Una distopía egipcia

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Solo en una ocasión, la academia sueca ha premiado con un Nobel de Literatura a un autor egipcio en lengua árabe (Naguib Mahfuz, en 1988). Un dato que revela el desconocimiento de unas literaturas que hay que superar con ejemplos.



«En la época de la COVID-19 pasé mucho miedo, terror incluso, hasta el punto de que decidí que mis hijas mellizas se fueran a vivir con mi mujer para quedarme solo en el piso y minimizar los riesgos. En ese tiempo empezó a visitarme un pájaro que aparecía todas las mañanas a la misma hora y se ponía a cantar en el balcón con una voz preciosa. Al séptimo día me acerqué para verlo mejor y, al hacerlo, lo espanté y ya no volvió. Entonces empecé a escribir una novela». Todas las obras literarias comienzan con una inspiración. En ocasiones es una imagen, en otras una frase o una idea… La anécdota anterior fue el origen de Los hijos de Hura (Pregunta Ediciones), del egipicio Abdelrahim Kamal, que en febrero presentó en la sede de Casa Árabe, en Madrid. 

En el libro, unos huevos gigantes aparecen en varias ciudades norteafricanas en un futuro próximo y distópico. De ellos surgen unos gigantes mitad humanos, mitad pájaros, animales que desde los tiempos de los faraones –una de cuyas deidades era Horus (cabeza de halcón y cuerpo humano)– han sido muy relevantes en la cultura, la mitología y la religión en Egipto y el mundo árabe. «El pájaro aparece también en una importante obra sufí del siglo XII, La conferencia de los pájaros, de Farid al Din Attar. Un elemento clave es que puede volar, y ese poderío transmite superioridad. Es un animal que puede viajar en el espacio, pero también podemos imaginarlo viajando en el tiempo», explica Kamal.

A diferencia del realismo social del nobel Naguib Mahfuz, Kamal opta por la fantasía con tintes distópicos. «En Egipto ha surgido una nueva generación de novelistas que se califican como autores de ciencia ficción. En mi opinión se acercan demasiado a un modelo estadounidense y a las películas de Hollywood. Yo no me siento identificado con ese género. Prefiero decir que escribo novela fantástica», dice el autor, que cuenta con una exitosa carrera como guionista. «En realidad comencé con relatos cortos. La literatura vino antes que el guion y ahora he vuelto a ella. Pero escribir guiones ha cambiado mi escritura. Cuando era más joven pretendía que fuera más intensa o profunda. Buscaba la complejidad. El guion me ha hecho simplificar mi estilo y mis personajes», añade. 

Temas como la identidad, la tradición o las raíces están presentes en esta y otras obras del egipcio, aunque él niega buscarlo de manera consciente. «Está claro que son parte de mi estilo, pero no lo fuerzo ni lo decido por anticipado. Cuando uno escribe desde su autenticidad, los temas van surgiendo, sobre todo cuando entras en ese momento de escritura placentera… Surge naturalmente». 

La novela pone en relación estos elementos de la tradición, que se fundamentan en el pasado, con un futuro no muy lejano, a los que añade referencias de acontecimientos vividos recientemente. Para el escritor, esas divisiones entre pasado, presente y futuro no son «particularmente reales», porque el pasado moldea al futuro y existe una retroalimentación entre ellos. «Muchos gobiernos en el pasado fueron autoritarios. Yo he imaginado cómo sería trasladar ese autoritarismo al futuro, pero colocando la justicia en manos de los ciudadanos. Los hijos de Hura (gigantescos seres que surgen de los huevos) responsabilizan a los ciudadanos. Si son justos hacia ellos mismos, el sistema será justo. Al final, el autoritarismo o mal gobierno es el resultado de los comportamientos de los ciudadanos. Pero, desde luego, también hay una mención a los distintos autoritarismos», cuenta Kamal.

En el encuentro con público que precedió a la entrevista se mencionó una escritura mediterránea que conectaría novelas como la de Kamal con la prosa cervantina. Le preguntamos por ello y el egipcio se muestra halagado por la comparación, pero trata de escapar de las clasificaciones geográficas. «Hay identidades propias, rasgos compartidos que te marcan. No es lo mismo ser de montaña o de desierto. Son cosas que dan un sabor propio y una personalidad, pero me gustaría que no hiciéramos distinciones entre ser un escritor árabe, hispano o anglosajón. Soy del interior de Egipto, de una zona rural alejada de El Cairo y mi madre me contaba cuentos cuando era niño. Cuando crecí descubrí que en muchos lugares del mundo, hasta en Noruega, se contaban las mismas cosas. La humanidad es una y no son tan grandes las diferencias entre alguien que vive en una cueva y otro que está a la última en tecnología». No obstante, el egipcio da mucha importancia a que cada pueblo cuente su «cuento», porque «eso somos: historias, relatos», dice. «Tenemos que defender nuestras historias. Un indio americano debe contar su historia. Y los egipcios debemos contar la nuestra para ser dueños de ella, que no se nos imponga desde fuera ni se apropien de ella».



En la imagen, Abdelrahim Kamal en Casa Árabe (Madrid). Fotografía: Gonzalo Gómez

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