Publicado por Zoé Musaka en |
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Hace tres años, los Misioneros Combonianos abrimos en Granada un escolasticado internacional para jóvenes combonianos de todo el mundo. Es una comunidad de formación multicultural integrada por 15 misioneros de diez nacionalidades.
Este mes compartimos con vosotros el testimonio vocacional de tres de ellos: Tran Minh Thong, de Vietnam; Emmanuel Alejandro Mejía Sánchez, de México; y Justin Assey Yao, de Benín. Los tres han sido seducidos por el Señor para vivir su vida como sacerdotes misioneros y ahora tienen un mensaje para vosotros, jóvenes en búsqueda. Diga lo que diga nuestra sociedad, la vida misionera sigue siendo una opción extraordinaria y maravillosa. Ojalá el ejemplo de Alejandro, Tran Minh y Justin os motive a algunos de vosotros, queridos lectores, para que os planteéis esa posibilidad. Dios no defrauda jamás.
«Señor, me has seducido y, a partir de ahora, te vas a encargar de mi vida. Te la entrego porque he intentado hacer mi propio camino, pero ha sido imposible». Así le dije a Jesús después de una crisis, cuando me sentía roto por dentro.
Me llamo Tran Minh Thong, aunque mi nombre de bautismo es Peter. Nací en Vietnam el día de Todos los Santos de 1993. Fui el último de seis hermanos y en mi familia me recibieron con mucho amor. Mi infancia ha sido maravillosa. Como todas las familias, la mía también tenía heridas, y en el contexto cultural vietnamita, al ser el más pequeño, no tuve voz ni podía opinar sobre las decisiones que tomaba mi familia.
Cuando empecé Secundaria, mis amigos y yo nos hicimos adictos al juego. Gastaba el dinero, desperdiciaba el tiempo, descuidaba mi salud y me fui perdiendo en el mundo virtual. Durante esos años no me importaba mi futuro, solo pensaba en jugar y en estar en Internet. Mi vida no tenía sentido ni motivación.
No obstante, sentía una extraña energía, como una voz que susurraba en mi interior. Comencé a participar en el Movimiento Provida, que defiende la vida desde el seno materno, y también en el movimiento carismático. Por primera vez experimenté que Dios está vivo y cerca de mí. Un día, rezando en un rincón de mi habitación, le dije: «Quiero ofrecer mi vida para la Misión en África».
No por casualidad me encontré con un misionero comboniano, y al leer los testimonios misioneros que me enviaba, mi amor por la Misión se incrementó. Al final, ingresé en la comunidad de los misioneros combonianos de Saigón (Vietnam), donde empezó mi segunda vida. Fue como encontrar un chaleco salvavidas en un mar turbulento. Tenía sed de una vida ordenada, sana y con valores, porque era consciente de que había tirado mucho tiempo por la ventana y de que tenía que recuperar lo perdido.
Después de varios años de formación en Filipinas hice mi primera profesión religiosa y consagré mi vida al Señor para la Misión. Llegué a España hace cuatro meses, después de ser destinado a la comunidad de Granada para continuar con mi formación. Aquí estoy disfrutando del país, de su historia, su clima, su comida y, sobre todo, de su gente. El primer desafío que tengo que superar es el idioma, porque, como se dice por aquí, el español «me suena a chino». Otro desafío es vivir en una comunidad internacional y muy rica, pero en la que a veces me encuentro perdido porque soy el único asiático. Sé que forma parte de la vida misionera y que, al final, saldré ganando.
Vivimos en un mundo que rechaza la presencia de Dios, pero donde todavía hay gente que lo busca. Creo que el Espíritu Santo trabaja constantemente en el mundo y en la Iglesia. A ti, joven, te diría que el Señor está siempre contigo, te escucha y no estás caminando solo.
Soy Alejandro, tengo 31 años y soy originario de Magdalena, en el estado mexicano de Jalisco. Conozco a los Combonianos desde siempre porque todos los meses hacen animación misionera en mi parroquia, sobre todo acompañando a las llamadas Damas Combonianas. A pesar de la avanzada edad de la mayoría de ellas, siguen apoyando y dando lo mejor de sí en favor de los combonianos y de las misiones. Mi madre no pertenecía a este grupo, pero siempre colaboró con las campañas anuales de los combonianos. Después de su fallecimiento, hace ya 21 años, mi familia ha mantenido ese compromiso.
La coordinadora de las Damas Combonianas, María de Jesús Altamiro, ha sido una persona clave en mi decisión de entrar en el instituto comboniano. En 2014 ingresé en el seminario diocesano de Guadalajara, pero salí al año siguiente. De regreso a casa, mi párroco me pidió que le ayudara unas semanas como sacristán mientras encontraba a otra persona, pero lo que iban a ser unos pocos días se convirtieron en cuatro años.
