Sudáfrica ante su tercera ola de Covid-19

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Conciencia y orden parece ser la receta con la que el Gobierno de Cyril Ramaphosa lleva más de un año encarando la pandemia del coronavirus. El inicial triunfo diplomático compartido con India para la liberalización de las patentes de las vacunas hasta que se logre la inmunidad global, ha convertido a Sudáfrica en una referencia en la lucha contra la Covid-19.

Las mascarillas forman parte de la indumentaria de los que intentan mantener una rutina que, como en tantos lugares del mundo, nada tiene que ver con el pasado. La lucha por sobrevivir en un país donde la venta ambulante alimenta a millones de familias y los ingresos dependen del contacto y la movilidad, han disparado las cifras de pobreza, desempleo y desigualdad social en Sudáfrica. Como también ha ocurrido en otros países, los negocios se han reinventado y las imprescindibles peluquerías se han adaptado con servicios a domicilio, personalizados, que incluso han mejorado los resultados económicos anteriores a la aparición del virus.

A principios de mayo, el presidente sudafricano aseguraba que la pandemia ha subrayado la necesidad de colaborar, de la misma forma que ha demostrado los efectos dañinos de una acción unilateral. “No podemos esperar superar esta pandemia mientras los países ricos tengan la mayoría de los suministros mundiales de las vacunas, excluyendo y, sobre todo, en detrimento de los países pobres. Mientras nos preparamos para futuras pandemias, debemos acelerar los esfuerzos para garantizar el acceso a la salud universal que pasa por asegurar las vacunas y los tratamientos que salvan vidas”. Y concluía: “Hacer las vacunas accesibles a los países pobres es salvar vidas humanas ahora, no en el futuro”.

Voluntarios de la parroquia comboniana en Mamelodi realizan el control de covid antes de la ceremonia. Fotografía: Carla Fibla García-Sala



Desde el comienzo de la pandemia, Sudáfrica destacó por el número de contagios junto con Egipto, al ser dos de los países del continente en los que se registra mayor flujo de viajeros. Pero mientras en Europa las cifras se disparaban, en África crecían de forma moderada, permitiendo un análisis más sosegado de la situación. De hecho, en Sudáfrica (con 60 millones de habitantes) los expertos aseguran que será la semana que viene cuando comience la tercera ola de la pandemia, habiéndose registrado en los últimos días por primera vez más de 2.000 casos (la mayoría en Free State, centro del país) en 24 horas y sin que los muertos hayan superado el centenar al día.

Las campañas de concienciación y los protocolos adoptados por el Ministerio de Sanidad reflejan cifras que solo estudios posteriores sobre las condiciones inmunológicas de las personas que habitan en el continente africano irán arrojando luz. En Sudáfrica esta semana se alcanzó la cifra de 1.6 millones de casos, 54.896 muertos, y más de 1,5 millones de personas recuperadas, lo que indica que el 95% de las personas que se infectan consiguen superar al virus.

El gran talón de Aquiles, reconocido por la Administración sudafricana y en el que se están concentrando todos los esfuerzos, es la vacunación. Apenas 414.000 profesionales de la salud (cuando se han registrado en el sistema oficial para recibir la vacuna casi el doble) han sido vacunados, la llegada de suministros sigue siendo muy lenta y aunque el Ministerio de Salud no se retracta en que la segunda fase, los mayores de 60 años, empezarán a ser vacunados a partir del lunes que viene, en los centros habilitados para la vacunación masiva siguen faltando facultativos.

La discusión sobre el tipo de vacunas no existe en Sudáfrica. Lo importante es vacunarse y que el suministro no se detenga. La producción local, como la que genera Aspen Pharmacare, empezó a distribuir a finales de abril con el compromiso de que el 50% de las vacunas se queden en tierra africana. El miedo a no estar preparados para lidiar con la tercera ola se ha mezclado con la llegada (oficialmente cinco casos) de la variante india al país. La relación de Sudáfrica con India (donde se están registrando 400.000 casos y 4.000 muertes al día), que acoge a estudiantes sudafricanos y tiene una relación histórica, se está siguiendo con mucha angustia. “El Gobierno se mantendrá firme en los próximos pasos a seguir y anunciará nuevas medidas teniendo en cuenta el avance de las nuevas variantes para mitigar la importación de casos de Covid 19”, explicó Zweli Mkhize, ministro de Sanidad, tras anunciar que se espera que el pico de la tercera ola sea menor que la anterior. A lo que Angelique Coetzee, presidenta de la Asociación Medica Africana (SAMA, en sus siglas en inglés), añade que “es probable que junio o julio, dependiendo del comportamiento del virus en individuos y colectivos adheridos a las normas de distancia social, podrían ser meses complicados por el aumento de nuevas infecciones en el país”.

Las medidas preventivas en los lugares públicos, con dispensadores de gel hidroalcohólico en la entrada de cada establecimiento, la presencia de personas que toman la temperatura e insisten en la importancia de mantener la distancia social contrasta con la ausencia de mascarillas en barriadas como Mamelody (donde se estima que viven 1,5 millones de personas), junto a Pretoria, o en las calles de Soweto que se alejan de la calle Vilakazi, en la que se encuentran las casas que ocuparon Nelson Mandela y Desmond Tutu.

Comienzo de la eucaristía del domingo en la parroquia de Mamelodi. Fotografía: Carla Fibla García-Sala



“Me quito la mascarilla solo para que nos conozcamos de verdad”, explica un artista junto al monumento que recuerda la masacre contra los jóvenes que en 1976 protestaban por las políticas educativas racistas del apartheid.  En cambio, en los medios públicos de transporte que conducen a toda velocidad para completar el mayor número de trayectos posibles, incluidos sus conductores, prefieren la ventanilla bajada para que circule el aire a ponerse la mascarilla. Y en los barrios de clase media y alta, tanto de la capital como del norte de Johannesburgo, usan la mascarilla hasta para pasear al perro en calles donde apenas hay peatones o para hacer deporte.

“Hay que seguir viviendo. No podemos estar más tiempo encerrados, sin trabajar”, explica un taxista de una compañía privada que les obliga a llevar mascarilla para hacer el servicio y que se queja de que la mascarilla higiénica no baja de los 10 rands (60 céntimos de euro). Lo cierto es que, en los puestos ambulantes, junto a la fruta y verdura ordenadas por unidades en bolsas, y todo tipo de productos para el hogar y la higiene, las mascarillas se han convertido en un bien de salud pública más que no está al alcance de todos.

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