Por Santiago Riesco
No se sabe cuántas son porque no tienen contrato. Ni derechos. Por cada 100 kilos de mandioca que raspan les pagan exactamente cuatro reales –menos de un euro–. Desde tiempo inmemorial realizan una tarea que pasa de madres a hijas. Empiezan desde muy niñas. Pasan entre 12 y 14 horas al día trabajando en pequeñas fábricas de harina en condiciones insalubres. Todas son mujeres. Casi todas analfabetas y afrodescendientes. No tienen alternativa.