Una historia de libros y piedras

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La universalización de la educación, uno de los grandes logros del Cabo Verde independiente.


El 26 % de la población caboverdiana tiene menos de 14 años. La edad media del país se sitúa en 26,8. Por eso, lo habitual es ver a chicos y chicas en dirección a escuelas grandes y pequeñas, institutos o universidades. A lo largo del país, MUNDO NEGRO ha hablado con docentes y formadores acerca de la educación, campo en el que el país ha avanzado de forma notable desde 1975, aunque quedan muchas facetas por mejorar.



La rua d’Arte está en el barrio de Terra Branca. En Praia, la capital de Cabo Verde. En sus paredes se multiplican los murales. Una apuesta por dignificar y revalorizar la zona la ha convertido en una atracción para locales y foráneos. En un esquinazo te encuentras un retrato del cantante local Ildo Lobo. Avanzas y llegas a un niño que bebe agua de un grifo a manos llenas. Y a Codé di Dona, emblemático representante nacional del funaná, uno de los legados musicales del país –«En su género está a la altura de Cesária Évora», nos dicen–. La referencia es esta calle, pero hay más. Enfrente, dos alas de ángel emergen en un muro al lado de sendas sentencias en criollo: Bu ka ata perdoi nada si tudu algen gana –‘Tú no pierdes nada si todos ganan’– y Bu ka ta ganha nada si tudu algen perdi –‘Tú no ganas nada si todos pierden’–.

La calle China, amplia y sembrada de rotondas, separa Terra Branca de Tira-Chapéu. Aquí hay menos asfalto. Más suciedad. Casas más apelotonadas. Menos barrio, aunque lo sea. Con un colegio, el único. La Capelinha de Tira-Chapéu. Muy cerca de su entrada, una niña pintada sobre una fachada sostiene una torre de libros sobre su cabeza. Porque aquí también hay murales, aunque no tengan tanto reconocimiento como los de la barriada vecina.
Alexandro quiere ser conductor de ambulancia. Eder, Guilherme, Revisol y Olivier, futbolistas. Juliana y Eric, policías. Paloma, Alicia y Denise, profesoras, aunque esta última matiza que «como Filipa», la profesora que luego tomará la palabra. Seguimos. Edivania, enfermera. Luana, peluquera. Elson, astronauta. Fabio, bombero. Mayra, cocinera. Joyce, empresario. Kelly lo tiene ­doblemente claro: profesora y bailarina. Por sueños que no quede. Son 14 de los 600 alumnos matriculados en la Capelinha.

Dos niñas pasan delante de un mural cerca de la Capelinha de Tira-Chapéu, en el barrio del mismo nombre, en Praia. En la imagen superior, una alumna del Jardín de Infancia Espíritu Santo, que las misioneras espiritanas dirigen en Assomada. Fotografías: Javier Sánchez Salcedo


La alfabetización

Con 50 años de perspectiva, hables con quien hables en Cabo Verde, todo el mundo reconoce que la educación es uno de los campos en los que más ha avanzado el país desde 1975. Algunas de las últimas estadísticas sobre el sector indican que el Estado gasta un 6,5 % de su PIB en educación, que los caboverdianos están escolarizados una media de 6,1 años, que hay 20 alumnos por profesor en Primaria y 15 en Secundaria. La tasa bruta de matriculación en Primaria es del 96,4 % y del 86,4 % en Secundaria. Fruto de este esfuerzo es el 91 % de alfabetización en adultos, la cuarta mejor cifra de África, solo por detrás de Santo Tomé y Príncipe, Mauricio y Namibia.

Una de estas cifras es cuestionada por Ana Moeda. Profesora en Tira-Chapéu desde 1996, durante el curso 2024-2025 tuvo a 31 niños de siete años –11 por encima de los datos oficiales–. Y esa es una de sus inquietudes: «Habría que reducir el número de alumnos, especialmente en los primeros cursos», dice.

Como si fuera un columpio que va –de lo negativo– y viene –hacia lo positivo–, reconoce que sí, que «el nivel de alfabetización es algo de lo bueno de la educación del país», y no duda en reconocer un logro invisible pero real: el incremento imparable de las mujeres entre el alumnado universitario.

