«África está alterando el orden global»

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Beatriz Mesa, periodista e investigadora




En su último trabajo, ‘El fracaso de Occidente en África. La nueva amenaza que no queremos ver’ (Almuzara, 2024), Beatriz Mesa aborda la salida de Occidente del Sahel y la entrada de otros actores internacionales, como Rusia. Más allá de explicaciones sobre lo evidente, la autora pone contexto a una situación para la que no sirven respuestas cómodas y sencillas.


Occidente ha fracasado en África. ¿Por qué?

Fracasa después de medio siglo generando proyectos de desarrollo que no han terminado. No se entiende que en 50 años generando desarrollo, más de medio siglo después de las independencias y de la intervención de tantos actores internacionales, sigamos recogiendo subdesarrollo.


También está el fracaso en el ámbito de la seguridad.

La tragedia de África, y en concreto de los países del espacio saharo-saheliano, es que 20 o 30 años después de producir seguridad a través de actores internacionales, especialmente de grandes hegemonías como EE. UU. y Francia, no hemos sido capaces de generar seguridad, sino una mayor inseguridad.


¿Por qué?

Porque hay una percepción equivocada. Occidente ha estado transfiriendo seguridad utilizando el hard power, desplegando sus cuerpos y fuerzas de seguridad para neutralizar y eliminar la violencia. Francia ha estado en el Sahel occidental desde 2013, pero la violencia no ha sido neutralizada. El actor internacional la ha definido de forma diferente y, en primer lugar, ha distinguido entre aquellos que portaban la bandera del salafismo, del yihadismo, de aquellos que portaban la del secesionismo, sin comprender que los actores que generan violencia tienen vasos comunicantes. Da igual el recurso ideológico que utilicen, porque, al final, la violencia se convierte en un oficio, en una solución, en una manera de alcanzar poder económico, control territorial y de las rutas. Y eso significa drogas, secuestros y todo lo demás.


Arrancamos, por tanto, de un desconocimiento.

Esto es lo que ha ocurrido, básicamente, desde el año 2000. Estos grupos armados, que eran elementos aislados, se han ido sofisticando hasta constituir grandes estructuras armadas. Este contexto representó la amenaza internacional y provocó la intervención de Francia en 2013, que buscaba la eliminación de la ideología yihadista. Este es el error y parte del fracaso: pensar que la amenaza del Sahel es de naturaleza yihadista y no que está en otros nichos.

Vista aérea de mujeres lavando ropa a orillas del río Níger en la localidad de Mopti (Malí). La conocida como Venecia maliense ha sufrido diferentes formas de violencia en los últimos año. Fotografía: Marco Longari/Getty


¿Cuáles?

Tenemos un problema poscolonial relacionado con la integración de comunidades tuaregs y árabes que no han terminado de comprender el Estado nación, sino que funcionan como estados-territorio. No se ha conseguido reconciliar la negritud con las tribus blancas del norte de Malí, que mantuvieron una lucha armada contra los colonos en su momento y contra los Estados nación ahora en busca de mayor control y autonomía del territorio. La percepción occidental de la amenaza vista no es la misma que desde estas sociedades. Cuando Francia interviene para afrontar la amenaza global, como le llama a la yihad, no tiene la misma percepción que Malí. Para Bamako, el enemigo no viene de aquellos que ondean la bandera de la yihad, sino de cualquier organización armada que erosiona la soberanía nacional. Todos los grupos armados que han crecido durante la última década, que se han constituido como estados paralelos y que han controlado cada vez más territorio en el norte de Malí, con independencia de la bandera que porten, representan una amenaza para el Estado maliense.


¿Cuál ha sido el gran error de Occidente, de Francia, a la hora de transferir seguridad?

