Obligados a adaptarse

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En Mintom (Camerún) vive una comunidad de 2 500 pigmeos bakas diseminados en múltiples poblados


Mintom está sitiada por una exuberante selva tropical, cada vez más amenazada y explotada por la minería y la industria maderera. En esta localidad del sur de Camerún, las comunidades pigmeas bakas, empujadas a abandonar la selva, tratan de adaptarse en los bordes de caminos y carreteras a un nuevo contexto donde la convivencia no siempre es fácil con sus vecinos bantúes y las instituciones del Estado.



Como sardinas en lata, ocho personas adultas viajábamos a través de la selva en un destartalado y viejo Toyota Corolla. Una hora fue suficiente para recorrer los 83 kilómetros que separan la ciudad de Djoum de la localidad de Mintom gracias a la temeridad de nuestro chófer, pero sobre todo al magnífico estado de la carretera, señalizada, pintada y sin un solo bache, algo muy raro en la selva tropical africana y más todavía en aquel rincón poco poblado del sur de Camerún.

Comprendí que aquella cuidada calzada no había sido construida con el único y principal objetivo de mejorar la movilidad de los habitantes de la zona, sino para facilitar la salida al mar de la madera de las selvas de Camerún y de la República del Congo. Durante los cuatro días que estuve en Mintom, el paso de camiones cargados con gigantescos troncos fue constante, día y noche, sin que ninguna de las personas con las que hablé supiera explicarme con exactitud la procedencia de la madera, su destino, su valor en el mercado o las personas que estaban beneficiándose con su explotación, entre las cuales, por supuesto, no se encontraban los pigmeos bakas a los que iba a visitar.

En Camerún habitan cuatro subgrupos de pigmeos: bakolas, bagyelis, medzam y bakas, el más numeroso con cerca de 40 000 miembros en todo el país. Primeros habitantes de la selva tropical y sus auténticos guardianes y protectores, la llegada del llamado «progreso» y el descubrimiento de las potencialidades económicas de su hábitat natural les han llevado a sedentarizarse y dejar atrás su tradicional vida seminómada. Aunque el Gobierno camerunés nunca firmó una ley o decreto para expulsar a los bakas de la selva, la fuerte presión de las empresas mineras y madereras –e incluso de algunas asociaciones ecologistas que no comprendieron que los bakas no suponían ningún peligro para la selva–, los empujaron a establecerse en los caminos.

Dos camiones cargados con madera en la selva camerunesa. En la imagen superior, una madre pigmea baka con cuatro niños en la carretera junto a la que se encuentra el poblado de Assok. Fotografías: Enrique Bayo.


La convivencia con los bantúes

La localidad de Mintom y sus alrededores, en el departamento de Dja et Lobo, tiene una población de unos 12 000 habitantes, en su mayoría bantúes de diferentes etnias que utilizan el fang y el francés como lenguas vehiculares. Este grupo comparte espacios y vida con una comunidad de unos 2 500 pigmeos baka, los cuales tienen su propia lengua aunque, según ellos mismo constatan, «cada vez más contaminada con palabras procedentes del fang».

El núcleo urbano de Mintom es extenso, con casas de una sola planta, pero los bakas viven en los poblados situados a lo largo de tres ejes principales, los dos marcados por la carretera en ambas direcciones y el eje de Bemba. En 2001, la ONG española Zerca y Lejos contabilizó 53 poblados bakas, que en la actualidad han quedado reducidos a 15. Algunos han desaparecido y otros, como Zoébefam, Zoulabot o Nkolemboula, han perdido su autonomía al ser anexionados por los poblados bantúes, que les han dado sus nombres y que administran y controlan. Solo el poblado baka de Assok existe para el Estado camerunés, mientras que los otros 14 no han sido reconocidos administrativamente.



Pobreza

Los bakas son los últimos en la escala social de Mintom. Su situación económica es desastrosa y tras décadas al borde de los caminos en difícil convivencia con los bantúes, encuentran muchas dificultades para adaptarse a la nueva situación que, de manera irreversible, deben afrontar. Cuando llegó a Mintom, Zerca y Lejos constató muchos casos de malnutrición en niños bakas. Francis Zock Messe, la única persona de la ONG española que sigue trabajando en la zona, recuerda que entonces «la dieta de los bakas era más baja en proteínas que cuando vivían en la selva, por lo que iniciamos proyectos agrícolas para enseñarles a cultivar judías, mandioca y otros productos que compensaran su falta de nutrientes. Hoy el problema no está resuelto del todo, porque últimamente en el eje de Bemba se detectan muchos casos de malnutrición».

