«Tenemos que ver nuestra misión de manera más humilde» 

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P. Faustino García Peña, misionero salesiano

Extremeño de nacimiento, el salesiano Faustino García Peña acaba de regresar a España después de 30 años en el continente (Burkina Faso, Togo y Túnez). Sus seis años como provincial le permitieron también conocer buena parte de los países del África francófona.Hablamos con él en la comunidad salesiana de Aranjuez, donde vive.


Lleva en España tres meses después de 30 años en el continente africano. ¿Cómo se encuentra?

Tengo una sensación rara. Es como si esos 30 años no hubieran existido. Caigo aquí como si fuese un recién nacido, es como volver a nacer como sacerdote. 


Eso es interesante, ¿no?

Es como si fuera un paréntesis, como si lo que he vivido allí no me sirviera ahora, como si viera aquí que, entre comillas, no soy útil para dar una respuesta a lo que ahora se exige a nivel pastoral. 


¿Puede sentir lo mismo un sacerdote africano al que destinan, de repente, a nuestro país?

De alguna manera sí. Aunque creo que lo que siento se aproxima más a ser un sacerdote novel. Tengo un bagaje y una experiencia que podrá servir para aquellos que quieran impregnarse o conocer algo de lo que he vivido durante tantos años, aunque, por otra parte, siento que a la gran mayoría de la gente tampoco les interesa mucho porque viven centrados en su mundo. 


Es curioso que en un contexto en el que tenemos la posibilidad de saber qué ocurre en cualquier parte del planeta, usted tenga la impresión de que su experiencia no interesa.

Yo pienso que es así, pero no solo a los chavales, también a los adultos. Hay gente muy sensible, pero percibo que cada persona vive mucho en su realidad. Aquí veo mucha endogamia, mucho yoísmo


Se refería antes a su «segundo nacimiento» sacerdotal al volver a España. Háblenos del primero, en Burkina Faso, país al que llegó recién ordenado, en 1995. 

Me considero un sacerdote burkinés. Para mí fue una bonita experiencia, además de una sorpresa. A través de MUNDO NEGRO leía las noticias que se publicaban sobre el obispo Anselme Titianma Sanon, que acuñó la idea de «Iglesia, familia de Dios». Yo estaba enamorado de ese ideal y, mira por dónde, me tocó ir a Bobo-Diulasso porque los salesianos de Madrid estaban fundando allí en aquella época. Además, comenzar una presencia salesiana en un país donde no estábamos fue un gran reto. Cuando el provincial me invitó a ir allí, fue una gran alegría, pero también me produjo un poco de miedo. 

Varios fieles durante una celebración en la iglesia de San Agustín y San Fidel, en el barrio de La Goulette, en la capital de Túnez. La Iglesia en el país norteafricano está compuesta, en su mayoría, por fieles procedentes de África subsahariana y por trabajadores de organismos o empresas occidentales instalados en el país. Fotografía: Fethi Belaid/Getty. En la imagen superior, el P. Faustino García Peña el día de la entrevista. Fotografía: Javier Fariñas Martín


¿En qué sentido?

Era una obra que estaba comenzando, yo era un cura recién nacido y tenía que implantar un carisma. Aunque Guinea Ecuatorial fue mi primera experiencia africana, siempre digo que soy un sacerdote formado en Burkina Faso.


¿Cómo se implanta el carisma de un occidental como san Juan Bosco en el corazón del continente africano?

Pues viviendo lo que se es. No es que yo haya hecho una cosa extraordinaria ni me haya planteado seguir una estrategia u otra. Se trata de ser lo que eres. Yo me siento salesiano con los valores y la identidad salesianos. Y eso se impregna. Esto yo lo he vivido en Túnez mucho más de cerca y mejor que en los otros países. 


¿Por qué? 

Allí no me podía presentar como sacerdote. En Túnez no me pude identificar como tal o hablar desde un punto de vista evangélico abiertamente. Pero la gente percibe una diferencia no solo en la manera de ser o estar, sino en la de actuar, en la de abordar las dificultades.


Después de Burkina Faso y de Togo, el paso a Túnez fue radical.

Cuando hago un análisis de mi experiencia en África, identifico la etapa de Túnez como la más significativa por el trabajo silencioso y el testimonio de presencia. Es una manera de evangelizar sin pretender convertir, porque yo estoy en contra de eso. Yo no estoy allí para convertir a ningún musulmán al cristianismo, estoy para testimoniar lo que soy como cristiano y poder caminar y construir juntos. Se trata de compartir los valores del Evangelio con la presencia y el silencio. 


Si me permite la comparación, ¿es como cuando un familiar pasa por un momento complicado y le acompañamos en silencio?

Se trata de estar siendo lo que eres, siendo consciente de lo que eres. No basta con estar. Hay que empezar por ahí, claro, pero tienes que ser consciente de lo que eres. Esto es lo que te hace significativo en un país islámico siendo sacerdote o cristiano. 

el salesiano Faustino García en Karimama (Benín) durante su etapa como provincial. Fotografía: Archivo personal de Faustino García Peña.