Dividir en buenos y malos. En esa división, Francia ha apoyado a parte de una insurgencia armada durante una década. Cuando se legitima una parte de la insurrección, en este ­caso a grupos secesionistas que reivindican el norte de Malí, se los legitima como actor armado, y se han sentado a negociar con la ONU, con Francia o con Argelia… Durante estos años de tregua y de negociación, esos grupos armados, a través de sus brazos políticos, han conseguido instalar un estado de facto. El norte de Malí ha funcionado como un estado nuevo, paralelo, no a través de un referéndum como en Sudán del Sur, pero íbamos hacia eso, y el Estado maliense no podía permitirlo. De ahí que el proceso de paz iniciado en 2014 no pudiera ser refrendado. El fracaso de Occidente está ahí. Interviene en Malí para devolverle su integridad territorial, pero no lo logra, contribuye a lo contrario y, además, hace que durante esta última década se hayan multiplicado los grupos armados. La violencia se circunscribía al norte de Malí, pero se ha transnacionalizado y extendido a otras partes del Sahel occidental. No se comprende que en paralelo a la presencia de mecanismos de seguridad, hablo de Barkhane y Serval –­ambas de Francia– y de otros operadores que están contribuyendo a priori a refundar los ejércitos de la zona, haya más violencia, más amenazas, más grupos armados y más erosión territorial.


¿Occidente es causa directa o indirecta de la violencia actual?

Lo he pensado muchas veces, pero me cuesta decir que Occidente es la causa de la violencia. No me atrevo a utilizar esos términos, pero sí es cierto que no hemos ido a hacer una política pública de seguridad.

Un hombre sentado a la sombra junto a una carretera de Uagadugú (Burkina Faso). Fotografía: Sia Kambou / Getty

¿Qué quiere decir?

Que me dirijo a un país para generar seguridad a una población que está en riesgo y se siente amenazada. Si no protejo a esa población y, además, no tengo la capacidad ni el deseo de intervenir para frenar, neutralizar o evitar nuevos conflictos comunitarios, no estoy haciendo mi trabajo como debo. Como política pública securitaria no estoy respondiendo al bien colectivo, estoy haciendo otra cosa. Y eso se llama realpolitik, geopolítica. Eso sí se le puede decir a Occidente y desde Bruselas se asume ya ese rol. Algunas fuentes de la UE han apuntado a que Bruselas ha destinado al Sahel 3 500 millones de euros.


¿Con qué impacto?

Viajo dos veces al año allí y no ha cambiado nada. No hay una nueva universidad, una nueva infraestructura, un proyecto de energía renovable. ¿Adónde han ido destinados esos 3 500 millones de euros? Es hora de entonar un mea culpa y reconocer lo que no hemos hecho y hacia dónde tenemos que ir. El fracaso de Europa está en qué se ha hecho con 3 500 millones de euros de presupuesto ­público.

¿Hay algún interés que nos haga fracasar en algo en lo que hemos invertido tanto tiempo y dinero?

Esa es la pregunta que me hago desde hace una década, cuando asistí a la presencia de las primeras tropas internacionales, que venían con la narrativa de crear seguridad y desarrollo. La respuesta que podemos dar es que hemos venido a hacer geopolítica en el sentido de que África sigue siendo el continente a colonizar. Aunque ya no estamos en el período colonial, podemos seguir creando dependencia del norte global desde una perspectiva de seguridad. Conocemos los problemas y las fragilidades de estos países, que se utilizan en favor del actor internacional, no de la emancipación del sur global. Somos egoístas a la hora de mirar al Sur.

El presidente chadiano, Mahamat Déby Itno, pronunció el 31 de enero de 2025 el discurso que suponía la salida de la última presencia militar francesa en el país. Fotografía: Joris Bolomey / Getty


¿Por qué?

Porque buscamos sus fragilidades, en este caso de seguridad, para desplegar un helicóptero, un Hércules, lo que sea, con el fin de seguir siendo dominantes en un escenario, África, muy importante para las agendas económicas. África está alterando el orden global, sin duda. En el caso de Francia, nunca se terminó de retirar. Lo hizo institucionalmente. La política de París pasa por crear dependencia del sur global con respecto a Francia. La prueba no solo la vemos en la seguridad, sino en todo lo demás, porque ha sido uno de los países estrella en la explotación de recursos, como hemos visto en Níger o en otros países. La revolución real de África vendrá cuando sean capaces de alcanzar una soberanía económica.