No hay alternativa, los bakas tienen que cultivar la tierra si quieren sobrevivir, por muy ajena que sea esta actividad para su cultura. También deben aprender a manejarse en los interminables procedimientos administrativos de un Estado omnipresente que quiere controlarlo todo y que resulta muy complicado para ellos. Nunca antes habían necesitado papeles o documentos para disponer de las cosas que de manera gratuita les ofrecía la selva, pero ahora sin esos documentos son desalojados de sus tierras.

Lejos queda su estilo de vida ancestral, cuando se movían libremente por la selva, recogiendo los frutos y la miel silvestre que necesitaban, cazando y pescando solo lo que podían comerse, empleando para curarse plantas y cortezas medicinales respetando los árboles, habitando en sencillos mungúlús hechos de ramas y hojas, viviendo en comunidades solidarias sin muros ni propiedad privada. El salto cultural al que se enfrentan los bakas es tremendo porque, además, deberán afrontarlo sin ayudas significativas del Estado camerunés, que hasta la fecha no ha elaborado un plan efectivo de reparación e inserción para los pueblos bakas que dejaron la selva.

Luc Ndeloua (con camisa verde) con la comunidad baka de Assok. Fotografía: Enrique Bayo




Difícil equilibrio

En Mintom visité, en compañía de Luc Ndeloua (ver pp. 6-7), tres poblados bakas: Assok, Bemba II y Akom. Además de la alegría y el entusiasmo que encontramos en todos los lugares, en esta última comunidad, donde vive Ndeloua, me recibieron al ritmo de danzas y cantos. 

El primero que visité fue Assok, un poblado privilegiado que dispone de un banco de semillas, está situado junto al bosque comunitario que les ha sido asignado y ha puesto en marcha, con la ayuda de una ONG, el Museo Viviente Baka para atraer turistas y conseguir dinero para la comunidad. Con todo, el poblado no escapa de la miseria. En Assok saludé al que me presentaron como Su Majestad Abila Martin «de tercer grado» (sic), el único jefe baka reconocido por el Estado camerunés en la zona. No habla francés y delegó en su hijo Alphonse la presentación de la situación de la comunidad, con problemáticas idénticas a las que más tarde escucharía en Bemba II y Akom. 

Como pauta general, los bakas se quejan de la dificultad para obtener la documentación y los títulos de propiedad, de los impedimentos que les ponen para acceder a la selva, de problemas de educación, sanidad y de los muchos casos de ­discriminación que sufren por parte de los bantúes con los que conviven.

Escuchando a unos y a otros, parece evidente que todos los problemas tienen como raíz común el choque cultural. Los bantúes tienen poca paciencia y parecen no querer darse cuenta de la mentalidad específica de los pigmeos bakas, y a estos les cuesta aceptar normas, leyes y procedimientos administrativos establecidos por el Estado camerunés. El futuro de los pigmeos bakas se juega en este difícil equilibrio: ¿cómo adaptarse al nuevo contexto y preservar, al mismo tiempo, lo mejor de sus tradiciones ancestrales?

Dos viviendas de este poblado. Fotografía: Enrique Bayo


Documentación y tierras

Al preguntar a una treintena de adultos en Akom si disponían de documento nacional de identidad (DNI), solo ocho personas levantaron la mano, quejándose de lo oneroso y difícil que resulta su obtención, aunque el Estado crea dar facilidades para ello. Según Maurice Hervé ­Nteme, funcionario del Ministerio de Asuntos Sociales y director del hogar baka de Mintom, el acta de nacimiento, documento imprescindible para conseguir posteriormente el DNI, «se entrega gratuitamente a todos los niños que son registrados dentro de los primeros 90 días de vida, pero muchos bakas siguen sin registrar a sus hijos». Una vez transcurrido ese plazo, es preciso un proceso judicial que también es financiado por el Estado a través de las oenegés. Según Nteme, los bakas se aprovechan de la situación y «cuando llegan las oenegés, no dicen que ya tienen acta de nacimiento, dicen que no lo tienen para que les ayuden. Una ONG hace 150 actas, otra 200, y al final te preguntas cómo esto es posible y cuántas actas de nacimientos tiene cada baka. Sabemos que se han dado casos de doble y triple identidad», concluye el funcionario.

