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Por Èlia Borràs desde Bobo-Diulasso (Burkina Faso)
Durante las vacaciones vi en televisión una entrevista a un grupo de danza. «¡No es posible, hacen de la danza su trabajo. No es posible!», iba repitiendo, así que contacté con el responsable del grupo, que me dijo que fuera a verlos ensayar.
Me acuerdo muy bien: era el 3 de octubre de 1993, pero llegué al ensayo y el director no estaba.
Yo ya sabía bailar como Michael Jackson o Madonna, así que subí al escenario y empecé.
[Ríe] A veces, cuando vas a Europa te dicen «Ah, es que tú has crecido con eso». Pues no, yo crecí con el mismo sueño que los jóvenes de todo el mundo en esa época. Aprendí de la televisión y pasé de la danza moderna a la tradicional y, finalmente, a la contemporánea. Esa fue la fuerza de la colonización. Llegamos a denigrar nuestra esencia, nuestra propia cultura, solo queríamos parecernos al otro. Yo bailaba como los americanos, pero con el ritmo del balafón.
Ese día llegó tarde. Ensayábamos desde las siete y media de la mañana hasta las ocho de la tarde. Nunca me preguntó nada y un mes más tarde ya estaba dentro de una creación. Pasé ocho años con la compañía Feeren, donde hacíamos teatro y danza, por eso ahora mi compañía profesional se llama Faso Danse Theatre.
En 1998 hice la primera y más grande coreografía que haya hecho nunca para la ceremonia de apertura de la Copa de África que se celebró en mi país. ¡Tenía solo 25 años! Al año siguiente me encargaron la ceremonia de apertura del Festival de Cine Panafricano de Uagadugú (FESPACO). ¿Sabes lo que es pasar de no saber cómo dirigir a tener 400 bailarines a tus órdenes? Después empecé a crear con la compañía.
Iba a ver grupos de danza tradicional y después transformaba sus movimientos en casa. He aprendido observando.
Que se escuche a sí mismo y se pregunte: «¿Qué quiero de verdad?». Pero voy más lejos. A mis bailarines les digo que tienen que estar preparados para morir, si no, no vale la pena. Vivimos en un contexto muy difícil y los estudios no te garantizan un trabajo. En nuestro país hay muchas prioridades. ¿Invertir en un espacio cultural o alimentar a dos millones de personas refugiadas? Creo que la decisión es clara. Para hacer danza en un contexto como este hay que tener un grado de locura y abnegación. Hay que estar preparado para todo. Si no lo estás, te vas a quedar por el camino.
Ankata significa ‘vamos’ en diula. Pero no hay que ser naíf. El primer día de formación les dije que solo quería a cinco bailarines y que el mercado burkinés no los necesitaba. ¡Es que es la verdad, ¡¿dónde quieren ir a bailar?! Todos van a seguir sus caminos después de la formación, pero Ankata es, sobre todo, un espacio para abrir nuevos horizonte a estos jóvenes.
Cuando era joven no había ni una escuela [de danza] en Burkina Faso. La primera vez que llegué a Europa fue porque una compañía francesa me contrató. Con el dinero que ganaba, me dediqué a ir a muchas audiciones. ¡Aún guardo las revistas en las que buscaba oportunidades! Creé mi primer solo en un parque de Lille, con un walkman. La gente pensaba que hacía un arte marcial africano. Después conseguí trabajo con el ballet belga C de la B. La palabra suerte no entra aquí.
Fue como si hubiéramos visto en la calle los movimientos que habíamos creado. Además, Smockey [rapero burkinés] había participado en la creación del espectáculo y después fue uno de los líderes y fundadores del movimiento de la sociedad civil Balai Citoyen.
Fui a la escuela en la época de Sankara. En la pizarra estaba escrito: «El apartheid es un crimen contra la humanidad», y cada día lo copiábamos en la libreta. Lideré las primeras manifestaciones antiBlaise en 1989 y fui responsable del Instituto del Pueblo Negro, donde explicaba a otros estudiantes todo lo que era capaz de hacer el hombre negro. Solo veíamos blancos en la televisión que sabían hacer cosas. Necesitaba implicar las ambiciones de mi país en la compañía.
Somos humanos y nos expresamos de muchas maneras. La disciplina es una importación colonial. En nuestra cultura, el griot canta, baila, hace música, explica historias, pide dinero…
Pensamos en la lengua del colonizador y pensamos en liberarnos en los mismos términos que ellos nos han impuesto con su lenguaje. ¡Es imposible! Aún estamos en el interior del ideario de los colonos. Si ellos hacen algo así, nosotros también. Esto nos limita.
Fui a Australia para hacer una creación sobre los aborígenes. Allí comprendí que ellos estaban en su casa, pero que eran propiedad de otros. Desde allí pude ver la relación entre Europa y África. Hubo una explosión dentro de mi cabeza y empecé a cuestionarlo todo. Había un colono que cada 14 de julio [fiesta nacional de Francia] quería disfrutar de la danza africana con sus camaradas. Ellos ahí sentados [señala hacia delante con el dedo] y nosotros a bailar. La danza tradicional tiene condición de sagrada y solo aparece en funerales, bodas o rituales.
No.
En Europa existe el subsidio de desempleo, mientras que aquí la gente te da dinero cuando te quedas sin trabajo.
Está todo por construir. Esta mañana he visto que mi vecina había montado una pequeña tienda de café. Pero ¿por qué?, si en la calle hay una tiendecita aquí, otra allí, otra allí. Me siento rodeado de tiendecitas. No somos creativos para inventar nuevos caminos. Ankata es un nuevo camino para desarrollar el país.
[Silencio] Ideé la coreografía durante seis meses.
Cuando vives en un contexto de inseguridad, desconfianza y miedo, el artista tiene que hablar a la gente de sus preocupaciones. Por ejemplo, forcé a Sidiki Diabaté para que viniera a tocar a Uagadugú ese día. Él tenía otro compromiso en el que le pagaban.
Este tipo de ceremonia te permite sentirte parte de algo, tener una conexión, un hilo. Pensé en todos los detalles para impactar en el inconsciente de la gente y crear un imaginario común.
Estamos en otra época. Hay que saber a quién tienes delante y que te mira todo un país.
[Silencio] En el mismo momento que te dan la libertad para crear, también te dan la responsabilidad. Esto no se lo he dicho a nadie, pero encargo textos humorísticos durante las ceremonias del FESPACO para criticar el sistema.
Durante la ceremonia de 2021 había escenas que ensayaba cuando estaba solo. Les decía a los bailarines que si entraba alguien que no conocía en la sala iba a cambiar de inmediato.
Una vez, pero no hice caso. Durante el FESPACO 2021, la ministra de Cultura dijo que no podíamos incorporar una canción con Smockey y Awadi sobre Thomas Sankara. Pero seguí adelante, porque los temas más sensibles son los que remueven a la gente.
No tengo ningún problema con el pueblo francés, pero sí con su política. Cuando dejaron de dar visados para viajar a los artistas africanos sentí orgullo. Sentí que formaba parte de algo propio y no de otro. Eso me ubicó en el mundo. Ahora no puedo olvidarme de todo y pensar que solo soy un artista. No, yo me posiciono, porque si no lo hago ahora, después ya no va a merecer la pena.
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