El reto de la mujer migrante

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Las subsaharianas, prioridad de la Delegación  de Migraciones de Tánger

 

Wassima Foukay es una psicóloga clínica marroquí con más de 30 años de experiencia. Ha participado en un encuentro organizado por la ONG Alboan para denunciar la situación que viven los migrantes subsaharianos, especialmente las mujeres, que atraviesan Marruecos como paso previo a su llegada a Europa.

 

Marruecos es, desde hace años, un país de tránsito para la inmigración hacia Europa. Con el incremento de los controles policiales y las políticas ­antinmigración, muchos inmigrantes, en su mayoría subsaharianos, se ven obligados a alargar su permanencia en el país –a veces durante años– antes de que llegue su oportunidad para cruzar el Mediterráneo o saltar la valla. Viven mal alimentados en campamentos improvisados en los bosques, hacinados en pisos y raramente tienen acceso a una atención médica digna. Los más afortunados viven de trabajos informales y mal pagados; el resto depende para vivir de la solidaridad ocasional. La situación de las mujeres inmigrantes es todavía peor. Rodeadas de una población inmigrante mayoritariamente masculina, con ­frecuencia son ­víctimas de violencia y abusos sexuales. A veces es el precio que tienen que pagar si quieren llegar hasta Europa. Muchas de estas mujeres salen de sus países ignorando casi siempre lo que les espera, en busca de mejorar su situación económica, pero también huyendo de la guerra y la violencia. Algunas madres escapan con sus hijas pequeñas para ahorrarles el trauma de la ablación o de los matrimonios forzados.

 

Un migrante recoge leña en un campamento en la provincia de Nador. Fotografía: Getty

 

Madres y menores

En medio de esta oscura realidad destaca el trabajo de la Delegación de Migraciones de la archidiócesis de Tánger, creada en 2011 con el objetivo de acompañar, promover y ayudar a los inmigrantes. Estos nunca son vistos como un número o parte de una fría estadística, sino como personas y hermanos a los que ayudar. Todos tienen sitio, aunque la prioridad son las mujeres, sobre todo las madres y las menores. Entre las numerosas personas que dedican su tiempo y sus esfuerzos a este objetivo se encuentra la psicóloga clínica Wassima Foukay. Habla con parsimonia, sopesando cada palabra para tratar de ser lo más precisa posible. Junto al trabajo en su gabinete profesional, en 2014 comenzó a colaborar con la Delegación de Migraciones porque sentía como propio el sufrimiento de las mujeres inmigrantes que encontraba en las calles de Tánger. «Siendo psicóloga no puedo aceptar que la persona llegue a vivir situaciones tan inhumanas como las que sigo viendo en Tánger, es vergonzoso que se reduzca así al ser humano». Su trabajo está centrado en el acompañamiento personalizado de mujeres inmigrantes subsaharianas, sobre todo de países francófonos como Camerún, Costa de Marfil, Guinea o República Democrática de Congo.

La Delegación dispone de equipos de asistentes sociales que recorren los bosques y las calles de la ciudad de Tánger al encuentro de los inmigrantes. Tres veces por semana llevan alimentos a los campamentos situados cerca de la frontera con Ceuta. Cuando en estas salidas descubren que alguna persona –sobre todo si se trata de mujeres– está viviendo una situación particularmente grave, le proponen iniciar un acompañamiento psicológico. Las que aceptan voluntariamente llegan hasta el despacho de Wassima.

Una mujer y un niño pasan delante de un mapa de África en Rabat. Fotografía: Getty

 

Madre de sustitución

Las mujeres que recibe esta psicóloga clínica suelen ser las más afectadas. Es habitual que presenten síntomas comunes: trastornos psicosomáticos, traumas ansiosos, un sentido de la culpabilidad muy marcado, inquietud, depresión y una falta total de confianza en sí mismas y en los demás. «Lo primero que tengo que hacer –explica Wassima– es crear un clima de confianza y dejarles claro que no estoy con ellas para juzgarlas. Es imposible comportarme como una psicóloga clínica neutra, marcando las distancias. Lo que estas mujeres necesitan es un abrazo y ser escuchadas, porque tomarlas entre los brazos es reconocer su sufrimiento. ¿Cómo voy a ofrecerles el sillón del terapeuta? ¿Qué harían con eso? Sería como reírme de ellas y, una vez más, se entendería como una manera de no escucharlas».

Ir al psicólogo es la última de las preocupaciones de personas que viven al día, luchando por la supervivencia e incapaces de seguir un programa regular y estructurado de encuentros semanales durante un tiempo prolongado. Wassima lo sabe y adapta las formalidades de la psicología clínica a la realidad de las mujeres que acompaña. Para ello necesita implicarse afectivamente hasta convertirse en «madre de sustitución», escuchar sus historias, consolar y abrir caminos de esperanza. «No se puede olvidar –dice– el lugar fundamental que ocupa la madre en los países africanos, algo que me ha tocado enormemente y que justifica la importancia que tiene para ellas toda mujer adulta». Wassima no duda en aceptar conscientemente el rol de madre como camino para intentar ayudar. Las relaciones que se instauran duran en el tiempo y, todavía hoy, Wassima asegura mantener contacto con la mayoría de las mujeres a las que ha acompañado. Con frecuencia la llaman por teléfono para darle noticias, y cuando alguna se aventura a tomar la patera y cruzar al otro lado, Wassima espera impaciente la llamada desde la otra orilla, a veces sin dormir, con la esperanza de que le confirmen que todo ha ido bien.

