Publicado por Lucía Mbomío en |
En los últimos tiempos estamos viendo entrevistas protagonizadas por mujeres africanas y/o afrodescendientes centradas en explicar que son las primeras que han ocupado un puesto en el que, hasta ese momento, no había habido ninguna como ellas. Ni diputadas ni humoristas ni policías ni conductoras de autobús ni cirujanas, por poner algunos ejemplos. Tampoco se las esperaba, de ahí el titular y las luces de neón. A veces no se hace una pesquisa en profundidad para comprobar si, verdaderamente, es la primera, pero poco importa, funciona y genera clics y visitas. Después, sin solución de continuidad, llegan el silencio y el olvido, puesto que, tal y como dice el periodista Moha Gerehou, la segunda y la tercera se quedan fuera, ya no tienen derecho a foco.
Este tipo de narrativa es tan habitual como pernicioso y poco útil para transformar el imaginario que existe acerca de determinados grupos ya que, al final, la gente acaba por entender que esas personas son y serán siempre una excepción a una regla inventada, una rareza, en lugar de un punto de partida o de un pomo que abre puertas, que es lo que suele suceder, para quienes vengan detrás.
Todo este preámbulo me sirve para contar que en 2019 escribí un libro titulado Hija del camino, y hace cinco meses, Netflix, la plataforma audiovisual, confirmó que tiene intención de hacer una serie basada en mi obra. Y hablo de intenciones dado que en el mundo audiovisual, hasta que no se empieza a emitir, no hay certezas ni garantías de que las cosas salgan. Ahora bien, eso no significa que no sienta una alegría inmensa que se mezcla con el pesar que me provoca pensar que hasta, mínimo, 2022, en España no tendremos una serie protagonizada por intérpretes negros y guionizada por personas que también lo son. Esto último, aunque no se vea y por tanto sea menos evidente, marcará de manera indefectible las tramas que aparecerán y cómo se desarrollarán. A estas alturas, ya sabemos que lo cualitativo es tan importante o más que lo cuantitativo. No basta con salir, es fundamental que no se reproduzcan y amplifiquen estereotipos que, lejos de normalizar su presencia, convierten a seres humanos en caricaturas. Contarnos como excepciones, como fenómenos recientes o limitados por clichés supone no solo empobrecer lo audiovisual sino, sobre todo, mentir.
Debo reconocer que está siendo un proceso duro y precioso que asusta. La dificultad tiene que ver con que, en demasiadas ocasiones, precisamente por la falta de referentes mediáticos –pero también debido a que cuando tienes cierta edad y, a diferencia de las generaciones actuales, que sí comparten colegio con un alumnado de orígenes múltiples, en tu infancia no has podido relacionarte con demasiadas personas no blancas–, puedes llegar a creer que ser negra es lo que eres tú y que todo lo demás son cosas que pasan en EE. UU.
Está siendo muy bonito, no obstante, poder contarnos, contradecirnos, crecer, ampliar nuestra mente y sentir que lo que estamos haciendo resultará útil para que no nos encierren en categorías estancas que describen lo que se supone que somos, aunque nunca nos hayamos parecido a dicha descripción.
Y sí, también da miedo. Cada día temo no ser capaz, no estar a la altura, quedarme a la mitad o completar el proceso y decepcionar.
Lo bueno es que no estoy sola. Me acompaña, me apoya, me sostiene y me da la vida el trabajo de cuatro guionistas que son puro arte. Intentaremos que todo este esfuerzo sirva para que quienes nos sucedan tengan el valor y el derecho a imaginarse en espacios que merecen ocupar, porque son suyos y porque aunque solo nos vean ahora, siempre estuvimos.
Fotografía: 123RF