Sin pausa para digerir esa idea, vuelve al columpio: «Ahora el barrio está peor. La situación de la comunidad ha empeorado. Los padres tienen menos tiempo para educar».

La emigración, los horarios eternos, la pobreza, las dificultades del día a día… La retahíla de factores que inciden en este último reto se suceden cuando hurgas en esa herida. Habla Moeda: «La escuela se ha convertido en un lugar en el que dejar a los hijos. A la hora de educar, el profesor está solo muchas veces».

Uno de sus compañeros de claustro, Carlos, lleva 11 años en el colegio. Es profesor de Educación Física. Supervisa un partido de fútbol en el que no hay porterías. En el que muchos de sus alumnos juegan descalzos. En el que hay pelota porque uno de los chicos la ha traído de casa. El docente insiste en la falta de medios. Pero ve el vaso medio lleno: «Entre lo positivo está la armonía. Los chicos son amigos y eso se lleva a la ciudad». Se lleva al barrio.

El recorrido por la Capelinha finaliza en el aula de Filipa Delgado, que vive en Tira-Chapéu. No tarda más de cinco o diez minutos en llegar andando al trabajo. Sus alumnos, los de los sueños, se alborotan con la facilidad que permiten los años, seis o siete. La profesora intercala algunas ideas en medio de una clase de matemáticas que inmortaliza en una pizarra negra y brillante. «La educación aquí es mejor que en otros países africanos, pero necesita mucha inversión», explica. Además de la renovación de los materiales y de la mejora en el acceso a recursos tecnológicos, Delgado apunta a un factor crítico, la mejora del suministro eléctrico. Y también a las ayudas públicas para la compra del material escolar, porque han disminuido de forma notable. «Cada vez hay más dificultades y menos ayudas», señala. Según el Banco Mundial, el gasto en educación de las familias caboverdianas equivale al 4,6 % del PIB.

Filipa Delgado, profesora de la Capelinha de Tira-Chapéu. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo




Preescolar en Assomada

En el centro de la isla de Santiago, a unos 50 kilómetros de Praia, está Assomada. Casi a las puertas de abandonar la ciudad camino de Tarrafal está Nhagar, un barrio empobrecido donde no faltan las familias monoparentales maternas, los trabajos precarios, las dificultades del día a día. Aquí están desde 2011 las Hermanas Misioneras del Espíritu Santo. Cuatro religiosas caboverdianas dirigen el Jardín de Infancia Espíritu ­Santo en el que, junto a 16 trabajadores, atienden a 200 niños y niñas de entre cero y cinco años.

La puerta del centro se abre a las siete y media de la mañana. Y hay padres que no regresan a por sus hijos hasta las ocho de la tarde. Al escuchar a la hermana Luísa Martins detallar esta realidad, es inevitable no acordarse de Ana Moeda y de la soledad de los docentes. Las jornadas laborales de los progenitores tienen que eternizarse para obtener el sustento necesario para vivir. Aunque a veces ni siquiera es suficiente. Las familias que no pueden asumir el pago de las mensualidades abonan la mitad, solo una parte «o pagan en especie, con parte de lo que cultivan en casa», explica Martins.

La congregación llegó a Cabo Verde en 1946. Se instalaron en Praia y Santa Catarina. Su carisma es evangelizador y trabajan junto a colectivos empobrecidos que, además, no han oído hablar de Dios. «Pero –matiza la religiosa– dentro de eso tenemos que ayudar a los niños, a las mujeres… Por eso trabajamos en el ámbito educativo o en el sanitario si es preciso».

En Nhagar hay cuatro espiritanas. Una de ellas, Vitorina Moreno, con un pasado misionero en Senegal y Camerún, ya no trabaja con los pequeños, pero deja en el aire una reflexión interesante. La congregación, debe «ayudar a la persona a aprender lo que es la libertad. Esa es una tarea importante».

