Un himno cabreado por la solidaridad

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La obra de teatro «Du silence à l’explosion» («Del silencio a la explosión») se estrenó esta semana en España, en el marco del Festival Oui! del Instituto Francés.

La dramaturga Céline Brunelle vive a hora y media de Calais (frontera entre Francia y Gran Bretaña). Comprometida desde 2014 en la ayuda voluntaria a los exiliados en territorio francés, necesitó trasladar a su trabajo la realidad de personas migrantes y refugiadas, y lo hizo en la obra en Mon Livre de la Jungle (My Calais Story) –en la que narra el arduo camino de los que llegan–, que ahora completa con Du silence à l’explosion, centrada en la no-acogida en suelo europeo.

Tres actos: «du silence au bruit/ du bruit au cri/ du cri à l´explosion» («del silencio al ruido/ del ruido al grito/ del grito a la explosión»). Y es una descripción literal porque desde el primer golpe de luz, de la primera nota de una música que marca el relato y llega a resultar tan molesta e insoportable como la propia narración, la tensión no deja de aumentar. La obra logra transmitir el agotamiento, la ira y el aburrimiento de una realidad que, a pesar de ser una práctica ancestral de la humanidad y un derecho recogido en acuerdos y convenios internacionales, se sigue criminalizando y deshumanizando.

A Brunelle le han acompañado en la escritura y composición de la obra Ahmed Elalfy (cuyo nombre artístico es Isaiah), un joven egipcio criado en Francia, y Jonaskay, un joven exiliado de República Democrática de Congo que creció en Angola. En el escenario, un decorado gris, como los chándales con los que los actores aparecen uniformados –a pesar de desempeñar varios personajes–, cinco cubos idénticos y dos cajas verticales permiten narrar las diferentes situaciones. Apoyados en imágenes de video y animación, así como efectos visuales y sombras, el espacio se llena de un movimiento a menudo asfixiante, o que parece estar suspendido en el tiempo durante los momentos de reflexión de los personajes.

Céline Brunelle, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



La composición musical de Glazie Furtivo podría ser un actor más de la obra porque tanto las letras de rap («rock and poetry», acrónimo del RAP) sin concesiones, como los sonidos electrónicos que ayudan a crear la tensión que sufren las personas que se exilian, no permiten que se salga de la narración. «El trabajo de composición realizado en la intimidad con la actuación de los artistas se convierte durante la representación en un motor, una guía. El universo sonoro y musical de Glaze Furtivo es siempre cinematográfico, va del jazz al hardcore. Del silencio a la explosión», explican los organizadores del festival.

El ritmo de los idiomas (se pasa del francés, al portugués, al árabe o al inglés), como del slam al rap, es para Brunelle algo que fluye en la obra. «En la obra se pide no existir, no ser escuchado demasiado, pero se puede hacer ruido; y a partir de todas las pruebas superadas a lo largo del tiempo, del camino, es como se pasa del silencio a la explosión», explica a MUNDO NEGRO tras confesar que tiene nítidos recuerdos de los momentos vividos en los que se ha basado para crear la obra, pero que la escritura fluyó de forma tan sorprendente que carece de la sensación de haberle dedicado tiempo.

Cinco actores, tres hombres y dos mujeres de dos generaciones y tres nacionalidades diferentes que en los momentos de mayor desesperación del que llega a Europa buscando una vida mejor, digna, se funden en una sola persona gracias a la cuidada coreografía de la obra. El calidoscopio que forman los personajes va desde un menor sudanés que ha huido de Darfur tras perder a toda su familia en una masacre perpetrada por el régimen dictatorial de su país; una mujer francesa de mediana edad, comprometida y solidaria; un hombre paquistaní que huyó de los talibanes y que lleva dos años esperando a que la Corte Nacional de Derechos de Asilo le cite para obtener los papeles y poder reunirse de nuevo con su mujer y su hija; una estudiante de Derecho francesa que acaba especializándose en la defensa de extranjeros ante los casos que se va encontrando en su vida cotidiana; y un joven egipcio, cuyo padre llegó de forma clandestina a Francia y cuando se regularizó pudo hacer la reagrupación familiar, y que ahora es él quien acompaña y debe distinguir a los que son o no menores que viajan solos, con la presión de arruinar sus vidas al decir que son mayores de edad y pueden ser repatriados.



«La obra habla de la política de no-acogida y los interminables procedimientos para regularizar la situación de una persona, las leyes, el sistema, que es realmente deshumanizado, no adaptado al caso por caso y que apuesta por el rechazo. Se es culpable incluso antes de ser considerado presuntamente inocente, como se ve en las evaluaciones de menores que son realmente escandalosas», añade Brunelle.

Las colas interminables con personas que aparecen como si fueran exactamente la misma a ojos de las autoridades, siendo personas con nombres, apellidos e historias diferentes; las coletillas en las llamadas oficiales, como el «ya le llamaremos», se suceden en el escenario de forma natural, como parte de una normalidad que la obra denuncia. «No todo es política, el espectáculo se sostiene en la cólera y la rabia. He elegido que aunque explote en el escenario, se convierta siempre en algo luminoso, porque si solo mostramos los extremos quedan únicamente los extremistas, tenemos la impresión de que las personas que están en contra son mayoría y que la parte flotante acaba tendiendo hacia ese lado, cuando hay mucha gente a favor de la acogida, que se manifiestan en contra de esta política europea –explica Brunelle, sin caer en el olvido de la solidaridad–. Quiero valorizar las palabras que no son las más evidentes ni las más escuchadas, porque las personas a las que apoyan no siempre están ahí para comunicar sobre lo que hacen».



Como ejemplo de esa relación de acogida que se genera, este diálogo representa a los que se enfrentan al proceso de regularización en un país europeo:

«(…)

Nathalie: Hola.

Jonaskay: Sí.

Nathalie: Bueno, es que no.

Jonaskay: Vale.

Nathalie: Lo siento.

Jonaskay: Vale. No es grave.

Nathalie: Vamos a avanzar. ¿De acuerdo?

Jonaskay: Sí.

Nathalie: Vamos a pasar la siguiente etapa. Vamos a intentar pedir una tarjeta de residencia… vamos a poner otro recurso en el tribunal administrativo.

Jonaskay: Allí es difícil…

Nathalie: Sí, lo sé… lo siento… Pero vamos a continuar.

Jonaskay: ¿Qué tengo que hacer?

Nathalie: Por el momento, sigue con todo normal. Sobre todo, sigue sacando buenas notas en el instituto. Haz tus actividades. Todo eso será útil… ¿Vale?

Jonaskay: …

Nathalie: ¿Vale? No te preocupes, estoy aquí…



Brunelle recuerda que la situación actual en Calais no ha avanzado desde el primer desalojo en 2003. «En la actualidad es la represión cotidiana. Todo lo que pueda construirse, lugares donde refugiarse, cada mañana es destruido y limpiado. En la ciudad se ha decidido impedir la distribución de agua y comida… como si dar un vaso de agua a alguien fuera a convertirse en una llamada para que el resto del planeta venga a la frontera inglesa».

«Mi respiración se entrecorta», es una de las frases que inicia una obra necesaria porque habla de los que vienen buscando una vida digna y sobre todo de los que les recibimos. Un ejercicio sano de autocrítica que demuestra que queda mucho por cambiar y mejorar.

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