Ramón Esono o el delito de crear

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El 16 de septiembre por la tarde, el dibujante Ramón Esono Ebalé salía de un restaurante de Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, junto a dos amigos españoles. En ese momento, cuando ya estaban subidos en el coche, tres agentes de la Seguridad del Estado se dirigieron a ellos, les esposaron y se los llevaron detenidos. Tras el interrogatorio, los españoles fueron puestos en libertad pero Esono permaneció en comisaría hasta su traslado, días después, a la cárcel de Black Beach, donde sigue aún acusado formalmente de falsificación y blanqueo de dinero. La maquinaria falaz y represora del régimen ecuatoguineano se ha vuelto a poner en marcha para castigar a un artista díscolo.

El caso Esono no tiene nada que ver con la pasta. Esta imputación despertaría carcajadas en quienes le conocemos si no estuviéramos ante un asunto tan serio y tan grave. Lo tienen entre rejas por haberse atrevido a ridiculizar al jefe del Estado, Teodoro Obiang, tanto en los dibujos que realizaba en sus blogs Las locuras de Jamón y Queso y Locos TV como a través del cómic La Pesadilla de Obi que, de manera clandestina, circula por el país. Es un atentado directo contra la libertad de expresión y de creación artística. Uno más. La farsa del blanqueo de dinero no merece más comentarios, a mi juicio.

No es el primer artista que se ve en similares circunstancias en Guinea Ecuatorial. Pero Ramón es un símbolo. Su obra ha recorrido distintos países del mundo, entre ellos España, donde tuvo ocasión de exponer en ARCO, y su activismo se dirige contra una de las peores dictaduras de África y del mundo, un país que encierra a opositores y voces críticas mientras acoge con alfombra roja al tirano gambiano Yahya Jammeh en su exilio dorado. Si dejamos que Esono se pudra en Black Beach como si no pasara nada, mal asunto para todos.

Guinea Ecuatorial no es cualquier país africano. Vínculos históricos, lingüísticos y culturales nos unen con sus gentes. Organismos internacionales de Derechos Humanos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch ya han pedido su liberación, al igual que el Comité de Protección de Periodistas o la Unión de Profesionales de la Comunicación de Canarias, mientras activistas ecuatoguineanos y dibujantes de todo el mundo, entre ellos la Asociación Profesional de Ilustradores de Madrid, se movilizan. Sin embargo, parece poco. Se podría esperar alguna reacción del Gobierno español, alguna queja, alguna muestra de que están vivos y respiran y de que las libertades les preocupan.

Pero, perdida toda esperanza con la derecha más reaccionaria, especialmente clamoroso resuena el silencio de algunos partidos políticos como el PSOE o Podemos, que dicen representar la esperanza del cambio o a los sectores más progresistas. Si ellos no son capaces siquiera de preguntar en el Parlamento o de elevar la más mínima protesta, ¿en qué otro lugar lo harán? ¿En Kuala Lumpur? ¿O es que los negocios son más importantes que esta nimiedad de un dibujante encarcelado por el terrible delito de pensar? Preguntas que se responden solas, no aprenderé nunca.

 

Fotografía: RAFAELOAKE/FLICKR

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