Cada vez que me veía en la parroquia, María de Jesús me hacía una pregunta que me incomodaba: «¿Te vas a pasar la vida limpiando el templo?». Un día me dijo: «El viernes próximo viene el comboniano. Si quieres, habla con él». A pesar de que le respondí que no quería saber nada de seminarios ni de esas cuestiones, hablé con el misionero, que me dio la biografía de san Daniel Comboni. La leí, me impresionó su tenacidad, y el 18 de agosto de 2018 inicié mi formación comboniana. El 13 de mayo de 2023 hice mis primeros votos y fui destinado a Granada para estudiar Teología. Llegué a España el pasado 5 de octubre, cuando ya había comenzado el curso en la Facultad de Teología de Granada, así que solo pude deshacer las maletas y comencé las clases. La primera semana conocí mi lugar de apostolado en la Asociación Calor y Café, donde se ayuda a personas migrantes en situación irregular.
Después de todo el camino recorrido, mezcla de penas y alegrías, desvelos y madrugadas, lágrimas y sonrisas, puedo decir que la vida misionera vale la pena. Me gustaría decirles a los jóvenes que se animen a conocer las «rarezas» de la vocación. La vida religiosa es similar a cuando te gusta una chica o un chico: comienzas con un coqueteo, después llega el noviazgo y vas conociendo a la otra persona hasta tomar una decisión. Por eso animaría a los jóvenes a coquetear con la vida religiosa para conocerla. No se pierde nada, y quizás puedes ganar una gran amiga. Como decimos en México, «el que invita paga». Y si Dios invita, Él pondrá los medios. Será un gusto verte un día por nuestra casa y darte la bienvenida a la gran Familia Comboniana.
Mi nombre es Justin. Nací en 1997 en Grand-Popo (Benín). Soy el cuarto de una familia de cinco hijos que hemos crecido en un ambiente familiar sencillo, creyente y pacífico. Siendo niño dejé mi pueblo para ir con mi tía a Gonzagueville, en Costa de Marfil. Allí completé mis estudios de Primaria. En 2009 recibí el bautismo y la primera comunión. Ese mismo año regresé a mi país, a Cotonú, para continuar con la Secundaria.
Mi vocación misionera nació en el contexto ordinario de mi vida. Al final del quinto año de catequesis de confirmación, nuestro catequista nos preguntó cómo íbamos a servir a la Iglesia después de recibir el sacramento. La pregunta despertó la llama del Señor en mí. Más tarde me uní al grupo de monaguillos de mi parroquia, que fortaleció mi vida de fe y mi vocación, y cuando tuve ocasión de conocer la vida misionera de Comboni me sentí abrumado por su celo misionero, su amor a Cristo y su carisma para evangelizar África a pesar de las dificultades y la precariedad de medios. Decidí ser misionero comboniano el día que se ordenó en mi parroquia el comboniano P. Leopoldo Adanle. Me puse en contacto con el promotor vocacional, el P. Canisius Metin, e ingresé en el postulantado en 2016.
En esta primera etapa formativa no faltaron las dificultades, que resolvía mediante la oración, los consejos de los formadores y el apoyo de mis hermanos de comunidad. El 8 de mayo de 2021 hice mi primera profesión religiosa y desde hace tres años estoy en Granada.
Como misioneros estamos llamados a estudiar, observar, dialogar y comprender la cultura y el modus vivendi del lugar en el que nos encontramos para integrarnos mejor y anunciar a Cristo. Estoy asombrado por la devoción y la fe con que los españoles, y en particular los andaluces de Granada, valoran sus culturas y testimonian su fe en procesiones y manifestaciones religiosas durante Semana Santa, Corpus Christi, el Día de la Cruz, la Virgen de las Angustias o la fiesta de san Cecilio. Más allá del folclore, estas manifestaciones son para algunos cristianos momentos fuertes para dar gracias a Dios por un don obtenido durante el año o para renovar, a su manera, su amor y su fe por Cristo, por Dios o su devoción a la Virgen. Estos momentos también me ayudan personalmente para cuestionar mi fe y mi amor por Cristo.
En un mundo donde el mensaje de la cruz y el espíritu de sacrificio propuesto por Jesús parece oponerse a la búsqueda del bienestar individual y la comodidad material, hay que testimoniar a Cristo, por eso vale la pena ser misionero hoy.
A los jóvenes quisiera decirles que confíen en Dios y se arriesguen sin miedo por amor al Hijo de Dios. Tú y yo estamos llamados a participar en la misión redentora de Cristo. La vocación no se da toda de golpe, ni avanza sobre raíles. Toda la vida hay que seguir buscando la voluntad de Dios, cuyo amor por nosotros es permanente, incluso en medio de nuestro desierto y nuestra humanidad vulnerable.
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