Publicado por Gonzalo Vitón en |
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Entre mayo y noviembre de 2024, Sudáfrica, Mozambique, Botsuana y Namibia pasaron por las urnas. Los resultados electorales de estos países fueron muy diferentes, pero con un denominador común: la pérdida de poder de los partidos surgidos de la lucha de liberación nacional. En estos territorios se está viviendo una transformación del mapa sociopolítico, de diferente índole, que abre interrogantes y plantea desafíos tanto para las élites políticas como para las sociedades en su conjunto.
Hace algo más de un año, en mayo de 2024, el pueblo sudafricano acudía a votar. Tras tres décadas de gobierno ininterrumpido y con mayoría absoluta del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela, los resultados electorales obligaban a la búsqueda de alianzas, una situación que acabó con la creación de un gobierno de unidad nacional liderado, eso sí, por el CNA. Unos meses más tarde, en octubre, eran otros dos países los que celebraron comicios: Mozambique y Botsuana. El escenario poselectoral no pudo ser más diferente.
La incertidumbre y la polarización del clima preelectoral en Mozambique, marcado por el ascenso de la figura del opositor Venâncio Mondlane, desafió los planes de un partido, el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), que lleva gobernando el país desde 1975. La tensión preelectoral se trasladó al contexto posterior a las votaciones, e incluso aumentó al conocerse los resultados oficiales. El Frelimo volvía a ganar unas elecciones que fueron descritas como «fraudulentas» e «irregulares» por varios expertos y observadores tanto nacionales como internacionales. La división derivó en una intensa violencia –según Amnistía Internacional, se ha cobrado la vida de casi 300 personas– tras el anuncio de la victoria del candidato del Frelimo, Daniel Chapo. La población salió a la calle en varios núcleos urbanos y la respuesta gubernamental no se hizo esperar, con el ejército y la policía intentando controlar las protestas y manifestaciones. A pesar de que tras varios meses de enfrentamientos en los que abogados de la oposición fueron asesinados y otros partidarios de fuerzas políticas opositoras, como el rapero Joel Amaral, sufrieron ataques y atentados, los principales líderes políticos han acordado una tregua para intentar reconducir la situación. Sin embargo, el resultado electoral se mantuvo y el Frelimo continúa al frente del país, gobernando, una vez más, con mayoría absoluta.
Un escenario que, por otro lado, nada tuvo que ver con el vivido en la cercana Botsuana. Allí, el candidato Duma Boko, de la coalición Paraguas para el Cambio Democrático (UDC), sorprendió con una victoria electoral al histórico Partido Democrático de Botsuana (BDP), que había gobernado el país desde su independencia en 1966. La UDC consiguió mayoría absoluta y el líder del BDP, Mokgweetsi Masisi, garantizó un traspaso de papeles pacífico, una promesa que se llevó a cabo y que permitió a Boko iniciar su andadura política al frente del Gobierno sin grandes sobresaltos políticos, pero con evidentes desafíos de una economía marcada por una quiebra técnica, con el precio de los diamantes a la baja y un desempleo cercano al 30 %.
Más allá de lo que supone este cambio en clave interna, la victoria de Boko podría revitalizar también a la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC), dominada por gobiernos controlados por los antiguos movimientos de liberación y que, como apunta el investigador Sizo Nkala, de la Universidad de Johannesburgo, «no ha conseguido que algunos de sus Estados miembro rindan cuentas en casos de presuntas violaciones de derechos humanos o de incumplimiento de los procesos democráticos».
El último país de esta región que celebró elecciones en 2024 fue Namibia, en noviembre. Aquí, la candidata de la Organización del Pueblo de África del Sudoeste (SWAPO), Netumbo Nandi-Ndaitwah, retuvo el cargo para su formación y se convirtió en la primera mujer presidenta del país. A pesar de esta victoria, el histórico partido político, protagonista de la lucha de liberación nacional namibia, sufrió una pérdida de apoyos, en línea con los otros partidos de similares características de la región. La SWAPO mantuvo el poder por un estrecho margen, pues los 51 diputados que consiguió, son solo dos más de los necesarios para la mayoría absoluta.
El escenario político de África austral ha cambiado de forma significativa en el último año. Los partidos políticos históricos, que habían estado en el poder de forma ininterrumpida en las últimas décadas, prácticamente sin oposición, han visto desafiadas sus posiciones dominantes. En el caso de Sudáfrica, el CNA y su líder, Cyril Ramaphosa, han demostrado suficiente cintura política como para dar forma a un Gobierno de Unidad Nacional que integra en sus filas a figuras políticas de muy diversa procedencia, incluyendo de la Alianza Democrática (DA), de mayoría blanca. Similar es el caso del BDP en Botsuana, que ha aceptado una sorprendente y contundente derrota, facilitando una transición pacífica del poder e iniciando así un periodo de alternancia política en el país, que sin duda repercutirá de forma muy positiva en la salud democrática del Estado. Frente a estos cambios políticos, en Namibia y Mozambique, los dos principales partidos, SWAPO y Frelimo, se mantienen en el poder. Las diferencias radican en el escenario poselectoral, pues las tensiones y polarizaciones en Mozambique han desembocado en numerosos escenarios de violencia ponen en entredicho la estabilidad sociopolítica del país.
Durante muchas décadas, CNA, BDP, Frelimo y SWAPO habían cimentado su apoyo popular en su papel como actores protagonistas de las luchas de liberación nacional durante la segunda mitad del siglo XX. Estos partidos han sido agentes centrales en la consecución y consolidación de las independencias de estos países, pero su alargada presencia al frente de los Gobiernos, junto con la evolución demográfica que están experimentando estas naciones, han provocado cambios importantes en el escenario político de la región austral.
