Actores de reparto sin afán de protagonismo

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Por P. José Juan Valero, desde Ngetta (Uganda)



Llevo 18 años en Uganda y siempre he trabajado en la diócesis de Lira, al norte del país. Durante mi primer período, entre 1997 y 2009, me tocó sufrir la dura realidad de la guerra de guerrillas, los raptos y las violencias causadas por el tristemente famoso Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) de Joseph Kony. Por suerte, la paz permitió que en 2011 se desmantelaran los campos de desplazados internos y cuando regresé a Uganda en 2016 me encontré con una realidad muy diferente. Kampala se ha desarrollado y en ella abundan los rascacielos, los hoteles y los centros comerciales, mientras que en las zonas rurales del norte muchas de las cabañas de barro y paja de la gente se han transformado en viviendas de ladrillo con los techos de láminas de zinc. La sociedad vive más tranquila, aunque persisten ciertos traumas de la guerra. Algunos niños y niñas raptados nunca volvieron a sus casas y sus padres siguen añorando a los hijos perdidos. Entre jóvenes que nacieron y vivieron en los campos de desplazados, constato el abuso en el consumo de alcohol, de hachís y de otras drogas locales. Muchos otros, sin embargo, pasaron página y han salido adelante.

A mi regreso, estuve primero dos años en el santuario diocesano de Iceme, dedicado a María, Madre de la Iglesia. Allí tuve ocasión de contactar con miles de peregrinos que se acercaban a pie, en grupos o individualmente, trayendo consigo sus alegrías, angustias y preocupaciones. Como conozco el lango, la lengua local, siempre me mostré dispuesto a escucharlos, por lo que mucha gente venía a hablar conmigo. Al llegar a un lugar de peregrinación las personas esperan que alguien las escuche y preste atención a lo que están viviendo. Esta pastoral me ha enriquecido muchísimo.

En 2018 me hicieron responsable del Centro Catequético y Pastoral San Juan Bosco de Ngetta, donde vivo ahora y desde donde organizamos la formación de los catequistas de la diócesis de Lira. A diferencia de lo que se podría pensar en España, aquí los catequistas son animadores comunitarios a tiempo pleno y necesitan adquirir ciertos conocimientos básicos.

Para conseguir este objetivo se les ofrece una primera formación en cada una de las seis grandes vicarías en las que está estructurada nuestra diócesis. Los aspirantes a catequistas siguen dos años formativos, con tres períodos de tres semanas por año en alguna de las grandes parroquias de la vicaría. Al término del bienio se instalan como catequistas o ayudantes de catequistas en sus comunidades.

Una segunda formación tiene lugar en el centro de Ngetta con catequistas que, además de haber concluido la formación en las vicarías, también han pasado un tiempo de servicio en las comunidades. En estos momentos hay 225 catequistas estudiantes en las vicarías y 41 en el centro, entre los cuales solo hay cuatro mujeres, incluida una religiosa local.

La formación en el centro de Ngetta dura un trienio, con tres períodos de diez semanas por año. Los catequistas vienen al centro y siguen la formación en materias muy diversas. Por supuesto, no faltan los cursos de Biblia, liturgia y sacramentos, esenciales para el desempeño de sus funciones como animadores en las celebraciones litúrgicas. Pero, además, hay formación sobre fundamentos de psicología, discernimiento y acompañamiento de personas, espiritualidad, homilética, nociones de economía y otras habilidades sociales.

Al término de los tres años de formación, el obispo diocesano viene al centro para presidir una celebración en la que los catequistas son enviados como evangelizadores para llevar la Buena Noticia a sus comunidades. Los catequistas son fundamentales para la misión en una diócesis tan extensa y poblada como la nuestra. Además, no se limitan a acompañar cristianamente la vida de las comunidades, sino que son auténticos animadores de promoción social; por ejemplo, insistiendo para que las niñas vayan a la escuela, terminen sus estudios y no sean marginadas en relación a los niños. Además, asesoran a la gente para que creen pequeñas cooperativas para comprar las semillas y vender los productos agrícolas juntos evitando que abusen de ellos, y para que les paguen mejor. También les animan a tomar parte en los programas gubernamentales de desarrollo agrícola o ganadero, a crear pequeños negocios o, como la picaresca no falta en ningún sitio, a advertirles de que no confíen en falsas oenegés que solo vienen para aprovecharse de la gente.

Me siento muy feliz y realizado. Mi misión como animador de animadores, ayudando a estas personas para que sean protagonistas de su propia historia, me motiva muchísimo. Nosotros les ofrecemos una formación más o menos básica y ellos la van enriqueciendo con su propia iniciativa, también a través de algunos cursos monográficos y de reciclaje que de vez en cuando organizamos en el Centro San Juan Bosco.

En estos días de finales de abril en que escribo, los catequistas de tercer año están concluyendo sus exámenes y enseguida regresarán a sus casas durante un mes y medio. Después tendrán que volver al centro para un nuevo período formativo de diez semanas. Siempre intentamos hacer coincidir las vacaciones con los momentos más intensos de trabajo en el campo. Los catequistas no pueden vivir con las pequeñas ayudas que reciben de sus comunidades cristianas o lo que aporta la Iglesia diocesana, así que necesitan cultivar sus tierras o criar animales para completar sus fuentes de ingresos. Ser catequista es una verdadera vocación y no se consideran trabajadores asalariados. Ellos y ellas lo saben y trabajan como todo el mundo para ganarse la vida.



La imagen superior, un grupo de feligreses ugandeses durante una celebración. Fotografía: Archivo MN

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