«Que yo sea católico y mi familia protestante no es un problema»

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P. Bienvenu Clemy Mikozama



Este mes comparte con nosotros su historia vocacional el P. Bienvenu Clemy Mikozama, un joven de 28 años del que fui formador durante tres años cuando realizaba sus estudios de Filosofía en Kisangani. Clemy, como le gusta que le llamen, ordenado sacerdote el 11 de febrero de 2024, es el primer misionero comboniano originario de República de Congo, un país vecino al mío, República Democrática de Congo. 

Aunque nació en el seno de una familia protestante, sintió la llamada a la vida misionera como sacerdote católico y, a pesar de algunas resistencias por parte de su familia y las dudas que siempre surgen en todo auténtico camino de discernimiento, llamó a la puerta de nuestro Instituto, a pesar de que no tenemos ninguna presencia en República de Congo. Ciertamente, todo es posible cuando te abandonas en manos del Señor y dejas que Él te prepare el camino.




Háblanos de ti y de tu familia.

Soy el cuarto de una familia de cinco hermanos. Me llamaron Bienvenu, ‘bienvenido’ en español, para expresar la alegría de mis padres por tener un primer hijo varón. Y Clemy es la combinación de dos prefijos: Cle, de Clémentine , el nombre de mi madre; y My, de Mikozama, el de mi padre. Nací en Brazzaville, la capital de mi país. Mi familia es protestante y crecí en un contexto en el que la Palabra de Dios era el centro de la vida familiar. Por la mañana y por la noche rezábamos en familia. Teníamos que recitar, sin repetir, versículos de la Biblia, lo que nos animaba a estar cerca de la Palabra de Dios. Mi madre me insistía para que participara en la oración. Ella podía permitir que otros faltaran si daban alguna excusa, pero yo no tenía derecho a hacerlo. Todas las mañanas llamaba a mi puerta para decirme que era hora de reunirnos en el salón. Este clima me estaba formando y preparó el terreno para mi vocación. Cuando comencé mi formación para la vida religiosa, no me resultó difícil adaptarme.



¿Cuándo descubriste que querías ser misionero?

Desde muy pequeño me ha apasionado la medicina. Mi padre, que era profesor de Matemáticas, quería que yo fuese médico, porque él había querido serlo y no pudo por falta de medios económicos. Al finalizar el Bachillerato intenté ingresar en la facultad de Medicina, pero no pude. Como mi tío vivía en París, le pedí que me ayudara a viajar a Francia. El proceso para la obtención del visado avanzaba rápido, pero todo cambió un día. Uno de mis amigos, que era católico y quería ser sacerdote, me trajo el libro Salvar África con África, del P. Cirillo Tescaroli. Mientras leía la vida de san Daniel Comboni, mi corazón ardía de entusiasmo. Pensaba que el hecho de ser protestante me limitaba, pero mi amigo me dijo que no era un obstáculo y me presentó a las hermanas concepcionistas misioneras de la educación, en la que hoy es mi parroquia. Con una de ellas inicié mis primeros encuentros de discernimiento vocacional. La religiosa me sugirió que me inscribiera en la catequesis para recibir el sacramento de la confirmación.



¿Cuál fue la reacción de tu familia?

Cuando compartí mi deseo de ser sacerdote, mi padre no se negó, aunque la idea no le gustó. Tampoco mi madre se opuso, pero me sugirió la opción de hacerme pastor protestante. No sé muy bien por qué me empeñé tanto, porque no tenía ni idea de la vida sacerdotal en la Iglesia católica, pero el testimonio de vida de Comboni desencadenó en mí un fuerte deseo de seguir adelante con esta intuición misionera. Ver a un europeo sacrificar su vida para que Cristo fuera conocido en África me hacía preguntarme por qué no iba a hacerlo yo también por mis hermanos. Como protestante me sentía orgulloso, y sigo estándolo cuando hablo de mis raíces en la fe, por eso digo que san Daniel Comboni es la única razón por la que cambié de confesión religiosa. Mi regularidad en las actividades de la Iglesia católica y el diálogo que tuvo mi padre con la religiosa que me acompañaba hizo que cambiara de actitud. Su resistencia cedió ante mi insistencia.

Ordenación sacerdotal del P. Clemy. En la imagen superior, el P. Bienvenu Clemy Mikozama bendice a sus padres el día de su ordenación sacerdotal. Fotografías: Archivo personal del autor



¿Cuándo comenzaste la formación?

