Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
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Cogió aire y sentenció: “Libros sobre balas”. Descarado y convencido de su éxito, el enchaquetado Mohamed Sheikh Ali Ahmed, conocido popularmente como Diini, ponía el broche final a la segunda Feria del Libro de Mogadiscio seduciendo a la audiencia sobre los beneficios y placeres de la lectura. Miles de somalíes se congregaron en los tres días de fiesta literaria, una escena que contrasta con una historia negra, lamentablemente –la más vendida– y que anuncia un titular desastroso: solamente el 37,8 por ciento de la población de Somalia sabe leer y escribir, según los datos de la ONU.
Pero la misiva intelectual de Diini también servía para enfocar la imagen turbia que generalmente se tiene sobre un país tejido sobre múltiples realidades. Ni Somalia es Al Shabaab, ni Al Shabab representa a los 11 millones de somalíes. Por este motivo desde hace algunos años son varios los jóvenes que desde Mogadiscio o la diáspora utilizan redes sociales como Instagram, Tumblr o Twitter para concienciar fuera y dentro de las fronteras: el ejemplo más sonado es el de la bloguera Ugaaso Boocow, que cuenta ya con más de 173.000 seguidores, y que a golpe de fotos y vídeos muestra el lado más bello y amable de su país. Estos antídotos culturales deberían imponerse mediáticamente: el reflejo de una transformación social y política; la de un Estado que se aproxima a unas elecciones presidenciales el próximo 30 de noviembre; la de un cambio de paradigma posible en el sufrido Cuerno de África. Pero son capítulos de un guión tremendamente complejo. Y la celebración de elecciones no implica que se cumplan los estándares democráticos internacionales.
Somalia ha sido durante mucho tiempo sinónimo de un Estado fallido. En medio de la guerra civil en la década de 1990, el gobierno central dejó de existir provocando en parte una huida masiva fuera de las fronteras porosas a los países vecinos como Kenia, Etiopía o Eritrea y a lugares como Estados Unidos donde se encuentran más de 150.000 personas. Más allá de la relativa estabilidad socioeconómica y política en el norte (en Somalilandia y en una parte de Puntlandia), el país ha vivido en un perpetuo estado de crisis luchando por la supervivencia diaria bajo las influencias que cambian constantemente entre caudillos militares, líderes tradicionales y representantes de clanes, autoridades temporales corruptas y los islamistas extremistas.
En 2012, la esperanza finalmente se levantó para los somalíes que anhelaban caminar hacia una construcción real del Estado incorporando la estabilidad en un territorio ultrajado por demasiados actores. Bajo una fuerte presión internacional, la élite política somalí acordó una Constitución provisional y la formación del Gobierno Federal de Somalia (GFS). Las nuevas caras provenientes del mundo empresarial, la sociedad civil y la diáspora tomaron el timón, entre ellos el actual presidente Hassan Sheikh Mohamud que se vuelve a presentar como candidato. El gabinete de Sheikh ha ganado reconocimiento internacional, financiación para obras de infraestructura como el nuevo aeropuerto construido por los turcos y es apoyado por la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM) que velan por la seguridad en el país con más de 22.000 efectivos sobre el terreno.
Sin embargo, estas elecciones son percibidas con muchas dudas por la comunidad internacional y por una falta de confianza y legitimación por muchos somalíes. Uno de los motivos ha sido que en cuatro años de gobierno se han producido tres cambios de gabinete debido a las luchas de poder internas entre el presidente y los diferentes clanes que reclaman su parte de autonomía. Precisamente, la identidad del clan y sus límites de influencia territorial han sido y son factores determinantes de la política de Somalia. Parece que si no se busca un equilibrio que confluya entre la historia y el sistema de clanes por un lado, y un consenso político de integración nacional por otro, el resultado de las elecciones no harán otra cosa que erosionar el ya delicado tejido social somalí que se ha visto seriamente deteriorado desde la década de los noventa.
La mayor amenaza para la seguridad del país sigue proviniendo por parte de Al Shabab. La organización terrorista ha estado a la defensiva pero aún controla grandes partes del territorio somalí, principalmente fuera de las zonas urbanas (aunque mantiene una presencia en ellos). La milicia ha implementado con éxito su estrategia de guerra de guerrillas con ataques contra objetivos gubernamentales y extranjeros en todo el país. También ha tenido actuaciones fuera de Somalia con un impacto extremadamente alto como por ejemplo: los atentados en la capital de Uganda perpetrados en dos bares que televisaban la final del mundial entre España-Holanda (2010); los homicidios en el centro comercial Westgate en Nairobi en 2013, y la matanza de estudiantes en Garissa en 2015. Estos ataques están diseñados para demostrar que el grupo es una organización de combate viable, y para asegurar un flujo constante de apoyo por parte de los yihadistas y extremistas del Cuerno de África y de partidarios extranjeros.
