«No puedo olvidarme de todo y pensar que solo soy un artista»

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Serge Aimé Coulibaly, bailarín



Por Èlia Borràs desde Bobo-Diulasso (Burkina Faso)



Empezó bailando como Michael Jackson hasta que viajó a Australia, donde se dio cuenta del impacto colonial en sus referentes y gustos culturales. Serge Aimé Coulibaly, el bailarín burkinés con más proyección internacional, habla del rol de los artistas en un contexto de conflictividad y censura en su país.


¿En qué momento creyó que podría vivir de la danza en Burkina Faso?

Durante las vacaciones vi en televisión una entrevista a un grupo de danza. «¡No es posible, hacen de la danza su trabajo. No es posible!», iba repitiendo, así que contacté con el responsable del grupo, que me dijo que fuera a verlos ensayar.



Estaba a punto de empezar la universidad.

Me acuerdo muy bien: era el 3 de octubre de 1993, pero llegué al ensayo y el director no estaba.



¿Se fue?

Yo ya sabía bailar como Michael Jackson o Madonna, así que subí al escenario y empecé.



¿Madonna? ¿Michael Jackson? ¿No bailaba danza tradicional?

[Ríe] A veces, cuando vas a Europa te dicen «Ah, es que tú has crecido con eso». Pues no, yo crecí con el mismo sueño que los jóvenes de todo el mundo en esa época. Aprendí de la televisión y pasé de la danza moderna a la tradicional y, finalmente, a la contemporánea. Esa fue la fuerza de la colonización. Llegamos a denigrar nuestra esencia, nuestra propia cultura, solo queríamos parecernos al otro. Yo bailaba como los americanos, pero con el ritmo del balafón. 

Serge Aimé Coulibaly durante la entrevista. Fotografía: Èlia Borràs. En la imagen superior, el bailarín Ahmed Soura durante la representación de Kalakuta Republik, una pieza de danza coreografiada por Serge Aimé Coulibaly que se presentó el 17 de julio de 2017 en la 71.ª edición del Festival de Aviñón. Fotografía: Jean-Marc Zaorski / Getty





Rebobino. ¿El director nunca llegó al ensayo?

Ese día llegó tarde. Ensayábamos desde las siete y media de la mañana hasta las ocho de la tarde. Nunca me preguntó nada y un mes más tarde ya estaba dentro de una creación. Pasé ocho años con la compañía ­Feeren, donde hacíamos teatro y danza, por eso ahora mi compañía profesional se llama Faso Danse Theatre.



Con Feeren demostró que se puede vivir de la danza, pero tuvo que irse de Burkina Faso. ¿Cómo lo consiguió?

En 1998 hice la primera y más grande coreografía que haya hecho nunca para la ceremonia de apertura de la Copa de África que se celebró en mi país. ¡Tenía solo 25 años! Al año siguiente me encargaron la ceremonia de apertura del Festival de Cine Panafricano de Uagadugú (FESPACO). ¿Sabes lo que es pasar de no saber cómo dirigir a tener 400 bailarines a tus órdenes? Después empecé a crear con la compañía. 



¿Nunca se había formado?

Iba a ver grupos de danza tradicional y después transformaba sus movimientos en casa. He aprendido observando. 



¿Qué consejo le daría a un joven que quiera dedicarse a la danza?

Que se escuche a sí mismo y se pregunte: «¿Qué quiero de verdad?». Pero voy más lejos. A mis bailarines les digo que tienen que estar preparados para morir, si no, no vale la pena. Vivimos en un contexto muy difícil y los estudios no te garantizan un trabajo. En nuestro país hay muchas prioridades. ¿Invertir en un espacio cultural o alimentar a dos millones de personas refugiadas? Creo que la decisión es clara. Para hacer danza en un contexto como este hay que tener un grado de locura y abnegación. Hay que estar preparado para todo. Si no lo estás, te vas a quedar por el camino. 



Aun así, ha abierto Ankata, un centro de formación y experimentación en danza contemporánea en un barrio popular de Bobo-Diulasso.

Ankata significa ‘vamos’ en diula. Pero no hay que ser naíf. El primer día de formación les dije que solo quería a cinco bailarines y que el mercado burkinés no los necesitaba. ¡Es que es la verdad, ¡¿dónde quieren ir a bailar?! Todos van a seguir sus caminos después de la formación, pero Ankata es, sobre todo, un espacio para abrir nuevos horizonte a estos jóvenes.

Exterior del centro de creación y experimentación de danza creado por Coulibaly en el Sector 24, un barrio popular de Bobo-Diulasso. Fotografía: Èlia Borràs


Poder pensarse distinto, imaginar otro futuro…

Cuando era joven no había ni una escuela [de danza] en Burkina Faso. La primera vez que llegué a Europa fue porque una compañía francesa me contrató. Con el dinero que ganaba, me dediqué a ir a muchas audiciones. ¡Aún guardo las revistas en las que buscaba oportunidades! Creé mi primer solo en un parque de Lille, con un walkman. La gente pensaba que hacía un arte marcial africano. Después conseguí trabajo con el ballet belga C de la B. La palabra suerte no entra aquí. 



Nuit blanche à Ouagadougou es un espectáculo que habla de la movilización de un pueblo, en este caso el burkinés. Se estrenó el día antes de la insurrección popular de 2014 que hizo caer, después de 27 años, a Blaise Compaoré. ¿La ficción pasó a ser parte de la realidad?

Fue como si hubiéramos visto en la calle los movimientos que habíamos creado. Además, Smockey [rapero burkinés] había participado en la creación del espectáculo y después fue uno de los líderes y fundadores del movimiento de la sociedad civil Balai Citoyen. 



