«El cine es imagen que aporta esperanza»

Annouchka de Andrade junto a su madre, Sarah Maldoror en mayo, durante la presentación de su retrospectiva en Madrid.

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Sarah Maldoror se declara africana porque «desciende de los africanos que mandaron a la isla de Guadalupe». Su obra, política y reivindicadora, se compone de 40 títulos que su hija está intentando recuperar para difundir un legado crítico con el colonialismo y que refleja el ávido interés de Maldoror por los movimientos sociales en Europa, Rusia y, por supuesto, en el continente africano.

En Monangambee (un canto anticolonial que literalmente significa «muerte blanca»), un angoleño encerrado por las autoridades coloniales se dirige a un lagarto para quejarse del hambre que le hacen pasar sus torturadores. Esa escena, de fuerte contenido simbólico, pero profundamente ligada a la realidad, podría servir como resumen de la obra cinematográfica de Sarah Maldoror: concienciada políticamente, poética y reivindicadora de la historia africana. Y es que, aunque Sarah Maldoror nació en Francia y su familia provenía de Guadalupe (una isla de las Antillas francesas) parece tener clara su procedencia: «Desciendo de los esclavos que mandaron allí. Soy africana». 

A menudo citada como matriarca del cine africano por ser una de las primeras mujeres en realizar un largometraje en el continente, su carrera –de casi cuatro decenas de películas– podría haber sido, con el tiempo y la distancia, una de esas creaciones que quedan en los márgenes, fuera de todo circuito accesible para el público. Sin embargo, su hija, Annouchka de Andrade, directora artística del Festival de Cine de Amiens (Francia) y también cineasta, está decidida a difundir su legado. Así lo demostró la presencia de ambas en Madrid para presentar la primera retrospectiva de su obra que se ha podido ver en Europa, organizada por el Museo Reina Sofía y el Festival DocumentaMadrid. En ella, el público pudo asistir a la proyección de 18 películas dirigidas por ella, o en las que la cineasta había asumido otros papeles destacados como la asistencia de dirección o el guion. La sesión inaugural del ciclo, en la que se proyectaban dos de sus cintas más célebres (Monangambee y Sambizanga), ofreció un encuentro de la cineasta con el público. Allí vimos que la edad habrá podido apartar a Sarah Maldoror de la creación de nuevos proyectos, pero no le ha hecho perder ni el sentido del humor ni el carácter enérgico que se intuye que tuvo durante toda su vida anterior. Tras el pase, MUNDO NEGRO entrevistó a madre e hija.

«Son mis primeras películas, siempre hay una debilidad por los primeros largometrajes. Ahora me pregunto cómo fui capaz de hacerlas. Sin tener los medios. Pero hacía las películas sin que me hiciera falta nada más. Sin darme cuenta de que lo estaba logrando», apunta Maldoror al recordar las dificultades económicas de los primeros rodajes.

A ratos, la artista se muestra perpleja de que no se haga un esfuerzo mayor para que los menores acudan más al cine o al teatro, y así puedan tener, cuanto antes, un contacto directo con las sensaciones que genera la imagen en movimiento, consciente de lo que esta aporta a la transmisión del relato. Maldoror reivindica la poesía como canal de contacto: «El cine es la imagen, y la imagen siempre nos aporta algo, hay una esperanza».

El teatro y Moscú

Lo cierto es que la propia vida de Sarah Maldoror es de película. Fundó en París la compañía teatral Les Griots, integrada por actores africanos y afrodescendientes. Con ella representó Los negros, de Jean Genet, y otras obras de contenido político como las de Sartre (Huis clos) –el propio autor les mandaría un cheque para los derechos de autor que no habían pagado, porque ni sabían que tenían que hacerlo–. «Guardo buenos recuerdos de aquella época. Era la primera vez que se nos reconocía como Les Griots, y que también nos reconocíamos a nosotros mismos. Eso fue importante».

Después viajó con una beca a la Unión Soviética para estudiar cine. Maldoror esperaba encontrar el paraíso, pero con lo que se encontró fue con un enconado racismo que le hizo plantearse la vuelta. 