Además tienen como objetivo demostrar –con éxito– la debilidad del aparato de seguridad de Somalia y socavar la presencia internacional. La propia capital es tan vulnerable que Al-Shabab ha logrado atacar el palacio presidencial Villa Somalia y el Parlamento a pesar de la protección de la AMISOM.
El grupo también ha tenido éxito en la obtención de recursos. Al Shabab ha sido particularmente eficaz en jugar en las aspiraciones políticas de los grupos más pequeños y menos favorecidos mediante la formación de alianzas para el control territorial y el aprovechamiento de diversos tipos de impuestos como la exportación ilegal de carbón y azúcar hacia Kenia. El grupo también continúa recibiendo fondos del exterior, incluidos los de la diáspora somalí. Sin embargo, su ideología y la política no tienen un verdadero apoyo en toda Somalia. El apoyo popular que alcanzaron al imponer cierta estabilidad en las zonas que controlaban se ha desvanecido por el uso reiterado de la violencia. Y bajo este contexto de inestabilidad ¿es tiempo de elecciones en el país?
La capacidad de recuperación de Somalia también ha sido puesta a prueba por una persistente crisis humanitaria. La cuestión de la seguridad alimentaria persiste en un país que ha sufrido episodios de hambruna en numerosas ocasiones en los últimos veinticinco años. Aunque la situación ha mejorado desde 2011, se estima que tres millones de personas siguen necesitando asistencia humanitaria y más de 850.000 necesitarían alimentos de emergencia en un territorio con escasas infraestructuras estatales para hacer frente a esta situación de alarma.
La cuestión de cómo los asientos parlamentarios se han repartido ha permaneció abierta con amargos debates que se llevaron a cabo a finales de 2015 y principios de 2016. La pregunta era si debía existir un nuevo sistema basado en los distritos, o si el país debía seguir utilizando el la Fórmula del 4,5. La fórmula asigna uno de cada cuatro asientos a cada uno de los cuatro grandes clanes somalíes mientras que la mitad de uno, es para los clanes minoritarios. Estos argumentos han manifestado la tensión que subyace en el panorama electoral somalí así como una aceptación a regañadientes de que las élites tradicionales no están dispuestas a dejar la victoria a un nuevo conjunto de ganadores.
En 2012, 135 de los ancianos tradicionales de Somalia fueron llamados a nombrar a los 275 parlamentarios, un proceso que resultó ser fácilmente manipulado por algunos aspirantes políticos. Este año, en un intento de democracia mejorada, 14.025 ciudadanos somalíes tendrán la oportunidad de votar con un 30 por ciento destinado a escaños para mujeres. Sin embargo, los ancianos tradicionales son muy reacios a que las mujeres representan el clan, y los mecanismos reales para reservar asientos específicos a las mujeres aún no se han desarrollado. Hay, sin embargo, una esperanza de que la introducción de delegados con derecho a voto aflojará el dominio del patriarcado.Otra diferencia con 2012 es que el proceso no se llevará a cabo exclusivamente en Mogadiscio. Los ancianos y los delegados se reunirán en todo el país, en Garowe, Kismayo, Baidoa y Adaado, lo que añade un pequeño elemento de la representación geográfica del país.
Una de las preguntas que surgiría a continuación sería que ¿quién quiere ser parlamentario? Debe ser uno de los lugares más peligrosos en el mundo para ser un político. En los últimos cuatro años, 18 diputados han muerto por al Shabab, por los clanes enemigos o como ajuste de cuentas. Los críticos se preguntan por qué se ha gastado tanto dinero, tiempo y energía en las elecciones de un país donde, según la ONU, casi la mitad de la población no tiene suficiente para comer.
La geopolítica del cuerno de África pasa inevitablemente por la agenda regional de Nairobi. El gobierno keniano anunciaba por cuarta vez en mayo que Dadaab, el campo de refugiados más grande el mundo que alberga a 338.000 refugiados de 13 países diferentes, la mayoría de ellos somalíes, se cerraría en noviembre alegando motivos de seguridad y de carga económica. Una táctica que desde hace años le ha valido al gabinete de Uhuru Kenyatta. Sin dinero, no hay compromiso de mantener Dadaab. Un revés cargado de hipocresía humanitaria.
