problema y trasladar la responsabilidad a futuras generaciones que no contribuyeron a la crisis. Necesitamos dejar de priorizar el beneficio a corto plazo de la explotación de recursos y centrarnos en soluciones sostenibles que fortalezcan nuestras economías y protejan a nuestras comunidades. También hay un aspecto no económico en esta crisis: la pérdida de vidas y de culturas enteras. Ya estamos viendo cómo el aumento del nivel del mar amenaza sitios con un gran patrimonio cultural en África, desplazando comunidades y, con ellas, su identidad y su historia.
Las redes sociales tienen un enorme poder en la lucha contra el cambio climático. Yo las utilizo para hacer un llamamiento a la acción, aumentar la concienciación, presionar para que se tomen más medidas políticas y para que los jóvenes se unan al movimiento. Por ejemplo, he creado la plataforma womenandcrisis.com, donde he publicado más de cien artículos sobre la crisis climática y sus impactos en comunidades vulnerables y, en especial, en las mujeres del mundo rural, o mi canal de YouTube.
De muchas maneras. Compartir su trabajo en redes sociales ya es una forma de amplificar sus voces y ayudar a que más personas conozcan la realidad que afrontamos. También está la cuestión de la financiación, que es fundamental para llegar a más comunidades y fortalecer los proyectos que buscan soluciones en el terreno. Pero, además de eso, hace falta una verdadera voluntad política. Necesitamos más presión sobre los Gobiernos para que actúen con urgencia y dejen de postergar decisiones clave. También es fundamental la solidaridad global. La lucha climática no es solo un problema del sur global, sino de todos. Los países que menos han contribuido a la crisis son los que más están sufriendo, así que quienes tienen más recursos deben asumir su responsabilidad y contribuir.
Establecería un mecanismo de sanciones económicas para los países que no cumplan con sus compromisos climáticos. Uno de los mayores problemas de acuerdos como el de París es que no tienen consecuencias reales para quienes no cumplen. Esto hace que los compromisos sean percibidos como voluntarios. Por eso, propondría una política de multas obligatorias para los países que no cumplan con sus compromisos. Si uno promete destinar 100 000 millones de dólares a la financiación climática y no lo hace, tendría que pagar una multa aún mayor, al estilo de un préstamo bancario. Esto garantizaría un nivel de responsabilidad y compromiso real, porque los Gobiernos sabrían que no cumplir con sus promesas les costará caro. Las políticas climáticas no pueden seguir siendo opcionales porque no marcan la diferencia.
¡Vaya! Esa es una gran pregunta. Si me hubieran preguntado por el momento en el que estaría hoy, no creo que hubiera podido predecirlo. A veces decimos algo, pero no sabemos exactamente cómo será eso, ¿verdad? Si pienso en los próximos diez años, me imagino liderando una gran organización o siendo una figura influyente en el movimiento climático. Quiero estar en una posición donde pueda crear políticas que todos los países deban seguir. Tal vez incluso llegar a ser la secretaria general de las Naciones Unidas, ¿por qué no? En una posición de poder donde pueda generar más cambios reales en la sociedad.
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