La fuente de legitimidad de los partidos políticos que han gobernado históricamente en la región ha variado, pues el discurso de la lucha contra el colonialismo encuentra mucho menos eco entre los votantes más jóvenes, que han nacido ya durante la independencia. Como apunta Nic Cheeseman, politólogo británico y profesor en la Universidad de Birmingham, en declaraciones recogidas por Africanews, «el cambio generacional es un factor importante en el desplazamiento de las placas tectónicas políticas que estamos viendo. La gente quiere trabajo y dignidad. No se pueden comer recuerdos». Para la Unidad de Investigación de África, vinculada al Emirates Policy Center, «la capacidad de los antiguos movimientos de liberación para basarse únicamente en su legado histórico ha disminuido notablemente. En su lugar, los votantes dan cada vez más prioridad a los resultados de la gobernanza y a los logros tangibles frente a las credenciales de la época de la liberación».
Este cambio obliga a los partidos tradicionales a redefinir su discurso político, así como su programa electoral, si quieren resistir como actores políticos relevantes. Pero también aceptar el juego democrático marcado por la alternancia en el poder y la reducción de la corrupción, uno de los grandes desafíos a los que tienen que hacer frente. Si bien Botsuana (86 %), Namibia (75 %) y Sudáfrica (66%) se encuentran por encima de la media continental (65 %) del porcentaje de población de personas que no sufren presiones para votar –Mozambique, con el 45 %, es el único de los cuatro países por debajo de la media– (ver MN 712, p. 16), lo cierto es que los datos sobre satisfacción con la democracia no son nada alentadores. En los cuatro países, menos de la mitad de la población se encuentra satisfecha con el sistema actual. Y lo que es aún peor, con caídas muy marcadas en los últimos diez años. Entre 2013 y 2023, según los datos del Afrobarómetro, Namibia, Botsuana y Sudáfrica perdieron 12, 40 y 35 puntos porcentuales, respectivamente, situándose con un 50%, 30% y 25% de la población satisfecha con la democracia. Namibia y Botsuana, con datos de 2024, han recuperado 5 y 15 puntos. A falta de las cifras del año pasado, Mozambique es el único país que ha visto crecer este indicador en la última década, pasando de un 35% a un 42%. De estos cuatro países, tres de ellos, Botsuana, Namibia y Sudáfrica son democracias incompletas, mientras que Mozambique ya aparece como un régimen autoritario, según los datos del Democracy Index 2024 elaborado por Economic Intelligence.
Para el Emirates Policy Center se dibujan tres posibles escenarios tras el ciclo electoral de 2024 en la región: un entorno regional más estable, mayor vulnerabilidad a la polarización internacional o éxitos limitados en medio de retos persistentes. Sobre el primer escenario, destacan que el tensionado clima político y la posibilidad de que los nuevos Gobiernos sean incapaces de cumplir con las expectativas y sus programas electorales, pueden provocar que no se consiga dicha estabilidad. En torno al segundo ítem, subrayan que el nuevo escenario internacional de mayor polarización puede intensificar la creciente competencia económica y las rivalidades geopolíticas. Sin embargo, los analistas de este centro apuestan por el tercer escenario, en el que, manteniéndose los retos actuales, se consigan ciertos éxitos tanto a nivel de política interna como externa. En cualquier caso, para el analista Joseph Nanewo Abed, el cambio de tendencia que se está empezando a vislumbrar en esta parte del continente africano podría «impulsar una sociedad civil más robusta, fomentar un mayor compromiso político y, en última instancia, conducir a la consolidación de las normas democráticas».
El futuro va a depender, en buena medida, de la capacidad de los nuevos gobiernos para abordar con éxito el aumento de los casos de corrupción. En los países de la región, tal y como demuestran los datos del Afrobarómetro, se ha incrementado la percepción de la corrupción por parte de la población, algo que, sin duda, tiene un impacto en los resultados electorales. Junto a políticas dirigidas a combatir la corrupción, va a ser central que los nuevos Gobiernos enderezcan el rumbo económico, afectado tras la pandemia. Reducir los altos niveles de desempleo, sobre todo juvenil, va a ser determinante para que en el siguiente ciclo electoral los partidos políticos puedan invertir sus tendencias a la baja. Y, por último, la gestión de los recursos naturales y sus dividendos también puede marcar la agenda política de los Ejecutivos. En Botsuana, el Gobierno se ha esforzado por firmar nuevos acuerdos con las multinacionales para controlar más los beneficios generados por la industria diamantífera. Mozambique, Sudáfrica y Namibia son también países en los que la extracción de recursos naturales supone una parte muy importante de sus economías y que, en países como el primero, está detrás de conflictos armados. Garantizar que dicha extracción revierta en la mejora de las condiciones de vida de sus poblaciones es uno de los grandes desafíos al que los líderes australes tienen que hacer frente.
Si bien el futuro es incierto y parte de los problemas que acucian a los históricos partidos políticos del sur del continente derivan de que viven anclados en el pasado, ni los políticos ni las sociedades podrán sobrevivir en la era posterior a los movimientos de liberación sin tener presentes las luchas históricas. Preguntado por esta cuestión, el profesor Diego Buffa, del Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Córdoba (Argentina), alerta a MN del peligro que supondría que las generaciones más jóvenes olvidaran un pasado tan cercano que ha marcado de forma tan profunda la historia reciente de sus países. En esta línea, aunque de forma específica para el caso de Mozambique, Eva Trindade reflexiona sobre la necesidad de establecer un nuevo contrato social, pero avisa, «sin poner en peligro, en ningún caso, la preciosa e innegociable independencia política que tanto les ha costado conseguir». Una independencia que, para ser completa, deberá ir acompañada del cuidado de la salud democrática, con todo lo que ello implica.
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