Sabiduría animal

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mancheta pequeña     Editorial

 

Si no nos falla la memoria, esta es una de las pocas ocasiones en las que Mundo Negro pone en su portada la fotografía de un animal –un leopardo en concreto– que, lejos de sentirse cazado por una cámara fotográfica, está disfrutando desde su atalaya de un reconfortante descanso. Siempre nos hemos esforzado por presentar gente, hombres y mujeres africanos, agricultores, pastores, niños, políticos, líderes religiosos, soldados, rostros más o menos atractivos, pero siempre intentando mostrar el lado digno de las personas o, cuanto menos, respetando su identidad e integridad.

Este mes aparece un animal, cuya imagen –muy vinculada con el turismo en el continente– dignifica la naturaleza y hace de este territorio el mayor santuario de animales salvajes del mundo. Recientemente nos han impactado y herido las imágenes de la quema en Nairobi, la capital keniana, de 105 toneladas de marfil –que podrían corresponder a unos 8.000 elefantes– y de 343 cuernos de rinoceronte, procedentes de la caza furtiva e indiscriminada que sigue practicándose en muchos parques nacionales africanos. Fue el propio presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, quien prendió fuego a este desastre –cuyo valor, según el precio de mercado, podría ascender a unos 152 millones de euros–, simbolizando de algún modo el compromiso institucional contra la barbarie y la impunidad.

Kenia ha mandado un mensaje al mundo para acabar con el tráfico ilegal de los preciados colmillos de los elefantes. Era imposible no pensar que detrás de aquel marfil había infinidad de estos paquidermos que han sido sacrificados para abastecer un mercado clandestino que, según dicen los expertos, aporta pingües beneficios tanto a los cazadores como a los comerciantes furtivos. Es un asunto que arrastramos del pasado y que por desgracia permanece vigente. Los grandes parques nacionales africanos continúan viendo cómo merma el número de animales a manos del más salvaje de todos ellos: el cazador furtivo.

La tradición cultural africana participa activamente con cuentos, proverbios y refranes de las enseñanzas y ejemplos que se derivan de la vida comunitaria de muchos de estos animales: “Entre los camellos nadie se burla de las jorobas”; “Aunque salgas a cazar elefantes, no desprecies al caracol”; “Un asno siempre da las gracias con una coz”. Que cada uno haga una lectura sabia de lo que tantas culturas africanas han acumulado y aprendido a lo largo de su historia.

Fabulas con animales que hablan, máscaras zoomórficas o animales con poderes especiales no hacen más que incrementar una sana relación entre las personas y la naturaleza que les rodea. Con relativa facilidad los niños que crecen en las zonas rurales, cercanas a los parques naturales, se familiarizan con los nombres, los sonidos y las travesuras de muchos animales.

Recientemente el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’ nos ha ofrecido una preciosa defensa del medioambiente, a la vez que una denuncia clara de nuestra relación con la naturaleza. En el número 35 de este documento señala que “No basta pensar en las distintas especies solo como eventuales ‘recursos’ explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extingue por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho”.

Mientras nuestro leopardo de portada sigue vigilando atento a todo lo que su vista alcanza, nosotros seguiremos la sabiduría africana de los akan (Ghana y Costa de Marfil): “La lluvia moja las manchas del leopardo pero no se las quita”. Nada ni nadie nos podrá quitar la esencia de lo que somos y tenemos.

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