El problema se complica con la obtención de los títulos de propiedad, que solo se conceden a individuos en posesión del DNI y no a colectivos. En el caso de la tierra, el Estado exige que los campos estén cultivados y, si se trata de una parcela, que tenga una casa habitada. Los tradicionales mungúlús de los bakasno tienen tal consideración. Sin estas condiciones y después de atravesar un largo proceso administrativo –no siempre gratuito– no hay título de propiedad, de manera que los bantúes van poco a poco ocupando terrenos descuidados por los bakas. Algo parecido sucede con los bosques comunitarios, que el régimen forestal de Camerún reconoce jurídicamente y asigna a las comunidades autóctonas para que desarrollen sus actividades tradicionales, culturales y económicas. A cambio, el Estado les exige procedimientos administrativos e informes periódicos de gestión forestal que los bakas cumplen a duras penas. Al final, estos espacios también terminan siendo explotados por los bantúes que vienen a ayudarles. En el caso de Assoumdélé, junto a la frontera con la República del Congo, el Estado asignó a una comunidad baka un bosque comunitario que estaba ya siendo explotado por la población bantú. Según Luc Ndeloua, «todavía no se ha resuelto judicialmente ese contencioso».

Las dificultades son muchas, pero el trabajo de concienciación de asociaciones como Abowani y otras está produciendo cambios. Los bakas están comprendiendo la importancia de registrar a sus hijos en el momento del nacimiento y se empeñan en cultivar los campos y permanecer estables en sus poblados para obtener la propiedad de esos terrenos. Además, existe una buena regulación que permite a los bakas entrar en determinados lugares de la selva para recolectar frutos, miel, plantas y cortezas.

Maurice Hervé ­Nteme, director del hogar baka de Mintom. Fotografía: Enrique Bayo



Educación y sanidad

El Estado camerunés no hace excepción con los bakas, que deben pagar los gastos sanitarios y de escolarización igual que los demás ciudadanos. Sin embargo, en Mintom permanece abierta la primera institución creada en todo el país para el acompañamiento de los pueblos autóctonos, un hogar-residencia para los estudiantes bakas. Esta instalación se construyó en 2016 en el marco del Proyecto Ngoyla Mintom, financiado por el Banco Mundial. Aunque debería que ser gestionado por los propios bakas a través de asociaciones como Abowani, los problemas de financiación y mantenimiento hicieron que la gestión pasara muy pronto al Ministerio de Asuntos Sociales.

El edificio, de una sola planta, dispone de varias salas de estudio, duchas y servicios, comedor, cocina y diez dormitorios con cuatro camas cada uno. A pesar de tener capacidad para 40 estudiantes, nunca ha habido más de 30. En la actualidad ocupan las instalaciones seis chicas y nueve chicos. Al preguntar al director del centro, Maurice Nteme, el motivo de su infrautilización, la respuesta no deja lugar a dudas: «Por falta de inscripciones. Nosotros continuamos esperando. Si los bakas vienen a inscribir a sus hijos serán bien acogidos, porque ese es nuestro trabajo».

Nuevos peligros amenazan a los bakas, como el abuso del alcohol. Proliferan en Milton los pequeños sobres de vodka que se venden por solo 100 francos CFA, el equivalente a 15 céntimos de euro, que bantúes y bakas compran y consumen sin ser conscientes de su peligrosidad, tanto por las alta concentración de alcohol –de hasta el 43 %– como por la deficiente destilación con la que han sido fabricados. «Ha habido campañas como “Bakas sin alcohol” para tratar de sensibilizar sobre este peligro y las enfermedades que acompañan el abuso del alcohol. Han conseguido moderar el consumo, pero no suprimirlo. Tal vez se bebe porque no hay otra cosa que hacer y la situación es difícil», señala Francis Zock Messe.   

Dos monodosis de vodka, bebida muy consumida por bantúes y bakas. Fotografía: Enrique Bayo





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