Magda Mandje: «Mi objetivo principal es que los niños aprendan a quererse»

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Magda Mandje, ilustradora


«Nací en Guinea Ecuatorial y vivo en España desde los cuatro años. Soy ilustradora y también doy clases de Bellas Artes en dos colegios. Estoy realizando un máster de Educación Primaria para compaginar el mundo de la ilustración con el de la enseñanza. Soy autora del álbum ilustrado Ser negro es hermoso».


¿Cuándo comenzó tu pasión por el arte?

Soy muy cinéfila desde pequeña y el cine ha sido siempre un pilar fundamental en mi vida. Creo que la primera película que vi fue El barrendero, de Cantinflas. Tengo entendido que en Guinea Ecuatorial es un icono. A partir de ahí, ya en España, me encantaba ver todas las películas de Disney, Harry Potter, El viaje de Chihiro, El señor de los anillos, las de Pixar… Para mí el cine era como un refugio, una evasión. Y luego pintaba lo que veía en las películas. Me inventaba la continuación de las historias y las dibujaba. Recuerdo que en el colegio de monjas al que fui, en Plástica teníamos que dibujar cosas acordes con lo que estábamos dando, con la familia o con un viaje que hubiéramos hecho. Yo me ponía a dibujar orcos, batallas, partidos de quidditch, a Harry con la varita… 



¿Y qué te decían?

«¡Cuánta imaginación tiene esta niña!». Nunca me dijeron que eso no lo podía dibujar. Yo dibujaba lo que quería, y lo sigo haciendo.



Dices que para ti eran un refugio, una evasión.

Sí. Necesitaba escapar un poco de mi situación familiar y del bullying que sufría en el colegio. La pintura y las películas me servían para escapar y olvidarme de la realidad del día a día. Me sentía protegida en ese mundo que me acogía.



Estudiaste Bellas Artes y escogiste como tema para tu trabajo de fin de grado (TFG) la influencia del arte africano en Occidente. ¿Cómo empiezas a interesarte por este tema?

En Bellas Artes, cuando damos Historia del Arte solo estudiamos a pintores, escultores y otros artistas blancos. Las únicas personas no blancas son Basquiat –porque se habla de Warhol– y Frida Kahlo, que parece que es la única mujer artista en este mundo. Me parecía muy raro, me faltaba algo. Cuando empecé a documentarme para el TFG se lo expuse a mi tutora y me dio la razón. Me puse a investigar y descubrí que había un montón de artistas no blancos y que la mayoría del arte de vanguardia europeo que conocemos –Picasso, Matisse…– bebe mucho del arte africano. 

Magda Mandje en el estudio de Mundo Negro. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



¿Qué artistas no blancos te han impactado más?

Con el TFG conocí a Kehinde Wiley, el artista afroamericano que hizo el retrato oficial de Obama, en el que sale sentado en una silla con el fondo recubierto de flores. Cuando ves el cuadro, no pensarías que es el retrato oficial de la Casa Blanca. Es increíble. Lo que hace este artista es poner a la gente afro como estamos acostumbrados a ver a gente burguesa en los cuadros. ¿Ves el Conde Duque de Olivares montando a caballo, obra de Velázquez? Pues él coge a un chico pandillero del Bronx y te lo pone así, con esos trajes, con el caballo, vestido como Luis XVI… Personas normales y corrientes que no te imaginas que puedan estar representadas de esa forma. Lo que hace es llevar a personas afro a espacios en los que jamás pensaríamos que podrían estar. Además, me encantan las flores y el noventa por ciento de su obra está llena de flores y juega con esa dualidad entre el rol que se exige a los hombres negros de dureza, fortaleza… y la delicadeza de las flores, los ropajes o la seda. Rompe con los estereotipos que se tienen de las personas afro. Lynette Yiadom-Boakye igual. En 2013, fue finalista del Turner, el premio top para los artistas, que no suele recaer en personas racializadas. Fue un acontecimiento en el mundo del arte porque era la primera vez que una persona racializada era finalista. Sus cuadros, protagonizados por personas negras, me encantan. Te atrapa la forma en que las retrata, el color, las miradas… Sus obras son hipnóticas. Estos artistas me inspiran. Yo también quiero poner a la gente afro en el centro de mis obras, lo tengo clarísimo. 



La mayoría de tus cuadros son retratos en los que destaca la belleza. Entiendo que es muy importante para ti mostrarla.

Retrato a través de mis ojos y debe de ser que veo a todo el mundo guapo, ¡qué le voy a hacer! (ríe). Tiendo a ver la belleza en todo lo que me rodea. Incluso yo sí veo hermosas a personas que no se sienten así y puedo sacar la belleza que dicen que no tienen. Encuentro belleza en una cicatriz, en unas pecas. Lo que tienes irradia una belleza de por sí que soy capaz de plasmar en la obra para transmitírselo a los espectadores. Hay belleza en cualquier cosa si sabes buscarla. 



Como Kehinde Wiley, tú también pintas muchas flores en tus retratos.

