Publicado por José Naranjo en |
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Las elecciones legislativas celebradas el pasado 17 de noviembre en Senegal han supuesto el último acto del vuelco político que se inició en las presidenciales de marzo. En solo ocho meses, los hombres y mujeres de este país han liquidado 24 años de gobiernos liberales, liderados primero por Abdoulaye Wade y luego por quien fuera su delfín, Macky Sall, y han dado todo el poder al Partido de los Patriotas, el PASTEF, una opción política con apenas una década de existencia que se autodefine como panafricanista de izquierdas y que ha logrado seducir con sus promesas de cambio a buena parte de la sociedad.
El triunfo del PASTEF es incontestable. Una cosa es que se viera venir y otra es el tsunami político que tocó tierra el día 17. Frente a una oposición desconcertada y en pleno proceso de obligada reconfiguración, Senegal ha decidido dar todas las llaves de la casa a una nueva generación de políticos que se enfrentan, ahora sí, al desafío más grande: no defraudar a quienes les han votado masivamente y gestionar la ilusión de millones de personas que les perciben como los más adecuados para conducir al país por la senda de un desarrollo que no deje a nadie atrás.
Sin ninguna duda, la persona que mejor encarna este cambio es Ousmane Sonko, el inspector de impuestos y sindicalista que hace más de diez años se atrevió a desafiar a la clase dirigente y que hoy, desde su puesto de primer ministro y líder de la mayoría en el Parlamento, controla todos los resortes del poder. El acoso judicial al que fue sometido desde el año 2020, que provocó las peores escenas de violencia de la historia reciente del país con protestas duramente reprimidas, no sirvió sino para reforzar su popularidad y convertirlo en el referente político de toda una generación. Bassirou Diomaye Faye puede ser el presidente, pero es Sonko quien maneja todos los hilos.
Y aunque parezca increíble, sigue siendo una incógnita. Su operación de derribo del régimen anterior, su uso de las redes sociales y su discurso trufado de un calculado populismo le revelan como un fino estratega, como un animal político de la nueva era. Sin embargo, su lado más reaccionario en cuestiones de sexualidad y género, su vehemencia religiosa, un cierto afán persecutorio contra quien osa contradecirle o el aroma a ajuste de cuentas que flota en el ambiente tras su llegada al poder son luces rojas encendidas. Tendrá tiempo para despejar las dudas.
El momento de la verdad ha llegado. Toca despojarse de las vestiduras de opositor y gestionar el país sin perder de vista que quienes le han conducido hasta lo más alto esperan de él que cumpla sus promesas de cambio, que acabe con la corrupción y el nepotismo, que facilite empleo a una juventud frustrada, que reparta mejor la riqueza y que se plante ante las fuerzas ocultas que quieren seguir llevando las riendas. El tiempo apremia.
Si algo he aprendido en estos años es que los senegaleses son tan efusivos en sus demostraciones de amor como en sus lamentos, llegada la hora.
En la imagen superior, el primer ministro senegalés, Ousmane Sonko, se dirige a sus seguidores el pasado 12 de noviembre, cinco días antes de las elecciones legislativas.
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