 

Solidaridad femenina

Cada mujer es diferente, sin embargo Wassima Foukay constata que casi todas las que vienen a verla han sufrido violencia durante el viaje y muchas han sido violadas. Las menores son las más vulnerables ­porque estas circunstancias perturban el normal desarrollo cognitivo y psicológico de estas adolescentes. Todas han tenido que atravesar tres o cuatro países sin papeles y sin conocer la lengua, comiendo y bebiendo poco. El dinero con el que partieron de sus países lo han gastado o se lo han robado y, además, cuando llegan a Marruecos se encuentran con una enorme barrera de agua que no saben cómo atravesar. Son incapaces de hacer proyectos, no llegan a relajarse y algunas se sitúan al límite de la paranoia. Por si esto fuera poco, sufren marginación social, que es ya de por sí una forma de violencia, y tampoco faltan actitudes racistas hacia ellas. Con todo, la psicóloga de la Delegación de Migraciones de Tánger defiende la existencia en la ciudad de lo que ella llama «una solidaridad femenina» que está por encima de las diferencias religiosas o raciales y que se reafirma cada día con numerosos ejemplos. «Muchas veces, al ver a una mujer subsahariana sin calzado o durmiendo en las calles, las mujeres musulmanas se movilizan para ayudarla sin preguntar ni pedir nada. Estos gestos de solidaridad se multiplican durante la Fiesta del Cordero o el mes de Ramadán».

La religión juega un rol importante a la hora de dar fuerzas para soportar situaciones difíciles. Aunque algunas son musulmanas, la mayoría de las mujeres a las que acompaña Wassima son cristianas: «Todas creen en Dios y repiten continuamente frases como “Dios proveerá” o “Cuando Dios quiera”. Estoy convencida de que la confianza en la providencia que da la fe es un factor muy positivo en la situación vital de estas mujeres. También ir a la iglesia los domingos y encontrar una comunidad cristiana les ayuda mucho a vivir experiencias positivas de socialización».
El sentimiento de culpabilidad por no ser capaces de ayudar a las personas de su familia se repite con frecuencia entre los inmigrantes, incluso en menores. «Una vez –cuenta Wassima– dialogaba con una chica de 14 años que decía no haber hablado durante meses con su familia porque no tenía dinero para pagar la llamada. Sorprendida, le dejé mi teléfono y me chocó muchísimo que la primera pregunta que le hicieron fuera “¿Cuándo vas a enviarnos dinero?”. Esta pobre chica cargaba con la responsabilidad de toda su familia, se habían invertido los roles y ahora eran su padres los que dependían de ella. No solo tenía que luchar por mejorar su propia vida, sino también ayudar a los que han quedado atrás. Ella evitaba dentro de lo posible mostrar su fracaso a sus familiares. Estos casos son muy habituales».

 

Wassima Foukay durante el encuentro organizado por Alboan. Fotografía: Enrique Bayo

 

Vivir lejos del contexto donde se ha crecido, en el seno de una cultura extraña, sin balbucear apenas la lengua local y sin que se reconozcan sus derechos, crea en las mujeres un sentimiento profundo de pérdida de identidad que merma también su autoestima. «En ese momento algunas descubren que solo les queda el hecho de ser mujeres y buscan quedarse embarazadas, piensan que al menos así adquieren la identidad de madre». El embarazo cumple también una función protectora. «Al llegar a Tánger son acogidas por otros compatriotas y empiezan a ver que es peligroso estar solas, que es mejor buscar la protección de un hombre. Cuando lo encuentran, ellas mismas buscan quedarse embarazadas para establecer una relación más estable que se convierte en una garantía de seguridad en Marruecos y más tarde, una vez que pasan a Europa. Ellas saben también que una mujer que cruza el mar con un niño en brazos es siempre mejor recibida. Sin embargo, muchas veces el compañero las abandona, incluso antes de dejar Marruecos, lo que añade una herida más a sus vidas».

Además del acompañamiento personalizado de las mujeres inmigrantes, Wassima colabora en la Delegación de Migraciones con el equipo de sensibilización, especializado en realizar actividades que permiten el encuentro y el conocimiento mutuo entre los inmigrantes subsaharianos y la población local, algo que contribuye a mejorar la calidad de la acogida. Además del trabajo con adultos y estudiantes, regularmente se organizan en las escuelas cursos de pintura, música, poesía o teatro para que los niños crezcan apreciando las diferencias culturales.

 

Migrantes subsaharianos desembarcan del Cantabria en el puerto de Salerno el 5 de noviembre de 2017. La nave, de bandera española, rescató del Mediterráneo a 375 personas. Fotografía: Getty

 

Una mirada más humana

Wassima sabe que es imposible implicarse en tantas situaciones de sufrimiento sin verse afectada y confiesa un sentimiento agridulce. «Ni soy política ni tengo intención de dedicarme a ello, pero me revuelvo contra la Unión Europea y contra mi propio país por aceptar todo lo que le pide Europa y hacer el trabajo sucio en su lugar. A los europeos les digo que han olvidado la historia. Prácticamente ayer estaban en África apropiándose de las riquezas de este continente, luego han continuado sembrado el desorden y apoyando gobiernos que no merecerían gobernar y ahora que las personas salen de sus países, se niegan a acogerlos. A mí me gustaría que todos aquellos que vinieran a Marruecos pudieran beneficiarse de lo que nosotros tenemos y que pudieran quedarse aquí sin tener que atravesar el mar arriesgando sus vidas».

Cuando pregunto a Wassima por qué ha venido a España, no duda ni un segundo la respuesta: «Estoy aquí para hablar de la realidad de los inmigrantes en Tánger y de las mujeres inmigrantes en particular, porque creo que la gente no sabe nada de esto. Me gustaría que aquellos que me escuchan cambien su mirada sobre los migrantes. Me gustaría que cuando los españoles vean por la calle a un africano o a una africana tengan una mirada más humana».

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