«No quería contar otra historia de racismo o de lucha»

Rubén H. Bermúdez (por Gonzalo Gómez)

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Entrevista a Rubén H. Bermúdez, director de A todos nos gusta el plátano.
Quedan pocas semanas para una nueva cita con el cine documental. Después de 18 ediciones –la próxima es la 19ª–, el Festival Internacional Documenta Madrid se ha convertido en una referencia en la ciudad que, en esta ocasión, muestra 24 películas en competición: 12 en la sección nacional y otras 12 en la internacional. Aunque la representación africana suele ser escasa, el año pasado hubo una película que se presentaba en la competición nacional con la siguiente sinopsis: «Siete personas negras protagonizan el intento de hacer una película». ¿Resultado? Premio del Jurado a la Mejor Película Nacional, Premio del Público y Premio Joven. El éxito de A todos nos gusta el plátano, del debutante  Rubén H. Bermúdez, fue incontestable.
Meses después, con la película aún en recorrido, y visible en la plataforma Filmin , quedamos con el cineasta para que nos cuente detalles de la creación de la película, y tratar de entender eso de «siete personas negras (que) protagonizan el intento de hacer una película».
¿Cómo surge este el proyecto?

Me llamaron del CA2M (Centro de Arte Dos de Mayo), que es un museo que está en Móstoles, donde yo crecí, para ser comisario de un ciclo de cine en torno al título «Lo afro está en el centro». Había una exposición y me acerqué sin saber bien qué había allí. Entré en una sala a oscuras y vi una proyección de ocho minutos con imágenes encontradas y música comercial que me emocionó a muchos niveles. Me flipó. Es una pieza de Arthur Jafa que se llama El amor es el mensaje, el mensaje es la muerte… o algo así. Salí con la piel de gallina, emocionado y un poco con la sensación de «esto lo puedo hacer yo», «Quiero hacer una película»… Ese es el punto de partida.

A todos nos gusta el plátano es una película difícil de catalogar. No es ficción, no es exactamente documental… ¿Qué es?

Me cuesta definir las cosas. Siento que las encajonas o que no dejas que el futuro espectador se relacione con ellas como quiera. Pero bueno, te cuento a esto a modo de introducción… Cuando me piden la sinopsis, porque siempre hay que hacer una sinopsis, digo: «Siete personas negras protagonizan el intento de hacer una película». Ese es el punto de partida. Si tengo que contar algo más del proceso digo que es una peli de alguna manera colectiva. Yo no dejo de ser el director para bien o para mal, pero cedo las cámaras y muchas de las decisiones que hay que tomar a un grupo de gente amiga que decide compartir conmigo y con el público. A partir de ahí se construyen varios relatos que son uno. O algo así…

Antes de esto, te conocíamos por Y tú, ¿por qué eres negro? (Fotolibro que, con una mirada próxima a la autobiografía, selecciona imágenes que lo acaban convirtiendo en una especie de repaso a la experiencia afroespañola de las últimas décadas). Confieso que ese libro me sorprendió. ¿Qué te llevó de una cosa a la otra?

Había terminado Y tú, ¿por qué eres negro?, que había tenido un cierto impacto en lo cultural, y mi nombre había cambiado. La primera beca es la difícil. Había pasado poco tiempo desde lo del vídeo de Arthur Jafa y estaba instalado en Matadero con el grupo Afroconciencia (como parte del programa de residencias artísticas de la institución). Allí le pregunté a Manuela Villa, que llevaba el centro de residencias artísticas, por una beca que acababa de salir. Me dijo que la beca era para gente como yo. Recuerdo escuchar esas palabras como «¡guau!». Hice entonces un dosier algo ambiguo en el que mencionaba que quería amplificar, tensionar y poner en cuestión Y tú, ¿por qué eres negro? con una película. Creo que decía que quería hacer un cine popular y divertido, en el límite entre el cine comercial y el experimental. O sea, no sabíamos qué íbamos a hacer… Me concedieron la beca, que suponía tener un año por delante. Yo venía de hacer Photo Press y lo pasé un poco mal con los plazos de entrega, así que me venía fenomenal. Pensé que igual salía un poco mal, pero me dije: «Soy fotógrafo, no médico»; si no sale del todo bien, no va a pasar nada. A lo mejor alguien se cabrea como mucho, pero nada más.

En A todos nos gusta el plátano vemos la vida pasar. En la película se canta, se cocina, se maquilla, se cuida del pelo, se camina, se mira por la ventana… Son momentos cotidianos de la vida de personas anónimas, que una vez terminada la película sentimos que ya no desconocemos del todo. ¿Cómo elegiste a los protagonistas? ¿Quiénes son?

