Más allá de las etnias

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El 4 de noviembre de 2020 empezaba una nueva guerra en Etiopía. Apenas tres años antes, el país firmaba un acuerdo de paz con la vecina Eritrea que le valió al primer ministro etíope, Abiy Ahmed, el Premio Nobel de la Paz en 2019. El actual conflicto, que enfrenta al Gobierno central con una coalición de sus kililoch (regiones-Estado), ha provocado miles de muertos y más de 50.000 refugiados, principalmente en el vecino Sudán. Muchos expertos han analizado el conflicto poniendo el énfasis en su carácter étnico. Suscribiendo la percepción del periodista francés Vincent Hugeux («explicar todo con el prisma de la tribu es absurdo, negarlo es de ser inepto»), estimamos que este enfoque no permite la comprensión de sus causas profundas y proponemos ampliarlo a tres motivaciones internas y externas que explican la presente situación.

En primer lugar, Etiopía es un Estado federal relativamente estable desde 1995. La concesión de una autonomía a sus regiones fue uno de los motivos de la creación del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF, por sus siglas en inglés) en mayo de 1988. Al llegar al poder, Abiy Ahmed optó por una política centralista que favorece a las regiones más pobladas del país en detrimento de las demás. No se puede olvidar que el centralismo fue el elemento clave en un trauma profundo en la historia etíope: la hambruna que se extendió entre 1983 y 1985. Las ayudas del Gobierno se dispusieron en las regiones más pobladas, forzando a cientos de miles de personas a desplazarse hacia ellas.

Además de este factor, muchos olvidan en sus análisis que no se trata del primer conflicto en Tigré. Ya entre 1974 y 1990, el Frente de Liberación del Pueblo de Tigré (TPLF, por sus siglas en inglés) se opuso mediante la lucha armada a los sucesivos gobiernos que lideraron el país y tuvo una relevancia especial en la que tumbó el régimen de -Mengistu e instauró el Estado federal actual. Tigré ha tenido una influencia enorme tanto en la historia como en el Gobierno etíope, que el nuevo primer ministro ha intentado mitigar con la erradicación de los tigrinos del Ejército y la ya citada tendencia al centralismo.

Por último, no hay que olvidar que la mayoría de los conflictos civiles traspasan las fronteras del país en guerra y Etiopía no es una excepción. Del lado del Gobierno federal, el principal aliado es Eritrea, que participó activamente en apoyo de las tropas federales a raíz del acuerdo de paz ya mencionado. El principal contencioso entre Etiopía (cuando estaba bajo el gobierno del TPLF) y Eritrea era la localidad de Badme, y su entrega por Abiy Ahmed a los eritreos se vivió como una traición en Tigré. Más sutil es la presencia de Emiratos Árabes Unidos, que envió drones chinos a Etiopía, mientras que Turquía la abasteció con material bélico que permitió detener la ofensiva del TPLF y lanzar una contraofensiva. Desde marzo de 2020, además, Turquía ya se había comprometido a adiestrar a las fuerzas armadas federales. 

En el lado de Tigré, las cosas no son tan obvias. Se observa una relativa inclinación de Estados Unidos a su favor, evidenciada por el desequilibrio en la denuncia de los crímenes cometidos por cada bando. Además, el Gobierno de Adís Abeba denuncia el sostén de Egipto y Sudán, interesados en que las hostilidades prosigan para retrasar la Gran Presa del Renacimiento. 

En definitiva, fijarse en lo étnico desvía la comprensión del conflicto etíope. Es un gesto de resistencia de los kililoch menos poblados para seguir teniendo un peso en el panorama político etíope, frente a los más poblados como Amara –de donde procede Abiy Ahmed–. Esta situación se ve agravada por intereses geopolíticos.


Fotografía: Farfosa Hussein (Creative Commons)

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