Existe la impresión de que al Norte no le interesa un continente africano desarrollado.


Ese es el punto clave de todo. Aquí todo va a estar basado en si el sur global se va a imponer y nos va a decir: «Nosotros ­también somos influyentes. Hemos dejado de ser periferia». Lo que le ha ocurrido a Francia con el Sahel es una pataleta de Macron, que no soporta que sus colonias africanas diversifiquen sus socios y sus relaciones. Malí, Níger y Burkina Faso dicen que quieren dejar de ser periferia.



¿Puede África ser influyente en el mundo?

Hace 20 años era impensable la construcción de un mundo multipolar a partir del continente africano, pero eso está cambiando. El mundo de los BRICS, que son grandes economías, ya está en África. Y ha alterado la bipolaridad de la que veníamos. Los países occidentales han perdido influencia en sus tradicionales patios traseros y ahora estamos viendo a Emiratos Árabes, a Irán, a Arabia Saudí o a Turquía con sus diplomacias. Vemos a Marruecos todos los días. Vemos a China y a Turquía en la pesca en Mauritania… Hay un cambio de equilibrio internacional. África quiere dejar de ser la periferia y la ruptura tiene que ser a través de la recuperación de la soberanía económica. Esa recuperación nos llevará hacia una soberanía securitaria. África no puede hablar de soberanía securitaria mientras no recupere su soberanía económica.



Se habla mucho de Rusia y de su teórica injerencia.

Para Rusia estamos utilizando conceptos que no hemos aplicado para Occidente, como el de la injerencia. Aunque haya una resolución de la ONU para una intervención securitaria, se han producido injerencias estando en el territorio saheliano. Durante una década, Francia no compartía información ni inteligencia ni hacía intervenir a las Fuerzas Armadas malienses en su lucha contra el llamado terrorismo internacional. Eso es injerencia. No estoy defendiendo a Rusia, solo estoy explicando lo que es bueno para uno y lo que no es tan bueno para otro. Rusia, más allá de la dimensión securitaria, expone una batería de propuestas de desarrollo real.


¿Qué ha propuesto?

Aperturas de centrales nucleares o desarrollo de energía solar. Viene con propuestas universitarias, de creación de puentes, infraestructuras, tranvías, trenes. No sé si se va a cumplir, pero viene con una hoja de ruta. Rusia no tiene recursos para eso, pero África sí. ¿Qué necesita África? Tecnología y, sobre todo, gestores, cerebros, mano de obra, ingenieros que no se queden en la diáspora, que ayuden a construir África desde dentro. África necesita que sus élites no se vayan. Y si tú, como élite económica, piensas que tienes un actor que te puede acompañar, a lo mejor por ahí van los tiros.

Emmanuel Macron, después de una reunión en línea, el 16 de febrero de 2021, con los líderes del G5 Sahel. Fotografía: Francois Mori / Getty


¿Ha dado el paso África de elegir a sus socios?

Exacto. Durante medio siglo hemos tenido un único actor que no ha dado resultados, ¿y venimos ahora con eso de que llega el lobo? Y antes, ¿qué fue? ¿No era un lobo? Antes fue un depredador económico. ¿Vamos a asistir a una nueva depredación económica? Lo vamos a ver. Lo interesante ahora es que Occidente ha perdido una gran oportunidad de generar confianza. La confianza no se va en un año. Han sido décadas de pérdida de confianza. Lo que ha ocurrido en el Sahel occidental no cae del cielo. Esos «no golpes de Estado» [en relación a los alzamientos de Malí, Burkina Faso y Níger] no son una novedad. «Otro golpe de Estado en África». No, no, no, cuidado. Eso no es otro golpe de Estado. Eso es el resultado de 20 años de desastre.


¿Europa puede cambiar?

