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La coreógrafa Germaine Acogny enseña a sus alumnos que deben profundizar en sus raíces para poder crecer hacia lo nuevo, al igual que lo hace el árbol que podría simbolizar su Ecole des Sables, la escuela que dirige junto a su marido en Senegal. Acercarse a la danza contemporánea en África es conocer su trabajo.
Texto Gonzalo Gómez
Fotografías y vídeo Javier Sánchez Salcedo
Germaine no tendría ni diez años cuando su tío, el alcalde de la isla de Gorea, le pidió que bailara. Sucedió en algún momento de los años 50 pero la escena se repitió probablemente varias veces. La isla, desde la que se divisa el perfil de Dakar en los días despejados, no era todavía símbolo de la esclavitud ni se había convertido en un destino turístico bendecido por la UNESCO. Era entonces una tranquila isla de pescadores en la que se imponían construcciones coloniales que contaban historias de poder, miserias humanas y de las luchas de los europeos. Allí fue niña Germaine Acogny, y allí bailaba ante su atónito tío, que riéndose a carcajadas la llamaba loca, seguramente en el intento de capturar –¿comprender?– con una sola palabra, unos movimientos tan distintos a los acostumbrados. “El espíritu de la danza habita en el ser y te permite hacer gestos y movimientos que se salen de lo común y que tocan, impresionan. Eso es para mí la danza. No puedo dar una mejor definición”, nos dijo Acogny hace unas semanas cuando le preguntamos por la naturaleza del baile. Entre ambos momentos –aquel de su primer recuerdo asociado a la danza y la respuesta a una vaga pregunta– la vida de Germaine Acogny desarrolla una deslumbrante vocación y una creación artística única.
Madre de la danza contemporánea
Germaine Acogny, a la que a menudo se califica como la madre de la danza contemporánea en África, dirige L’Ecole des Sables (Escuela de Arena) en Senegal. Allí difunde la conocida como técnica Acogny, su reconocido método que nació de un diálogo entre las danzas tradicionales africanas y las técnicas de la danza contemporánea. “Estoy muy contenta de haber sido inspirada por África y de haber dado un lenguaje específico a África. Este lenguaje es universal, porque cuando algo es específico se convierte en universal”, explica Acogny, cuyo trabajo trasciende la expresión corporal para convertirse en una filosofía de vida que parte del conocimiento y del reconocimiento de lo que uno es y de sus raíces.
Sus coreografías, como las tradicionales africanas, se nutren de la naturaleza. Las danzas africanas son transformaciones. “Nuestros ancestros, cuando iban a la caza, se transformaban en leones para tomar la energía y la fuerza del león y así poder luchar contra el propio león”, explica Acogny. Partiendo de estas transformaciones y de las técnicas más recientes –porque África es también contemporánea y moderna–, la coreógrafa aprovecha sus propias ideas para ir desarrollando, mediante improvisaciones sobre una música o un paso, su propia técnica. A nivel físico —pero también simbólico—, todo comienza en la columna vertebral. “No son las manos ni los pies quienes guían el baile”. La columna es la “serpiente de la vida”, el “árbol de la vida”, dice Acogny cuando se refiere a ese otro nivel menos corpóreo. “Es un trabajo que toca el cuerpo pero que también hace hablar lo imaginario de las personas cuando les digo (a los alumnos) que se transformen en un nenúfar o en un caracol, o cuando les pido que se enraícen en sus culturas respectivas y estén abiertos a otras culturas sin dejar de ser lo que son”, explica.
Buscar la expresión de cada uno es algo innato. La danza es innata, piensa Acogny, que se echa a reír cuando cuenta cómo, en ocasiones, se le acercan padres diciéndole que sus hijos están interesados en el baile. “¡Todos los niños bailan, todos los niños del mundo entero bailan cuando hay música!”, afirma con la sorpresa de la que se ve obligada a afirmar lo obvio. Por desgracia, los sistemas educativos roban una libertad que los niños, mejor que nadie, saben usar. El trabajo de Acogny afirma y defiende la compatibilidad entre la libertad y la disciplina.
Germaine baila cada día. Por las mañanas realiza sus estiramientos y cuando está en Senegal medita y camina junto al océano en un baile-oración creado por una de sus alumnas. “Es un baile silencioso y todas las mañanas lo practico, en una habitación de hotel o en el borde del mar. Todos los días”.
Dicen los neurólogos que reconstruimos nuestros recuerdos cuando los visitamos en un ir y venir incesante en busca de sentido.
Acogny recuerda que baila en la isla de Gorea y que su tío se ríe y la llama loca. No sabemos qué es lo que habría recogido una cámara de vídeo del momento –y no dudamos de que se parecería bastante a lo que la bailarina senegalesa nos cuenta–, pero está claro que no carece de significado asociar la alegría y el no estar en sus sanos cabales con la voluntad de expresarse a una misma en libertad. El recuerdo de Germaine es el de alguien sensible que, observando las reacciones a su baile, descubre su propia particularidad para –quizás entonces– comenzar a vislumbrar una vocación que le moverá hacia lo extraordinario.
Seis pasos de Germaine Acogny
– En 1968 funda su primer estudio de danza africana.
– En 1977 dirige la escuela de danza Mudra Afrique en Dakar,
creada por Maurice Béjart y Léopold Sédar Senghor.
– En 1985 funda con su marido, el alemán Helmut Vogt, el Estudio-Escuela
de Ballet y Teatro del Tercer Mundo, en Toulouse.
– Actualmente dirige, con Helmut Vogt, L’Ecole des Sables en Senegal.
– Está condecorada por Francia y Senegal como Comandante
de la Orden de las Artes y las Letras.
– Jeune Afrique la incluye en 2014 entre las “50 personalidades más
influyentes en África”.
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