Pero lo cierto es que el pasado agosto, la solvencia económica llegaba coincidiendo con la visita de dos días que el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, hacía en Nairobi. La ONU solicitaba en julio 115,4 millones de dólares para apoyar el programa de retorno y la integración voluntaria. Y no se habían conseguido hasta la inyección prometida por Kerry de más de 146 millones. Parte de esta financiación, como ha pasado en otras ocasiones, servirá para blindar militarmente la frontera sur somalí mientras Kenia continúa con su proyecto estrella: en 2017 comenzará a exportar petróleo. La tubería que uniría las reservas de crudo de Uganda y Kenia tendría como destino final el puerto de Lamu, ubicado en un archipiélago cercano a la frontera somalí donde los militantes de Al Shabab operan con cierta regularidad. Una vez que los negocios geopolíticos se hayan cerrado, Kenyatta se ha comprometido con la administración de Obama a retirar las tropas de Somalia en 2018.
Hassan Sheikh Mohamud. Volverá a defender su asiento presidencial. En el 2012 fue visto como un profesional que podría marcar una diferencia manteniendo una relación de trabajo con los donantes internacionales que continúan financiando el servicio público y con la presidencia del gobierno. Sus principales desafíos incluyen la incapacidad de hacer frente a la corrupción oficial.
Fadumo Dayib. Una refugiada somalí residente en Finlandia desde hace más de 20 años aspira a convertirse en la primera presidenta de Somalia con el objetivo de devolver la paz y la estabilidad al país. Su objetivo es dialogar con Al Shabab que se alimenta de una situación socioeconómica alarmante: el 75 por ciento de los somalíes tiene menos de 30 años y el 68 por ciento está en paro.
Abdirahman Mohamed Farole. Fue el presidente (2009-2014) de la región de Puntland, declarada semiautónoma de Somalia en 1998. Entre sus promesas se encuentra la de eliminar la fórmula “4,5” que obliga a compartir el poder del país entre los cuatro clanes mayoritarios relegando a la sumisión al resto.
Omar Abdirashid Ali Sharmarke. Su perfil tecnócrata y al mismo tiempo diplomático, sirvió brevemente como embajador de Somalia en Estados Unidos, le hace postularse como un posible sucesor de Sheik. Se licenció en ciencias políticas y economía en Ottawa por lo que tiene la doble nacionalidad canadiense y somalí. Su padre, quien fuera primer ministro y posteriormente presidente, fue asesinado en 1969. No está afiliado a ningún partido.
Abdirahaman Abdishakur Warsame. Es el ex aliado cercano del actual presidente quien el pasado mayo renunció a su cargo como asesor político de alto nivel de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Somalia para disputar la presidencia. Sus propuestas son la regulación de los negocios garantizando la seguridad para atraer a los inversores extranjeros, así como la construcción de un sistema judicial eficaz que pueda proteger la inversión privada.
Yassin Mahi Mallin. Es el fundador y presidente del Partido Unidad Social Somalí y en su programa lleva la propuesta de transformar la economía mediante el desarrollo de políticas y leyes que atraigan a los inversores locales e internacionales. Mallin cree que el estado actual de inseguridad y corrupción galopante del país es producto de un sistema de gobierno centralizado que ha fallado. La solución que propone es crear un sistema federal. El dato histórico: en 2008 se convirtió en el único concejal elegido para un segundo mandato de cuatro años en la ciudad de Katrineholm, Suecia, su hogar adoptivo.
Mohamed Ali Nur. Con un perfil diplomático y una trayectoria como ex embajador de Somalia en Kenia, Nur cree que muchos de los problemas a los que se enfrenta su país pueden ser resueltos por los mismo somalíes. Es por ello que su agenda principal es proporcionar liderazgo al sector empresarial y crear oportunidades para los jóvenes mientras que inculca el mensaje de que hay esperanza para el futuro. El cambio vendrá después de 25 años de turbulencias porque, según defiende Nur, las reservas de recursos como petróleo, uranio, pesca o gas son numerosas y están por explotar.
Poco se puede saber sobre cuáles pueden ser las consecuencias para los países africanos de la victoria del republicano Donald Trump. De hecho, ni Clinton ni él hablaron de África prácticamente durante la campaña. Sin embargo, sí ha criticado el intervencionismo de las administraciones que le preceden. Poco después de conocerse quién sería el nuevo presidente de los Estados Unidos, saltaba la noticia de que Ilhan Omar, de 34 años, hacía historia al convertirse en la primera legisladora somalí del país. Esta ex refugiada y activista nacida en Somalia servirá como miembro del Parlamento, en el estado de Minnesota. Una elección que se producía pocos días después de que Trump acusara a los inmigrantes somalíes de este estado de “difundir sus puntos de vista extremistas”. Minnesota tiene la comunidad más grande somalí de la nación, alrededor de 50.000 según el censo de los Estados Unidos.
Y aprovechando la coyuntura, la cantante somalí Deeqa Afro ha canalizado el descontento de sus compatriotas estadounidenses con una canción que lleva más de 80.000 reproduciones en el canal Youtube. «Donald Trump, no maltrates a mi pueblo y no digas palabras que lastiman sus corazones», cantando y bailando bajo un estilo pop.
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