¿Se considera un creador comprometido con la sociedad? 

Fui a la escuela en la época de ­Sankara. En la pizarra estaba escrito: «El apartheid es un crimen contra la humanidad», y cada día lo copiábamos en la libreta. Lideré las primeras manifestaciones antiBlaise en 1989 y fui responsable del Instituto del Pueblo Negro, donde explicaba a otros estudiantes todo lo que era capaz de hacer el hombre negro. Solo veíamos blancos en la televisión que sabían hacer cosas. Necesitaba implicar las ambiciones de mi país en la compañía.



Una de sus características artísticas es la incorporación del teatro en la danza.

Somos humanos y nos expresamos de muchas maneras. La disciplina es una importación colonial. En nuestra cultura, el griot canta, baila, hace música, explica historias, pide dinero… 

Ceremonia de apertura de la Copa África de Fútbol de 1998, coreografiada por Coulibaly. Fotografía: Jean-Philippe Kisazek / Getty


¿Cómo ha afectado la colonización a la danza?

Pensamos en la lengua del colonizador y pensamos en liberarnos en los mismos términos que ellos nos han impuesto con su lenguaje. ¡Es imposible! Aún estamos en el interior del ideario de los colonos. Si ellos hacen algo así, nosotros también. Esto nos limita.



¿Cuándo se dio cuenta?

Fui a Australia para hacer una creación sobre los aborígenes. Allí comprendí que ellos estaban en su casa, pero que eran propiedad de otros. Desde allí pude ver la relación entre Europa y África. Hubo una explosión dentro de mi cabeza y empecé a cuestionarlo todo. Había un colono que cada 14 de julio [fiesta nacional de Francia] quería disfrutar de la danza africana con sus camaradas. Ellos ahí sentados [señala hacia delante con el dedo] y nosotros a bailar. La danza tradicional tiene condición de sagrada  y solo aparece en funerales, bodas o rituales.



¿Ha leído Afrotopía, de Felwine Sarr?

No.



Viene a decir que África no tiene que seguir a Europa, donde ahora recomiendan ir en bici, en tren, deconstruir ese supuesto desarrollo. ¿Hay que cambiar de perspectiva?

En Europa existe el subsidio de desempleo, mientras que aquí la gente te da dinero cuando te quedas sin trabajo. 



Electricista, peluquero, mecánico, comerciante… Parece difícil pensar en otros empleos en Burkina Faso.

Está todo por construir. Esta mañana he visto que mi vecina había montado una pequeña tienda de café. ­Pero ¿por qué?, si en la calle hay una tiendecita aquí, otra allí, otra allí. Me siento rodeado de tiendecitas. No somos creativos para inventar nuevos caminos. Ankata es un nuevo camino para desarrollar el país. 



En febrero de 2023 dirigió la ceremonia inaugural del FESPACO, en la que estuvo el presidente de la transición, Ibrahim Traoré. En un contexto muy sensible para la libertad de expresión en Burkina Faso, ¿cómo planteó la propuesta?

[Silencio] Ideé la coreografía durante seis meses.



Además, unos días antes del Festival se produjo un ataque en el que murieron 53 militares.

Cuando vives en un contexto de inseguridad, desconfianza y miedo, el artista tiene que hablar a la gente de sus preocupaciones. Por ejemplo, forcé a Sidiki Diabaté para que viniera a tocar a Uagadugú ese día. Él tenía otro compromiso en el que le pagaban.



Y Sidiki sorprendió al público al tocar el himno nacional con la kora. 

Este tipo de ceremonia te permite sentirte parte de algo, tener una conexión, un hilo. Pensé en todos los detalles para impactar en el inconsciente de la gente y crear un imaginario común. 


Aparecieron referentes como Sankara, Ousmane Sembène o Luther King. También se vieron uniformes y expresiones militares en un espectáculo que combinaba pantallas digitales con más de 100 bailarines sobre el escenario.

Estamos en otra época. Hay que saber a quién tienes delante y que te mira todo un país. 


¿El contexto le limitó?

[Silencio] En el mismo momento que te dan la libertad para crear, también te dan la responsabilidad. Esto no se lo he dicho a nadie, pero encargo textos humorísticos durante las ceremonias del FESPACO para criticar el sistema. 


¿Cómo lo preparó?

Durante la ceremonia de 2021 había escenas que ensayaba cuando estaba solo. Les decía a los bailarines que si entraba alguien que no conocía en la sala iba a cambiar de inmediato. 


¿Le han censurado alguna vez? 

Una vez, pero no hice caso. Durante el FESPACO 2021, la ministra de Cultura dijo que no podíamos incorporar una canción con Smockey y Awadi sobre Thomas Sankara. Pero seguí adelante, porque los temas más sensibles son los que remueven a la gente.


El Instituto Francés ha financiado a artistas burkineses y ha sido también un destacado espacio de exhibición para los autores locales. Después de que sus edificios fueran atacados durante el golpe de Estado de Ibrahim Traoré, el 30 de septiembre de 2022, cerraron sus puertas y su programación. 

No tengo ningún problema con el pueblo francés, pero sí con su política. Cuando dejaron de dar visados para viajar a los artistas africanos sentí orgullo. Sentí que formaba parte de algo propio y no de otro. Eso me ubicó en el mundo. Ahora no puedo olvidarme de todo y pensar que solo soy un artista. No, yo me posiciono, porque si no lo hago ahora, después ya no va a merecer la pena.  

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