Conocí a los Misioneros Combonianos en abril de 2011 en Kinshasa, la capital de RDC. Brazzaville y Kinshasa son las dos capitales del mundo más próximas [ver MN 695, pp. 28-32], y aunque tienen similitudes culturales también presentan algunas diferencias. Cuando regresé a casa después de cinco meses conociendo el carisma comboniano, estaba convencido de querer iniciar mi formación. Sin embargo, mi pasaporte se expidió con retraso y tuve que esperar un año en casa antes de empezar el primer curso de ­Filosofía. Por cierto, de los 10 jóvenes que estáb­amos haciendo discernimiento vocacional solo quedo yo, los demás siguieron otros caminos. Todo es gracia. Aquel año en Brazzaville fue duro porque mis padres querían hacerme cambiar de opinión, pero no me rendí, esperé hasta que todo estuvo arreglado para comenzar en Kisangani el postulantado.



Hoy eres un sacerdote católico y tu familia sigue siendo protestante. ¿Supone algún problema?

Me defino como una persona ecuménica. La resistencia de mi padre tenía poco que ver con la confesión religiosa: no entendía que optara por ser sacerdote en lugar de médico. Mi madre me apoyó, aunque ella quería que fuese pastor protestante porque así podría darle nietos. Me mantuve categórico en mi elección. Quería ser misionero comboniano: ni sacerdote diocesano ni misionero sacramentino, que eran los que estaban en mi parroquia. Que sea católico y mi familia protestante no es un problema. Hoy veo a mis hermanas rezar el rosario, aunque son protestantes. Durante las oraciones en familia, termino con un Ave María, al que se unen. Todos se sienten libres y orgullosos de su confesión religiosa y esta vivencia ecuménica en mi familia es un gran ejemplo y es bueno que la gente nos vea así.



Después del postulantado en Kisangani estuviste en Chad y Ghana. ¿Cómo viviste estas etapas formativas?

En Chad hice el noviciado durante dos años. En este país tuve una primera experiencia desafortunada en el aeropuerto. Perdieron mi maleta y tuve que vestirme gracias a la ropa que me dieron mis compañeros de comunidad. Durante el noviciado disfruté las visitas en bicicleta a las comunidades cristianas, experimentando la generosidad de la gente que nos apoyaba, sobre todo durante los meses que hicimos una pequeña comunidad de novicios. Entre 2018 y 2022 cursé la Teología en Ghana, donde encontré un pueblo muy acogedor y orgulloso de lo que es. Al salir por primera vez del contexto francófono, tuve mi primer problema con la lengua, pero fue una experiencia rica y maravillosa.

 

Una mujer enseña a los miembros del grupo San Miguel en la parroquia San Benedicto de Ngongo Lingolo, de la que es originario el misionero comboniano. Fotografía: Archivo personal del autor.



Después volviste a RDC.

Sí, regresé para hacer mi servicio misionero antes de la ordenación sacerdotal. RDC es la provincia comboniana a la que pertenezco y tengo muy buenas y enriquecedoras experiencias aquí. Una de ellas han sido las familias de acogida, que me han considerado como su propio hijo solo por el vínculo de la fe en común. ¡Es increíble! He tenido dos familias de acogida en RDC y una de ellas vino a asistirme en mi ordenación sacerdotal. El Señor lo sabía mejor que nadie: el que deja a su familia y a sus hermanos y hermanas recibirá el ciento por uno. Mi experiencia misionera en RDC me ha marcado. Llevo visitando comunidades cristianas desde que era postulante y sigo haciéndolo con gusto. Estar con la gente, escucharla, aprender de ella y hacer nacer a Dios en sus corazones es la mayor alegría del misionero.



¿Merece la pena ser misionero?

Todo no ha sido color de rosa, pero hoy puedo afirmar con entusiasmo que ha merecido la pena. Me siento orgulloso al identificarme como hijo de san Daniel Comboni. He tenido mis altibajos y me han persuadido muchas veces para abandonar, pero la llama original se ha mantenido viva. San Daniel Comboni me motivó a hacerme católico y a seguir adelante. Me queda mucho por aprender pero sigo confiando en mí mismo y, sobre todo, en Dios, que me ha llamado a su viña. Puedo resumir mi vida misionera tomando prestadas unas palabras de san Pablo en su segunda carta a los corintios, que son también el lema de mi ordenación sacerdotal: «Sea como sea, en este cuerpo o fuera de él, nos esforzamos en serle gratos». Se trata de agradar al Señor, especialmente haciendo saber a los más necesitados que somos amados por Él.



¿Qué dirías a los jóvenes que se cuestionan su vocación misionera?

La vida misionera es una aventura maravillosa vivida con y en Cristo. He escuchado a gente decirme que no he tomado la opción correcta, que es realmente inconcebible llevar una vida así y una pérdida para la familia, que debería estudiar una buena carrera y ser alguien en la sociedad. Puede que todo eso no esté mal, pero una cosa es cierta: cada uno toma sus propias decisiones para no vivir la vida de los demás, para no ser una copia de los demás. La vida es tan preciosa que queremos vivirla plenamente y con dignidad. Por eso, a estos jóvenes, les dirijo las palabras de san Juan Pablo II cuando fue elegido papa: «No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo»

 

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