África burla el apocalipsis pero sufre el impacto

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Un año de covid-19


Egipto, Marruecos y Sudáfrica fueron los primeros países africanos en los que comenzó a propagarse el coronavirus hace 12 meses. Aunque las peores predicciones no se han cumplido, el impacto sanitario, social, político y económico aventuran un futuro inmediato complicado para el continente.

Hace un año, África temblaba de miedo. Apocalípticas predicciones emanadas de los más prestigiosos centros de investigación y de organismos sanitarios oficiales alertaban de una especie de holocausto pandémico por venir. «La covid-19 va a dejar millones de muertos en las calles de las ciudades africanas». Este era el mal augurio, la hoja de la guadaña que estaba a punto de caer sobre un continente mal dotado para enfrentarse a este pesar. Sin embargo, se equivocaron. La covid-19 llegó, sí, y en algunos países como Sudáfrica, Egipto o Marruecos golpeó con intensidad, pero en general no fue la hecatombe anunciada.

Primero, las cifras. Con unos cuatro millones de casos en un año y algo más de 100.000 muertos, África representa el 3,3 % de los contagios mundiales y el 3,8 % de los fallecidos, guarismos muy por debajo del peso proporcional del continente en la población del globo. Los expertos coinciden en que estos números no son reales y que el infradiagnóstico, más acentuado que en otros continentes, esconde una circulación mayor del virus. De hecho, estudios iniciales de seroprevalencia en países como Kenia, Mozambique, Nigeria o Senegal apuntan hacia tasas de contagio mucho mayores.

Una mujer carga con una bombona de gas en Abobo, una barriada de Abiyán (Costa de Marfil). Fotografía: Issouf Sanogo / GETTY


Esto significa que el virus logró burlar la rápida reacción en el cierre de fronteras y controles sanitarios de los países africanos y circuló más de lo que pudiera parecer. Ahora bien, ello no generó una explosión de infecciones respiratorias ni un incremento de la mortalidad de origen desconocido que apuntara en la dirección del nuevo coronavirus. Salvo excepciones, como -Sudáfrica o el Magreb, la covid-19 no ha representado una amenaza mayor que muchas de las enfermedades y epidemias a las que se enfrenta cada año África, como la malaria, el VIH, el sarampión o las diarreas infantiles.

Sin consenso

Los científicos siguen sin ponerse de acuerdo acerca de una teoría única que explique las razones de esta anomalía: inmunidades cruzadas por una mayor exposición de la población a otros coronavirus primos hermanos del SARS-CoV-2, sistemas inmunitarios más activos por infecciones parasitarias, la mayor juventud de la población africana, la climatología ligada a una mayor vida en el exterior de las viviendas o incluso la genética. Todas estas explicaciones se han puesto sobre la mesa, ninguna es concluyente y todas podrían ser una parte de la solución del enigma.

La experiencia previa en todo tipo de epidemias permitió al continente mostrar una capacidad de reacción superior a otras regiones. La maquinaria de salud pública estaba engrasada. En palabras del doctor Chibuzo Okonta, presidente de Médicos Sin Fronteras en África occidental, «nuestros sistemas de salud, a menudo descritos como frágiles, podrían paradójicamente ser más resilientes en la gestión de un shock como este. La mayoría de nuestros profesionales de salud han practicado el arte de curar en contextos de enfermedades endémicas con recursos limitados. Esto les ha hecho desarrollar unos reflejos desconocidos en otros lugares».

Estudiantes en Antanarivo muestran botellas de Covid Organics, un té promocionado por el presidente malgache, Andry Rajoelina, como remedio natural contra el coronavirus. Fotografía: Rijasolo/GETTY



Debido a la menor conectividad del continente y al rápido cierre de fronteras, el virus irrumpió en África más tarde que en otros continentes, proporcionando un tiempo fundamental para que los distintos Gobiernos, en coordinación con la OMS y los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) africanos, se preparasen. Salvo excepciones notables, como la negacionista Tanzania –su presidente, John Magufuli, falleció el pasado 17 de marzo a causa de problemas cardiacos, según la vicepresidenta del país (ver p. 11)–, prácticamente todos los países adoptaron medidas drásticas, que fueron desde el confinamiento parcial hasta los toques de queda, pasando por límites a la movilidad, suspensión de toda actividad lectiva, mercados e incluso ceremonias religiosas.