Sí, está a tiempo, pero necesitamos un nuevo liderazgo. Con Macron ya no es posible nada ahora mismo, especialmente después de las últimas declaraciones [a primeros de año, señaló que los países africanos «han olvidado dar las gracias» a Francia por su presencia en el Sahel desde 2013]. Macron es irrecuperable. Su narrativa colonial tiene que ser sustituida por un nuevo actor, por un nuevo liderazgo, hay que esperar. Es muy difícil, pero sí es recuperable una Europa con la que trabajar de otra manera.






Para saber más



Por Óscar Mateos



Son muchos los análisis que en los últimos diez años se han dedicado a entender la evolución política, social y de la conflictividad en el Sahel. No es para menos. Esta vasta franja de África, que va del Atlántico al mar Rojo, se ha convertido en un escenario de alta intensidad geopolítica. En apenas una década, hemos asistido a una concatenación de intervenciones internacionales, una sucesión de golpes militares en países clave como Malí, Burkina Faso o Níger, el ascenso de juntas militares como formas de gobierno estables, la irrupción de empresas de seguridad privada como Wagner y, más recientemente, la retirada de actores como Francia, Estados Unidos o la Unión Europea. Este panorama, marcado por el desconcierto y la incertidumbre, ha dado pie a una abundante producción analítica que busca no solo explicar qué está ocurriendo, sino, sobre todo, vislumbrar hacia dónde va la región.

Un buen punto de partida para saber más es el reciente dosier de La Vanguardia titulado «El polvorín del Sahel». Publicado en marzo de 2025, reúne una serie de textos que abordan los aspectos geoestratégicos, sociales y militares de la crisis. Firmado por algunas de las voces más reconocidas en el análisis de esta región (Niagalé Bagayoko, Alex Vines, Bernardo Venturi o Zachariah Mampilly, entre otros), este monográfico destaca por su claridad y por ofrecer una visión panorámica, que va desde las tensiones entre Francia y sus excolonias hasta el impacto de la retirada occidental y el avance de los grupos armados. Son especialmente sugerentes y útiles las infografías y mapas que se ofrecen.

Para quienes deseen profundizar en el análisis estructural del conflicto, es muy recomendable el informe elaborado por Signe Marie ­Cold-­Ravnkilde y Boubacar Ba para el Instituto Danés de Estudios Internacionales (DIIS), titulado Actors and drivers of conflict in the Sahel. A través de una mirada rigurosa y bien documentada, los autores identifican los factores que alimentan la inestabilidad: la gobernanza débil, las tensiones locales por el acceso a recursos, las dinámicas étnicas y religiosas, así como la instrumentalización política del yihadismo. Una lectura clave para entender a los actores sobre el terreno y sus lógicas.

En clave de ensayo, destaca el libro Sahel: The Perfect Storm (Hurst Publishers, 2023), del investigador noruego Morten Bøås. Aunque el título pueda sonar sensacionalista, el contenido es cualquier cosa menos superficial. Bøås analiza cómo la historia colonial, la fragmentación de identidades, la debilidad del contrato social y el cambio climático confluyen en una tormenta perfecta. El caso de Malí ocupa un lugar central y se ofrece una mirada crítica a las intervenciones militares internacionales, al tiempo que se plantea cómo las élites locales y los grupos insurgentes alimentan mutuamente la crisis.

En el género documental, puede resultar sugerente visionar The Great Green Wall (2019), dirigido por Jared P. Scott y producido por Fernando Meirelles. Con la cantante y activista Inna Modja como guía, este viaje musical desde Senegal hasta Yibuti recorre el ambicioso proyecto de la Gran Muralla Verde, que busca combatir la desertificación plantando millones de árboles. El documental mezcla paisajes, música y testimonios para mostrar cómo las comunidades locales enfrentan el cambio climático con resiliencia y creatividad.

Por último, para quienes deseen profundizar en los efectos del cambio climático en la región, el proyecto europeo CASCADES (cascades.eu) ofrece una impresionante recopilación de estudios, visualizaciones y recomendaciones de política pública que vinculan medioambiente, migraciones y análisis de la región. Sus materiales están disponibles en acceso abierto y representan una herramienta valiosa para investigadores y responsables políticos.

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