«Ir a Moscú ahora es algo normal, pero en mi época era todo un acontecimiento. Moscú era una gran ciudad, se esperaba mucho de Moscú, para mí representaba el paraíso, como para la mayor parte de la gente, pero bueno, hay paraísos y paraísos… Hablo de Moscú refiriéndome a una ciudad a la que se iba y se podía respirar», comenta Maldoror, insistiendo en las sensaciones que le provocó aquella estancia. «Era sorprendente por su tamaño, había mucha gente que salía de todas partes. No sabías de dónde venían. Parecía como si salieran de debajo de la tierra, como si apretases un botón y la gente saliera por arte de magia». La oferta cultural, su historia, las posibilidades para formarse y hacer teatro fue lo que más atrajo a Maldoror, y lo que permanece intacto en su memoria.

Tras Moscú, vivió en Marruecos y en Argelia, donde fue ayudante de dirección de Gillo Pontecorvo en La batalla de Argel, sobre la guerra de independencia argelina. «En Argelia fue diferente, porque la población luchó, se defendió, y terminaron por imponerse; lo que no fue el caso de Rusia, que ya era libre». Al recordar los temas y enfoques que le interesó realizar en aquella época, sigue sorprendiéndose por la aceptación: «Creo que no debemos someternos a ideas preconcebidas. Así fue como trabajé en Argelia, y funcionó para varias producciones».

En el país magrebí también rodó su primer largometraje como directora, Des fusils pour Banta (Rifles para Banta, en francés), una cinta que a día de hoy sigue en paradero desconocido después de que el propio Gobierno de Argelia, que le encargó la película, la confiscase: no era la propaganda que se esperaba.

Decidió irse de Argelia por desavenencias políticas, y se instaló en Saint-Denis (París) con las dos hijas que tuvo con Mário Pinto de Andrade, fundador y primer presidente del Movimiento Popular de Liberación de Angola. Fue este contacto con los movimientos anticoloniales de Angola, de la mano de su marido, lo que la llevó a dirigir su película más célebre, Sambizanga. «De repente éramos libres, el país nos pertenecía, nos era devuelto, y esa sensación era importante reflejarla en el cine. Los movimientos anticolonizadores obtuvieron el protagonismo durante ese período», añade Maldoror.

Imagen de la película Sambizanga, obra de referencia de Maldoror proyectada en el festival DocumentaMadrid

«Sambizanga es una película que representa su persona, su obra, su pensamiento. En ella, una mujer va de prisión en prisión buscando a su marido. Es una película sobre la colonización realizada con actores no profesionales. La actriz principal recibió críticas por ser muy guapa, pero ella (Sarah Maldoror) siempre dijo que se podía ser guapa, africana y militante. Esa es la poesía que precisamente busca y encuentra en el cine», detalló Annouchka de Andrade durante la presentación del filme. La poesía, otra constante en una artista que se autodefine también como poeta, y que hizo una elocuente declaración de intenciones al cambiar su apellido de cuna, Ducados, por el artístico, Maldoror, tomado de la obra del decimonónico escritor franco-uruguayo Isidore Ducasse, conocido como el Conde de Lautréamont (Los cantos de Maldoror, 1869), libro de culto de los surrealistas, con André Bretón a la cabeza.

El dolor de la colonización

«Actualmente África tiene problemas para revelarse, porque hemos sido colonizados durante décadas y de repente nos encontramos libres. Esa es la dificultad mayor», sentencia Maldoror.

La cultura, en el sentido más amplio, es lo que ha dado sentido a toda su filmografía. Por eso el teatro, el cine y la literatura se mezclan y se convierten en un solo bloque, sin que nada sea más importante que lo otro. «Cuando llegó a París, teniendo en cuenta que era huérfana, que fue muy poco a la escuela y apenas fue acompañada durante su infancia, teniendo que hacerlo todo por ella misma, se sumergió en la literatura. Fue a la librería Presence Africaine, un lugar mítico de encuentro de los intelectuales, donde leyó todo lo que pudo y comprendió que solo el teatro podía salvarla y permitirle conocer a los autores negros que acababa de descubrir. Por eso crea en 1956 la compañía Les Griots, para dar a conocer a autores negros y formar a actores negros para que dejaran de proponerles únicamente los -papeles de sirvientes de las casas, y ser capaces de interpretar a Antígona», explica Andrade.

Imagen de la película Monangambée también proyectada en la primera retrospectiva en Europa de la reivindicativa y comprometida cineasta.

La acción política de Les Griots, priorizando en sus interpretaciones al mayor número posible de autores negros, fue una constante en el resto de su obra. «La obsesión central de Maldoror es que somos nosotros, los africanos, los que debemos hacer nuestras propias películas para contar nuestra historia, no esperar a que lo hagan los otros, porque nosotros también somos inteligentes, tenemos una historia, y si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará», concluye.   

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