«Que haya desplazados forzosos supone un enorme desperdicio de talento»

Tom Smolich

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Tom Smolich, director internacional del Servicio Jesuita al Refugiado (SJR)
Hace 30 años, Tom Smolich acababa de ser ordenado sacerdote cuando entró en contacto en una parroquia de Los Ángeles con comunidades de inmigrantes y desplazados. Conocer de cerca sus historias le transformó. Hoy dirige el SJR, una de las organizaciones de referencia en el trabajo a favor de las personas refugiadas y desplazadas forzosas.

 

¿Qué es lo específico de la situación de los refugiados a día de hoy con relación a lo que pasaba hace diez años?

En primer lugar, gracias por la oportunidad de hablar con ustedes. Como saben, según ACNUR, el año pasado había más o menos 68 millones de personas desplazadas en el mundo. Eso son unos tres millones más respecto al año anterior. Así que la situación es que hay más personas desplazadas que antes. Es una situación grave que no acaba de terminar.

Diría que hay tres cosas diferentes en este momento en relación con el pasado. Una es que la posibilidad de regresar a sus casas y a sus tierras es más difícil ahora en casi todos los casos. Por ejemplo, hay una diáspora congoleña en todo el mundo, y cuando hablo con congoleños que están refugiados en Burundi, Angola o donde sea, les hago la siguiente pregunta: «¿En cinco años dónde creen que estarán ustedes?». Siempre me contestan que seguirán en el mismo sitio, porque no pueden imaginarse un retorno a su país. Eso era distinto hace cinco o diez años. Otra cosa concreta es la situación siria. Hace 18 meses la mayoría creíamos que se podría pensar en un retorno y en recrear la Siria del futuro. Francamente, con las acciones del Gobierno sirio en este tiempo es más difícil imaginarse un futuro con posibilidades. No digo que sea imposible, pero las perspectivas de los refugiados y las personas desplazadas del país han cambiado mucho. La tercera cosa diferente tiene que ver con la situación del mundo político. Yo soy de Estados Unidos, y tengo que decir que con el presidente Donald Trump, con las actitudes en Australia o en Italia, donde vivo –porque vivo en Roma–, hay un cambio hacia una mayor dureza, más oposición y menos humanidad frente a la situación de las personas forzadas a huir. Es muy difícil, francamente. Este es un aspecto muy duro y diferente en relación a hace diez años.

 

Se está utilizando políticamente a los refugiados, ¿no? ¿Son ellos una excusa para justificar determinadas políticas?

Sí. Por ejemplo, en Italia, el señor Salvini dice que está en contra de los migrantes. Es verdad, Italia y Grecia han sufrido mucho por la política europea, que cierra sus puertas, sin que estos dos países puedan cerrar sus costas, pero la gente en Italia sigue siendo acogedora, y hay muchas ciudades pequeñas en las zonas más rurales que sin migrantes estarían literalmente muertas. Es una situación complicada, pero está claro que la clase política ve la posibilidad de aprovecharse de la situación de los refugiados y los migrantes forzados en favor de sus intereses.

 

 

Policía fronteriza italiana en la localidad de Claviere. El ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, tuvo una polémica con Francia en relación a una supuesta devolución de migrantes en dicho paso. Fotografía: Getty

 

¿Por qué deberíamos ayudar a los refugiados? ¿Qué motivación tiene usted?

Yo siempre comienzo por la perspectiva humana, la perspectiva moral. Ellos son nuestros hermanos y hermanas. Merecen los mismos derechos y oportunidades que nosotros tenemos. Yo no soy persona de fronteras abiertas. No digo que todo el mundo puede ir a donde quiera… Sin embargo, hay muchas más posibilidades, hay maneras de trabajar para que haya menos desigualdad entre los países.

Por otra parte, el que haya refugiados supone un enorme desperdicio de talento y de posibilidades. Por ejemplo, ahora en Siria hay familias que salieron de su país hace seis años. Si estos niños no han ido a la escuela durante todo este tiempo les espera una vida horrible. Sin educación, sin oportunidades, ¿cómo puede contribuir esta gente al futuro de Siria o del país donde llegue? Es mucho más difícil sin educación. Cuando hay una gran diferencia entre las posibilidades que tienen los ricos y los pobres siempre hay conflictos. Si queremos paz necesitamos justicia, y el dolor de la injusticia es muy importante en esta discusión. Hay que tener en cuenta las necesidades de las comunidades forzadas.

 

La educación de los niños refugiados, apoyando los sistemas educativos en los propios países, es clave, en opinión de Smolich. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

Estamos ahora en un acto que habla de la Agenda 2030 (la entrevista se produjo en el marco del Congreso de Fe y Alegría sobre la «Agenda 2030: el reto de una educación que cambie el mundo») ¿Cómo cree que será la situación de los refugiados en 2030? Le propongo que piense dos escenarios: uno en positivo y otro en ­negativo.

Ojalá que no haya refugiados en 2030, pero si hay refugiados puedo imaginarme dos posibilidades. Ahora siento que hay mucho más interés en las posibilidades educativas para los refugiados porque creo que algunos líderes se dan cuenta de que el que haya refugiados sin educación viviendo en otros países durante mucho tiempo no es una receta que vaya a tener éxito. Eso nos llevaría a una visión de más tensión, más ­desigualdad y más guerra. Ahora, más o menos el 2 % de los ingresos y las inversiones para las personas desplazadas se dedican a la educación y hay esfuerzos por aumentar esta cantidad. En este momento, aproximadamente un 60 % de los niños de primaria tienen la posibilidad de ir a la escuela; el número se cae hasta el 22-23 % en secundaria; luego, la universidad es más o menos un 1 %. Esos números tienen que subir y creo que hay interés y posibilidades de hacerlo. Eso es lo que espero. Nosotros en el SJR, como organización de la compañía de Jesús dedicada al servicio a los refugiados, estamos muy metidos en la educación. Ojalá que tengamos la oportunidad, la posibilidad, de levantar esos números. Si no lo hacemos, si no hay paz, si la situación en Siria no se resuelve de una manera más o menos justa, si la situación en Colombia empeora en vez de mejorar, si la situación de la comunidad rohinyá continúa como está ahora, 2030 será igual o quizá peor. Yo veo interés en poner en práctica esta meta de la posibilidad de la educación para todos. Y pienso, espero, que podemos acercarnos a cumplir el objetivo.