Me gustan mucho. Me viene por la artista americana ­Georgia O´Keeffe, que pinta flores a una escala impresionante, muy muy de cerca. Ella explica que empezó a pintar así las flores porque con el ajetreo del día a día la gente no se para a mirar las cosas cotidianas y quería que las personas no pudiesen escapar de la belleza que las flores tienen. Me interesa mucho eso, es verdad, vamos tan rápido por la vida que no nos paramos a apreciar las pequeñas cosas, como cuando vas por la calle y en un adoquín ves unas plantitas brotando y dices «¡qué bonito!». Una amiga me dijo una vez que hasta de los rincones más oscuros y de las heridas más sangrientas brotan flores. Me gustó. Muchas veces las flores que pinto brotan del propio cuerpo, porque tienen ese simbolismo del renacer.

Magda Mandje en el estudio de Mundo Negro. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Hablemos de Ser negro es hermoso, un libro destinado a público infantil con ilustraciones tuyas y un texto escrito a partir de citas de personalidades como Mandela, Nina Simone, Maya Angelou o Chimamanda Ngozi Adichie ¿Cómo nace?

El proyecto viene de la editora de la sección infantil de ­Planeta, que tiene un hijo mestizo. En el momento en que el niño se dio cuenta de que no era blanco, ella quiso explicarle que no pasa nada por no ser como el resto de sus compañeros, por ser diferente, por tener una parte negra y una parte blanca. Entre las motivaciones del proyecto estaban también el tema de los niños que sufren bullying porque son negros, el asesinato de George Floyd y el movimiento Black Lives Matter. Necesitaban a una ilustradora y querían que fuera afrodescendiente. En cuanto me lo contaron, les dije que quería ser yo quien lo hiciera, que no buscaran más. 



¿Cómo te planteaste el proceso creativo?

Me dieron una serie de directrices aunque también me dejaron libertad. Lo que querían es que aparecieran personas negras y que las ilustraciones fueran ­realistas, así que no tuve que cambiar mi estilo. Intenté plasmar diferentes tipos de personas, desde bebés hasta ancianos, para que los peques vean que hay diferentes tipos de belleza. Incluso hay una persona albina. Y quise incluir flores en los retratos para ensalzar esa belleza. Quería que los niños sintieran al abrirlo: «¡Esta persona es como yo!». Los niños racializados no están acostumbrados a ver personas como ellos en los libros. Quería que vieran que pueden salir en un libro, que pueden ser los protagonistas, que pueden ser pintados y que son bellos. Cuando yo era niña era impensable ver en un libro que los protagonistas fuesen gente negra. Este libro está concebido para que sea como una especie de espejo, los niños lo van leyendo y están viendo caras como las suyas en las páginas. 



¿Qué respuesta has recibido?

Me han llegado sobre todo mensajes de madres de niños afro adoptados o mestizos. Hay niños que gracias a este libro han entendido que son hermosos, independientemente de los comentarios y las experiencias negativas que hayan tenido. Por ejemplo, la hija de seis años de una chica que conozco estaba teniendo problemas en el colegio por comentarios como: «No quiero jugar contigo porque eres negra», y ella se preguntaba si ser negro es algo malo. Después de leer el libro, lo que esta niña piensa es: «Pues sí, soy negra, ¿y qué?». Ha pasado de preguntarse si era algo malo, a abrazarlo. 

Magda Mandje en el estudio de Mundo Negro. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Así que el libro está cumpliendo su objetivo. 

Tengo clarísimo que voy a seguir pintando a personas racializadas hasta que me muera. Va a ser mi forma de darnos visibilidad. No nos veo en otros espacios así que, por mi parte, en mi obra van a estar siempre. Y quiero que los más jóvenes vean mis obras. No nos hacemos una idea de lo importante que es vernos representados. Si yo hubiera tenido este libro de pequeña habría marcado una diferencia tan grande…  



¿Te habrías sentido más fuerte?

Sí, totalmente. Más fuerte y más válida. Cuando eres pequeña, los comentarios negativos calan muy hondo. Mi objetivo principal es que los niños aprendan a quererse. El dolor de no aceptarse uno mismo es terrible. Uno no debería pasar por eso cuando es pequeño.  



Compaginas tu faceta de ilustradora con la enseñanza y, además, estás haciendo talleres con niños que han leído el libro. ¿Cómo está resultando? 

Muy enriquecedor. Leemos el  libro, hacen preguntas y comparten sus experiencias. El libro les ayuda a entender vivencias que han sufrido. Y cuando ven que la artista del libro también es negra, se sorprenden. Creo que nunca se habían imaginado que una persona como ellos podía hacer algo así. Y algunos me dicen: «Oye, pues yo también quiero ser artista».  




CON ELLA



«Esta cajita tan normal de acuarelas Winsor es importantísima para mí. No solo es mi herramienta de trabajo, sino que es mi lugar seguro. La pintura es el sitio donde me siento más a gusto, más segura y más libre, donde puedo hacer lo que quiera. Es una parte de mí con la que no puedo no vivir».





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