Economía y salud

Este fue el primer gran debate. ¿Cómo gestionar el impacto en la actividad económica cotidiana? El ingreso de muchos hogares depende del sector informal, de la compraventa diaria. Limitar las salidas implicaba cortar de raíz el principal medio de vida de la población. Conscientes de ello, los países modularon su respuesta en función de su perfil. Aquellos con regímenes más autoritarios no tuvieron inconveniente en exhibir su músculo coercitivo, mientras que los sistemas más democráticos titubearon y ofrecieron mayor flexibilidad. En general, los confinamientos se fueron relajando antes que en el resto del mundo debido a esta peculiaridad africana.

Sin embargo, a mediados del verano el virus ya se había colado por todos los rincones del continente y, dado que África había ido aumentando su capacidad diagnóstica, las cifras empezaban a crecer. A finales de julio, la pandemia alcanzaba su primer pico en el continente y la sombra de los negros presagios se hacía más densa y oscura que nunca. Nuevo error. La intensidad de la pandemia volvió a descender en otoño cuando Europa entraba de lleno en su segunda ola.

Desinfección de manos en un hospital de Lagos (Nigeria). Fotografía: Pius Utomi Ekpei/GETTY



Los sistemas públicos de salud africanos, los más débiles del mundo, sí que fueron sometidos a un enorme estrés por el impacto indirecto de la covid-19. Quienes más lo han sufrido y siguen sufriendo son los más vulnerables, entre los que destacan los desplazados por conflictos, refugiados y niños. La pérdida de ingresos de las familias y los problemas para la movilidad, así como el cierre de colegios, representan un serio riesgo de incremento de la malnutrición infantil en 2021, como ya advirtieron la OMS, el Programa Mundial de Alimentos, Unicef y la Agencia de Naciones Unidas para la Alimentación en julio pasado, mientras que la suspensión de campañas de vacunación hace temer brotes de otras enfermedades. El esfuerzo de los Gobiernos en la atención a la pandemia supuso derivar recursos y personal, lo que que debilitó otros servicios de salud esenciales.

De igual modo, la sacudida económica ha sido tremenda. De hecho, África vive su primera recesión en 25 años, según un informe de la Comisión Económica de Naciones Unidas para África (UNECA) que estima en 99.000 millones de dólares las pérdidas en la producción. La ralentización de la actividad mundial provocó una caída de la demanda de materias primas, sobre todo petróleo, y un consecuente desplome de los precios en los mercados internacionales. Dado que África es muy dependiente de estas exportaciones, el batacazo empezó por ahí.

Pese al buen ritmo de crecimiento de las dos últimas décadas, la mayoría de Gobiernos tiene una limitada capacidad de respuesta presupuestaria, en muchas ocasiones debido a que destinan hasta la mitad de sus ingresos al pago de la deuda externa sobre la que se ha cimentado ese crecimiento. Un perfecto círculo vicioso que impidió un mayor apoyo del Estado a las poblaciones más vulnerables que empezaban a acusar el golpe.


Una enferma de coronavirus en el Hospital Khayelitsha, cerca de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Fotografía: Rodger Bosch/GETTY


Variante sudafricana y vacunas

Pero el virus reservaba aún algunas sorpresas. La aparición de nuevas variantes, una de ellas bautizada con el nombre de «sudafricana» por su descubrimiento en este país, pilló a África en plena segunda ola que, una vez más, se produjo tardíamente respecto al resto del mundo y alcanzó su cénit en enero de este año. Para entonces, el mundo estaba ya en pleno comienzo de la mayor campaña de vacunación que haya conocido la historia, y las primeras señales de que el continente más pobre iba a sufrir las consecuencias de su escaso peso en el concierto de las naciones eran ya una realidad.