Son amigos y amigas. Primero apareció Tiffany… No exagero si digo que semanalmente recibo algún correo de alguien que me dice que mi libro es increíble y que estoy hablando de su vida… Es bastante sorprendente. En el caso de Tifany, me escribe y me cuenta que está trabajando en su tesis doctoral que habla de arte, negritud y cosas así. Me dice que para ella el libro que hice es una referencia y me propone tomar un café. Le digo que sí y en ese café conectamos muy bien. Le cuento que estoy en este proyecto y ella se ofrece a ayudarme. Entonces ya somos dos y empieza ese viaje a través de correos o wasaps y la peli empieza a crecer; luego hablo con Agnés, que es una fotógrafa y una referencia que admiro; después Chumo, que siempre me había dicho que quería participar en algo mío; Jana, que admiro mucho y conozco de Kwanzaa (asociación afrodescendiente universitaria), un coco increíble, de Móstoles, como yo… Fue todo un poco casual. Digamos que el libro me lo tomé un poco a pecho y corazón abierto, y la película traté de tomarla como un disfrute o algo para que disfrutásemos la gente que participábamos en ella.

¿Qué te encuentras cuando recoges los discos duros y los teléfonos en los que te habían grabado las imágenes?

Fueron muchas cosas, pero recuerdo ver a las hermanas maquillándose en el espejo y decir: «Buah, esto es increíble, esto funciona. No sé qué es, pero funciona». Mi trabajo fue por un lado encontrar lo que funcionaba y anclarlo en un lugar del metraje, «esto va aquí y aquí…», para después, encontrar conexiones que no solo había provocado yo, como en el caso de los espejos –imagen que se repite en varios participantes–, sino que había cosas que el azar había hecho que estuvieran allí. A mí me suele molar cuando en el principio, en el centro y en el final hay algo que vas uniendo y cuando ves esa peli dices: «Ey, no me había fijado en esto». Entonces, intentas hacer el trabajo de esas conexiones sin perder de vista que no podía ser una cosa muy aburrida y tenía que haber algún tipo de ritmo que mantuviera a quienes lo fuesen a ver.

En tu libro, me parece que te estás dirigiendo a ti mismo, pero en la peli… ¿Tenías a alguien en mente específicamente?

Sí y no. El libro me colocó en una posición de cierto reconocimiento en la comunidad afro, así que cuando me dan la beca se me acercaba gente que me preguntaba en qué andaba. Les decía que en una película y les preguntaba: «¿Qué quieres ver en una película?». «Pues yo me quiero reír», «Algo cálido, un abracito…». «¿Y qué no quieres ver?». «Una historia de racismo, de lucha, de resistencia», «un documental de caras hablando sobre cómo es el racismo estructural»… Esas respuestas se daban un montón y sí que había una parte de mí que se dirigía a mi comunidad o a esa comunidad. Yo me imagino la sala llena de gente afro, esa es la verdad. Ahora, pasa como con el libro, cuando sale a la venta es del espectador que lo va a ver. Cuando doy un taller siempre hablo de la importancia de que tú te dirijas a alguien, no digo que no; puedes ser un poeta que estás enamorado de alguien y te diriges a ese alguien, pero luego hay un montón de gente que lo podemos leer y nos relacionamos con ese poema desde donde estamos. Así que eso es un poco lo que tenía en la cabeza: me dirijo a Umu, a Agnés, a Tiffany, a mí…, pero sé que luego lo va a ver la gente.

¿De qué te gustaría que hablara esa gente al salir de ver tu película?

Pues cuando estaba de barbecho, en ese barbecho mental que me di para ver pelis e intentar no hacer nada, recuerdo que iba a charlas de cineastas y me interesaba sobre todo lo español y su contexto. Escuché a Vigalondo diciendo que su escenario ideal tras una película suya era que a una persona le encantase y la otra dijese que era una mierda. En realidad, es un poco lo que está pasando con mi película. En Filmin hay comentarios y valoraciones y, al principio, cuatro colegas te ponen un 10 y tienes 9.7, pero luego eso se pierde y hay ceros… Hay dieces de gente que no te conoce que escriben que es una peli calentita que te hace sentir cosas bonitas, lo que me sorprende porque es una película amateur que no sabía que le fuera a interesar a nadie; pero también hay gente que dice que es aburrida o escriben que es un «intento fallido de documental». Para mí es fantástico. Está bien no gustarle a alguien si eso significa que, quizá, eres memorable para otra persona. Yo sí buscaba esa memorabilidad de un grupo reducido, o de un grupo, al menos.

Foto de portada: Gonzalo Gómez

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