Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Es difícil escapar a la ilusión y el optimismo en el que se entra al atravesar la verja de la gran casa de estilo colonial que alberga el College of Magic en un barrio, Claremont, situado al otro lado de la famosa Table Mountain. No es sábado –el día que los más de 200 futuros magos y magas pasan toda la mañana practicando trucos de cartas, ejercicios de ventriloquía, malabarismos o efectos visuales–, pero la actividad es frenética por la visita de un grupo de alumnos del Bright Student Learning Centre.
La magia, que en muchos países africanos no tiene buena fama por estar asociada a menudo con la brujería o la mala suerte, es un arte del entretenimiento que exige una práctica concienzuda, así como la capacidad de trasladar a los que observan a un mundo en el que las explicaciones no están permitidas. «Los adultos no creen en la magia», es uno de los argumentos que más repiten los graduados del centro, hoy instructores o voluntarios, al destacar la generosidad con la que los niños y jóvenes la contemplan. «Es un público exigente, muy observador, pero también receptivo y expresivo ante lo que les sorprende», comenta Thando Rala, uno de los instructores, mientras recoge utensilios de la última demostración.
«Ta, tarán… Veis el azul, el verde, el amarillo, ¿los veis?», pregunta el mago Sinethemba Bawuti –estudió en College of Magic en 2005 y hoy es su profesión– durante la función, a lo que un sonido uniforme responde: «Uau… Ooooooh…»; y él continúa: «Un, dos, tres, abracadabra… Decir vuestros colores e irán apareciendo… ¡¿Qué está pasando?! La magia hace que todos esos colores aparezcan conectados». Completamente entregado, el público le aplaude mientras le pide que lo haga de nuevo.
El College of Magic es mucho más que un lugar en el que aprender a hacer magia, «es una escuela de vida» desde que se fundó en 1980, explica David Gore, fundador y director de la iniciativa. «Durante el apartheid, el significado de la escuela era muy especial porque teníamos a jóvenes de diferentes clases sociales, entornos y color de piel…, y lo hacíamos en contra de la ley. Ahora, en pleno siglo xxi sigue siendo relevante porque aquí se mezclan, se encuentran en lo social, aunque provengan de diferentes zonas y de estatus económicos opuestos. El interés común es la magia y eso los hace ser tolerantes y comprender sus diferencias. Esa es la verdadera magia del lugar», añade.
Es inédito que durante más de una década el régimen segregacionista no cerrara la escuela, «el Gobierno hacía oídos sordos», argumenta Gore, porque no eran capaces de comprender el grado de convivencia que potenciábamos a través del aprendizaje de algo que consideraban banal. Hoy, añade, el proyecto sigue siendo muy necesario porque «Sudáfrica se enfrenta a desafíos enormes como la pobreza, el sida o la violencia criminal. Los jóvenes vienen con muchas dificultades y retos. La magia los hace socializar de otra manera… Nosotros no solo los instruimos sobre cómo aprender a hacer trucos, sino que les proporcionamos oportunidades para hacer espectáculos, el apoyo de educadores sociales, les aseguramos una alimentación básica y entrenamiento… Intentamos contribuir para que sean los líderes del futuro de nuestro país, mostrarles que hay una alternativa a pesar de la compleja situación de la que provienen».
Para Gore, la magia es la mezcla de aquello «que lleva a preguntarse cosas» con la sorpresa ante lo desconocido, lo que no es fácil de comprender porque se sale de los parámetros a los que estamos acostumbrados. «El mago es capaz de generar ilusión, de llevar la sorpresa a la vida de la gente. La magia es una herramienta para los jóvenes y también una habilidad fácil de “transportar” y de compartir en tu comunidad. Además, se basa en un idioma universal, por eso también se convierte en la esperanza que necesitamos en Sudáfrica», argumenta Gore, que quiso hacer magia desde que veía a su padre convertir monedas en caramelos. «Cuando la gente piensa en magia cree que es algo tribal, pequeño, tonto, pero he comprobado que es una poderosa herramienta en la vida de los jóvenes. Hay una transformación en nuestros graduados, que están viviendo de la magia, que participan en programas de televisión o en el teatro. Tenemos muchas historias personales de éxito».
A través del programa «Magic in the community» (Magia en la comunidad) seleccionan a niños y niñas en los suburbios o en zonas rurales para comprobar si les interesa la magia. Los estudiantes de familias que pueden permitírselo abonan 350 dólares al año. Para el resto, la escuela busca a donantes privados que quieran colaborar apoyando a los que viven en las áreas más pobres de la ciudad. Aunque no llevan uniforme, sí les piden que se vistan lo más elegantes posible. Para ello, les proporcionan trajes con los que se sienten diferentes, artistas, «capaces de hacer magia».
Con un entusiasmo que expresa con todo su cuerpo, gesticulando sin parar, Bawuti apunta que «la magia lo es todo, es un arma para escapar de las cosas malas de la vida, algo que te permite desarrollarte como persona. Poner una sonrisa en la cara de alguien es muy gratificante, y ayudas a otros niños mostrándoles que pueden hacer otras cosas además de jugar al fútbol o a los videojuegos, que hay algo llamado magia que les da poder y puede cambiar sus vidas para siempre, como nos pasó a nosotros».
De hecho, tras acabar la función en el teatro de la escuela, le preguntamos cómo se siente, y asegura que los trucos se han convertido en su propia terapia: «Me siento bien, la magia me cura. Cuando tienes la oportunidad de subirte al escenario todo cambia. Me siento flotando tras cada espectáculo por haber logrado actuar y por pensar que quizás para alguno de ellos haya sido importante lo que ha visto», concluye Bawuti, que descubrió College of Magic cuando vivía con su familia en el suburbio de Kayelitza. Seis años después estaba viajando a Las Vegas (EE. UU.) y Austria para participar en espectáculos.
Rala empezó con 17 años –la edad máxima con la que pueden entrar, la mínima son 10 años– y ahora es uno de los graduados voluntarios que apoyan en la formación. «La magia tiene valores positivos, te enseña muchas cosas. Cuando empecé a aprender a hacer magia y a actuar logré superar la timidez que me impedía ser yo mismo. Al entretener a otras personas y dar alegría a otros niños termino olvidando mis problemas».
«¿Cómo sería la vida sin magia?», preguntamos a los que nos acompañan en la visita. La respuesta es unánime: «Muy aburrida». Eso sí, también mencionan el sacrificio de entrenar una media de siete horas al día para avanzar y poder presentarse a concursos o audiciones. «Me gusta mezclar la magia con el teatro. Con lo que más disfruto es con las cajas, haciendo desaparecer a gente o “cortándola en pedazos”. Hay que ser rápido y sabes que lo has hecho bien por la cara de asombro que el público no puede reprimir», añade Rala.
Khanya es un año más joven. Recién licenciado, en las fotos posa como un mago profesional. «La magia para mí es hacer posible lo imposible. Por ejemplo, para tener éxito en la vida, hay que romper esos conceptos establecidos y lograr lo imposible a través de la práctica, hasta que lo consigas», explica destacando que la magia sirve para generar confianza en uno mismo, para construir la paz y, sobre todo, para establecer una vía de comunicación única con la gente.
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