 

¿Cuál es la situación en el Mediterráneo, en la frontera entre África y Europa?

Nosotros no trabajamos en la parte de África desde la que salen migrantes hacia Europa. No estamos en Libia, Egipto o Argelia, pero algunos jesuitas sí trabajan en Ceuta y Melilla. En ese aspecto tenemos algún contacto con las personas que quieren venir desde Marruecos. Estuve en Etiopía hace pocos meses, porque trabajamos en los campamentos en el norte con la comunidad eritrea. Ya sabe que los jóvenes salen de este país por la presión de las Fuerzas Armadas del Gobierno. Para mí fue muy interesante que nuestro equipo nos dijera que el movimiento de los jóvenes eritreos había disminuido por la información de que el viaje desde Libia a Italia y Europa era demasiado peligroso.

Una escuela de refugiados sursudaneses en el norte de Uganda. Entre los desplazados forzosos, solo uno de cada cuatro estudiantes de secundaria tiene acceso a la educación. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

De alguna manera, los pactos globales que se están formando en las Naciones Unidas, y que desde luego no son perfectos, suponen al menos una expresión de la responsabilidad de los países ricos que deben ayudar a los países más pobres o en desarrollo. Un 85 % de las personas desplazadas en el mundo están en África. No están en Europa, ni están en Estados Unidos como la gente piensa. Necesitan ayuda para tener un desarrollo y una economía que pueda servir a las personas. Nadie quiere salir de su propio país. Los familiares están allá, es más cómodo, etcétera. Pero tienen que hacerlo por la situación de la guerra, por la situación de explotación. Si ­podemos cambiar esas cosas desde la base, creo que podremos hacer diferencias. Nosotros trabajamos en Congo, en Kivu Norte, en el área de Goma, Masisi, Mweso, y estamos a punto de abrir otro centro en Butembo-Beni, más al norte. Es un desastre humanitario desde hace muchos años. La gente sigue escapando por la situación de las minas, de los guerrilleros, del Ejército… Es un desastre que nadie conoce. Una cosa muy importante para nosotros es que la gente sepa que hay situaciones humanitarias gravísimas. La semana pasada el Gobierno de Burundi anunció que quiere echar a todas las oenegés. Yo sé que es una cuestión política, de los impuestos…, pero crea una situación muy complicada. Si enfocamos, si podemos poner el foco en esas situaciones, eso nos ayudará a todos a mejorar la situación.

 

¿Qué papel tendrá el Servicio Jesuita en estos años?

Tenemos muchas escuelas. Apoyamos también a los sistemas educativos donde viven los refugiados y las personas desplazadas dentro de los propios países. Para mí, y el ACNUR ha dicho lo mismo, ha cambiado un poco la perspectiva al decir que la mejor inversión es ayudar al sistema educativo dentro del país, no crear un sistema diferente para los refugiados y las comunidades de desplazados. Creo que con esta idea de mejorar los sistemas educativos estamos siguiendo el camino correcto. Para nosotros hay un plan a cinco años con cuatro metas: reconciliación, educación, empleo y también defensa de los derechos humanos. Pienso que ahora en el mundo humanitario y del desarrollo estamos todos pensando en la misma línea. Si queremos un buen futuro, esas son las cosas en las que tenemos que enfocarnos.

 

Una mujer trabaja en un proyecto del SJR
en Kampala (Uganda). Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

 

¿En qué le ha cambiado a usted, a un nivel personal o en sus opiniones, el trabajo con los refugiados?

Empecé a trabajar con comunidades migrantes y refugiadas hace 30 años, después de mi ordenación. Trabajé entonces en una parroquia en el ­este de Los Ángeles con una gran comunidad mexicana, y también con refugiados de Centroamérica en los años 87 y 88. Allí aprendí el español de verdad, porque aunque estudié en Bolivia, aprendí de verdad en Los Ángeles. En mi experiencia de hace tantos años allá fue muy bueno empezar a conocer la situación de esas personas, especialmente de las mujeres y los niños. Supuso una transformación. Fue aquel un momento de tener otra perspectiva de cómo es la vida, de cómo es el sufrimiento; pero también de los deseos, especialmente de los niños, de sus deseos para el futuro. Casi siempre, las familias y las madres solteras vienen a los Estados Unidos por el bienestar de sus hijos. Desde hace tres años, treinta años después de aquello, soy director internacional del JRS. Las caras son diversas, los países son diferentes, el idioma puede ser francés o suajili, pero las historias son muy semejantes. Son historias de sufrimiento, de necesidad, de huidas por la guerra, de pobreza por la violencia… Y la gente lo que quiere es tener un futuro para sus niños, quiere poner comida en la mesa, quiere educación para sus hijos. A pesar de la situación política con algunos líderes del mundo, hay historias, hay oportunidades. A nivel personal hay alegrías y gozos en Congo, Malaui, Siria o Líbano, y si somos capaces de trabajar juntos encontraremos posibilidades. Si nos comprometemos a crear lazos entre las personas y las comunidades podremos crear un mundo mejor. Ojalá, paso a paso, un día lo podamos lograr.

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