A finales de diciembre de 2020 se sucedieron los primeros pinchazos en Estados Unidos y algunos países europeos, que en enero ya estaban en plena campaña. África se quedó rezagada  porque la feroz competición de las naciones ricas por hacerse con un stock suficiente para vacunar a su población estrechó los márgenes del mercado y porque muchos Estados africanos no disponían de los recursos económicos para hacerse con dosis suficientes. «No es realista plantear que vamos a llegar al 60 % de población inmunizada en un año», el porcentaje considerado mínimo para alcanzar la inmunidad de grupo, aseguraba Phiona -Atuhewbe, responsable de Introducción de Nuevas Vacunas de OMS África, a mediados de febrero. «Harían falta 12.000 millones de dólares (unos 9.800 millones de euros), que no tenemos», añadió.


Una enfermera del Hospital de Enfermedades Infecciosas Wilkins de Harare (Zimbabue), muestra una dosis de la vacuna de Sinopharm antes de su administración, el pasado 18 de febrero. Fotografía: Tafadzwa Ufumeli/GETTY



Con el objetivo de que ningún país se quedara fuera de la vacunación surgió la iniciativa Covax, abanderada por la OMS, la Alianza por las Vacunas GAVI y Unicef, entre otros. La idea es distribuir unos 2.000 millones de dosis durante el presente año entre los países de rentas medias y bajas. Pese a que algunas naciones africanas acudieron al mercado libre en busca de aprovisionamiento, todas se adhirieron a esta iniciativa, que arrancó de manera oficial el 24 de febrero con la llegada de las primeras 600.000 dosis a Ghana. Luego le tocaría el turno a Costa de Marfil y Nigeria, hasta llegar a 23 países a mediados de marzo, tratando de garantizar que, al menos, el personal sanitario y la población de riesgo fuera inmunizada.

Fracaso

«Es un problema moral», aseguraba John Nkengasong, director de los CDC africanos, «será terrible comprobar esta desconfianza entre el Norte y el Sur respecto a un bien común como son las vacunas». Naciones Unidas calcula que apenas un 20 % de los africanos estará vacunado a finales de este año. El propio director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, elevó el tono para denunciar el acaparamiento de vacunas por parte de los países ricos. «El mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico respecto a la distribución equitativa de las vacunas», aseguró en febrero, «el precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo». El propio aprovisionamiento de -Covax estaba amenazado por los acuerdos bilaterales entre los países del Norte y las empresas farmacéuticas.

Un trabajador del colectivo SN3D con una caja de mascarillas en Dakar. Fotografía: John Wessels/GETTY



«La mayoría de los fabricantes han priorizado la aprobación regulatoria en los países ricos, donde las ganancias son más altas, en lugar de presentar expedientes completos a la OMS. Esto podría retrasar las entregas de Covax y crear exactamente el escenario que pretendía evitar, un mercado caótico, una respuesta descoordinada y una disrupción social y económica continua», aseguró Ghebreyesus en un discurso ante la junta ejecutiva de la propia OMS.

La pesadilla del coronavirus aún no ha pasado y sus consecuencias económicas, políticas y sociales, como un aumento de la pobreza, la inestabilidad o, incluso, la violencia de género, durarán varios años, coinciden los expertos. El acceso desigual a las vacunas, que ya se ha puesto en evidencia en el primer trimestre de 2021, y la consolidación de proyectos como el pasaporte vacunal que tiene en mente la Unión Europea, podrían ralentizar aún más la recuperación de África. El continente está hoy, un año después del inicio de la pandemia, lejos de las previsiones apocalípticas de aquellos estudios iniciales, pero tampoco se puede decir que África haya salido indemne. La covid-19 muerde aún con fiereza y el camino para salir del pozo es largo y lleno de vicisitudes.   

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