Una alumna de la Escuela Salesiana de Artes y Oficios, de los salesianos en Mindelo. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo




Salesianos en Mindelo

El sistema educativo caboverdiano se sustenta principalmente en los centros públicos, aunque también destacan las iniciativas privadas y las eclesiales. Si el Jardín de Infancia Espíritu Santo de Assomada se ocupa de la educación ­preescolar, en Mindelo destaca la Escuela Salesiana de Artes y Oficios (ver MN 712, pp. 82-85). Con cerca de 80 años de historia, en el último curso lectivo tuvieron en sus aulas a 1 274 alumnos desde la enseñanza básica hasta Bachillerato. Eso supone que el alumnado revoluciona pasillos, patios y aulas a cualquier hora del día, en todo momento, desde las siete y media de la mañana hasta las siete de la tarde.

Para alimentar el hambre de conocimiento, la Escuela tiene un claustro de 115 profesores, a los que se suma la aportación de los salesianos. «Todos en la comunidad estamos implicados de una manera u otra en el colegio», explica Luis Peralta, misionero salesiano madrileño y director de la Escuela desde 2019. El centro, cuyos orígenes se remontan a hace casi 80 años, tiene un concierto con el Gobierno de Cabo Verde por el que el Ministerio de Educación contrata y abona el salario del profesorado, mientras que los salesianos se hacen cargo del personal administrativo y de servicios.

Cerca de la casa museo de Cesária Évora y de la avenida de Lisboa, la arteria social de la ciudad, está la Escuela. Su director, Luis Peralta, acomete desde 2019 su segunda etapa en Cabo Verde. Nacido y criado en un barrio humilde de Madrid, Villaverde, estudió en el colegio San Carlos y era miembro activo de la Parroquia Nuestra Señora del Pino. Entre la Filosofía y la Teología hizo trabajo pastoral en un colegio de Salamanca y en la Ciudad de los Muchachos, en la zona de Puente de Vallecas.

Como máximo responsable del centro habla de un alumnado estudioso en general, con gran facilidad para los idiomas y con el que es fácil trabajar, en especial porque «aquí la figura del profesor todavía es relevante». En cuanto a la aportación que la formación salesiana deja como legado en el país, reconoce que «nuestra forma de colaborar con la sociedad es a través de la educación. Nuestro principio básico es la formación y la educación en valores».
La hermana Vitorina Moreno habla del aprendizaje de la libertad. Luis Peralta de la educación en valores. El arzobispo de Praia (ver p. 57) se refiere al descubrimiento del cimiento cultural cristiano. Todo suma en medio de un país con un corto bagaje como nación independiente.

Esa trayectoria se refleja también en el último escalón del proceso formativo, el universitario. Mami Estrela, profesora de Pedagogía en Mindelo en la Facultad de Educación de la Universidad de Cabo Verde, reflexiona sobre este hecho y subraya que «no hay mucha tradición de estudios superiores en el país y no hay una pedagogía universitaria específica. El nivel de exigencia es muy básico y hay poca innovación».

Durante la conversación con MN, que tiene lugar en la cafetería del Centro Nacional de Arte, Artesanía y Diseño de Mindelo, la docente advierte que la institución universitaria está todavía muy vinculada a los métodos formativos de la antigua metrópoli y que en este medio siglo de independencia todavía no se han creado sistemas propios. En su opinión, debe mejorar el nivel de la investigación y el conocimiento científico, hay que trabajar en vincular más a la universidad con la realidad del país y, además, educar a los alumnos en el cultivo de la paciencia: «Repiten conocimientos, pero no se les ayuda a pensar». En este momento de la respuesta, Estrela parafrasea a Amílcar Cabral, quien advirtió que la liberación de los países a través de la lucha armada era fácil, pero que lo más complicado era liberar el pensamiento. Y concluye: «Hay que descolonizar nuestra cabeza. El impacto de la colonización deja una marca genética». A pesar de las dificultades, la profesora en Pedagogía reconoce que «estamos en un camino bonito».

Lo dice porque, quizás sin saberlo, piensa lo mismo que Luísa Martins, la religiosa espiritana de Assomada que tiene entre manos una materia prima muy sensible: un montón de niños y niñas de cero a cinco años. En ese contexto, en el que queda todo por hacer para educar y formar a esos chiquillos, la misionera se muestra esperanzada en el futuro. Y lo hace porque el pasado, a pesar de las dificultades, trajo grandes cosas a este país: «Muchas mujeres que lucharon y transportaron piedras ahora tienen doctores en la familia».

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