¿Se tuvo que reconfigurar al llegar a Túnez?

En cierto modo sí, aunque no provocó en mí un gran impacto. Me generó un pequeño choque cultural, pero no religioso. Eso sí, me ha ayudado a cambiar el chip en el sentido de que no trabajo por la Iglesia, sino por el reino de Dios, en el que entramos todos. Cuando trabajas por el reino de Dios no buscas conversiones, sino hacer camino para llegar todos juntos a Dios.


¿No se trata, por tanto, de medir la Iglesia por el número? Hace no mucho se percibía cierta obsesión por lo cuantitativo.

Tenemos que ver nuestra misión y presencia de Iglesia de una manera más humilde, menos triunfalista, porque en otras épocas ha habido mucho triunfalismo. Esto pasa a nivel de Iglesia y a nivel de congregaciones. De todas formas, siempre existe la tentación de dejar guiarse por el número. La experiencia de Túnez te ayuda a tener otra perspectiva respecto a esto. 


El que merma es el número de católicos en Occidente, y España no es ajena a esto. Ese ambiente de cierta comodidad e indiferencia que señalaba al principio ¿puede tener algo que ver con ello?

No sé si con respecto a la Iglesia, pero sí que lo veo a nivel vocacional. Es imposible que tengamos vocaciones cuando en la sociedad se están echando de lado valores como el sacrificio y el esfuerzo. El que se empeñe en seguir a Jesús tiene que saber llevar la cruz a cuestas.  


Quien la llevó hasta el final fue su compañero Cesar Fernández, asesinado en Burkina Faso en 2019.

Yo no digo que le mataron, sino que dio su vida. Estoy en contra del término ‘asesinato’, porque fue lo que él quiso. A mí siempre me dijo que el martirio sería el culmen de su vida religiosa. Dios le recompensó con ello, porque era la manera total de imitar a Cristo.

Celebración eucarística en una parroquia de Uagadugú (Burkina Faso). Fotografía: Godong / Getty


Él entregó su vida, pero no fue un kamikaze.

No, no lo somos. Se trata de vivir en una actitud concreta. Yo estoy aquí porque Dios me ha querido aquí y que sea lo que Él quiera. Y si tengo que dar mi vida, la doy.


¿En qué medida entregas como la de César hacen que se replanteen su permanencia en un lugar concreto?

Es cuestión de fe y de identificación con lo que eres. Dios te ha puesto ahí para estar con ese pueblo.


¿Para qué ha servido el martirio de su compañero César? 

Ha interpelado a mucha gente. Le querían mucho, sobre todo los jóvenes. El día de su entierro en Lomé, dije en la homilía  que la sangre de César dará frutos. ¿Vocacionales? Sigue habiéndolas, no hemos tenido crisis vocacional allí, pero lo que sí dará serán frutos a nivel de compromiso. César será una ayuda para que muchas personas sigan adelante en su vida de testimonio y en su vida cristiana.


Ya que habla de la vocación, ¿qué ocurre en Occidente? ¿Ha cambiado la sociedad o la Iglesia tiene que repensar la forma de invitar al sacerdocio o la vida consagrada?

Todo depende de Dios. Es Él quien llama. Esto no se nos debe olvidar. Puede que estemos en un momento histórico en el que Dios nos está diciendo algo y nos está ayudando para preparar el futuro. La falta de vocaciones puede provocar cierta inquietud, pero yo no tengo miedo, porque es Dios el que guía. Hay dos aspectos a tener en cuenta. Primero, tal vez falten experiencias significativas que puedan interpelar al joven y que le puedan remover el corazón y el alma, siempre que antes haya habido un cultivo cristiano. En segundo lugar, veo como un gran obstáculo que la sociedad esté intentando descartar por completo el esfuerzo y el sacrificio. Es muy difícil abrazar una vida religiosa o sacerdotal.


¿La vida religiosa y sacerdotal es sacrificada? 

Puede serlo, porque te hace renunciar a cosas. Otra cuestión es que, cuando estás dentro, te instales de una manera u otra. Si hablamos de la vida religiosa, es sacrificada porque renuncias a una vida mucho más autónoma. No eres tú el que te organizas, tienes que renunciar a perspectivas o proyectos personales que puedas tener, vivir tu vida como un proyecto de obediencia a Dios, estar en la búsqueda de su voluntad y saber prescindir de muchas otras cosas.


Su etapa de provincial quedará para otra conversación. ¿Algo que añadir? ¿Una posdata?

Cuando me despedí de Túnez dije que había llegado a Burkina Faso con la idea teológica de la Iglesia como familia de Dios. Y me voy de Túnez y dejo África por un tiempo con la experiencia hecha de Iglesia, familia de Dios. Hace 30 años llegué con esa idea y me marcho con la experiencia realizada. Esto, aunque pueda parecer paradójico, lo he hecho en Túnez más que en el resto de países.   

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