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Por Javier Fariñas Martín y Javier Sánchez Salcedo
Porque Adou es el reflejo de muchas injusticias que se están cometiendo con muchas familias migrantes en el mundo rico. Tras esa imagen impactante que dio la vuelta al mundo, la de un niño metido en una maleta, hay una persona, hay una familia sometida a todas estas trabas burocráticas que provocaron que Adou apareciera ahí. Que aparezca en una maleta no es una fatalidad, es la consecuencia de haberle cerrado todas las puertas, no les dejamos vías legales y seguras para venir, de ahí tanta muerte en el Mediterráneo en los últimos 35 años. Hace unos meses leía en New York Times, en un reportaje sobre los cadáveres encontrados en la frontera sureste entre México y Estados Unidos, que se habían registrado entre 2001 y 2016 más de 6.500 muertes, muchas más que en los atentados del 11S y el huracán Katrina juntos. Muchas veces tenemos que recurrir a estas comparaciones, tenemos que contrastar la imagen con una tragedia con la que nos identificamos, como un accidente aéreo, con el que todo el mundo queda impactado, pero en el Mediterráneo todos los días hay accidentes aéreos por el número de víctimas.
En los medios de comunicación se ha impuesto una factura de producción de noticias cada día más corta, con menos contexto, más digerible. Nos han hecho creer que la información es simple, que es un titular y 140 caracteres; pero la información no es eso. Hay más información que nunca sobre refugiados e inmigrantes, pero ¿la gente sabe qué está pasando con ellos? ¿La gente quiere saber? Creo que es necesario hoy, en este mundo de migraciones forzosas y de migraciones económicas irremediables, ir más allá de la evidencia o de la simpleza. La gente no se mueve porque se muera de hambre: sabemos que la gente que vive una hambruna o está en situación de crisis nutricional intenta sobrevivir en su país o se refugia en el de al lado, no es el perfil del que viene aquí. Pero el estereotipo dice que la gente viene porque muere de hambre, porque huye de la guerra, etcétera, etcétera. O por el efecto llamada de las parabólicas, los coches de lujo y la buena vida, que son lugares comunes con los que se pretende explicar la inmigración. De tanto poner el apellido inmigrante irregular, menor extranjero no acompañado, refugiado o solicitante de asilo, hemos cosificado a la gente. No hay una persona sin papeles. No hay una persona en situación irregular. Son individuos sujetos de derecho.
Hay mucha información de calidad desde nuestro lado del muro, pero no desde el otro lado. Hemos construido un muro físico, jurídico y mental tan elevado que no vemos lo que hay al otro lado: la situación de Libia, Nigeria, Eritrea, Somalia o Gambia. Si preguntaras a la gente de dónde viene la mayor parte de la gente que rescatamos en el Mediterráneo, la gente diría que de Siria o Irak, y no es verdad. La primera nacionalidad es Nigeria, donde hay una particularidad en el noreste con Boko Haram, pero también hay una enorme desigualdad en el país, con un crecimiento desigual, con gente fuera del carril de la prosperidad en Lagos y en las grandes ciudades. A eso me refiero. ¿Hay información? Sí. ¿Hay cantidad de información? Sí, pero lo que falta es intentar explicar las causas de la inmigración. Uno no se convierte en inmigrante o refugiado cuando pisa un barco de salvamento o una playa europea, sino en el momento en el que sale de su casa forzosamente.
Creo que en la opinión pública hay un interés creciente. Hoy hay mejor información en castellano sobre África que hace años. Hay muchos compañeros, no entre los medios convencionales, que ofrecen buen material y que están peleando para que África sea visible. No soy positivo en cuanto a los medios convencionales, porque cuando hay una hambruna, un naufragio o un pico de llegada de inmigrantes a la costa sí giran el cuello hacia la zona, pero no hay una apuesta informativa por África. Pero, ¿cómo dejas de contar un continente con más de 1.000 millones de personas? Por eso, cuando empiezan a llegar nigerianos, cuando empiezan a reproducirse problemas derivados de la trata de mujeres, no nos enteramos de nada. África va a acabar siendo un eje importante del mundo. África va a marcar el futuro a la vieja Europa y a la vieja América. ¿Y dónde vamos a estar los medios?
Luis García Montero se refiere a que nos hemos acostumbrado a la imagen dramática, a que lo hemos visto todo: naufragios, cadáveres de niños como Aylan Kurdi, gente colgada de la valla, gente que se cae y se queda parapléjica, pero casos como el de Adou te demuestran que no lo hemos visto todo y que hemos convertido Europa en una especie de jaula dorada donde se ha impuesto el discurso público de que los inmigrantes no pueden venir.
Volvemos a los migrantes y refugiados una vez que están dentro de la barca. No vemos ni el antes ni el después. Solo vemos la barca y la playa. Frontex, que es la Agencia Europea de Control de Fronteras, es un entramado enorme, porque la inmigración irregular es un gran negocio para las empresas privadas de vigilancia. Estamos alimentando un gran negocio y estamos alimentando a las redes clandestinas que se benefician de que no haya puertas de entrada legales. Si la gente tuviera la oportunidad de pedir visados en sus países de origen, si hubiera otra puerta de entrada, no existiría la inmigración clandestina, no existirían las mafias, que son la excusa favorita de los políticos cada vez que ocurre un naufragio: echar la culpa a las mafias y no a las políticas que han hecho posible eso. Y Frontex es un ejemplo perfecto: sigue aumentando el presupuesto cada año, sigue legitimando el discurso militar y securitario frente al discurso de los derechos humanos. Gastamos en el negocio del control de fronteras y no hacemos absolutamente nada para que la gente no tenga la necesidad de embarcarse de esa manera.
Creo que sí. Estamos acostumbrados a ver la inmigración a través de una patera, y nos olvidamos de que los inmigrantes ya están aquí desde hace mucho tiempo, intentan hacer su vida aquí… En el caso de Alí, el padre de Adou, llegó a España en 2005. Y aquí llegamos a otro de los conceptos favoritos de los políticos: la integración. ¿Cómo te vas a integrar si el entramado legislativo te obliga a estar separado de tu mujer, de tus hijos o a educar desde un locutorio, por teléfono? A un inmigrante que pretende vivir con su familia, además de los requisitos del trabajo, la residencia, de no tener antecedentes penales, le ponemos un criterio económico basado en el IPREM (Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples). Cuando quieres traer a un miembro de la familia te exigen un tanto por ciento del IPREM más ‘x’. Después de muchos recursos a la Administración, la mujer y la hija de Alí pudieron venir, pero el recurso por el pequeño Adou le fue rechazado. Para reagrupar al tercer miembro de la familia le faltaban 56 euros al mes en la nómina. El funcionario pensó que ese era el argumento para negar la reagrupación, cuando la ley dice que se minorará el criterio económico en beneficio del interés del menor. La historia de Adou termina con esa imagen brutal porque tuvo que recurrir a una red clandestina, pagar 5.000 euros… y acabar en una maleta. Si ese niño llega a morir, ¿quién sería el culpable? ¿El padre? ¿La red clandestina? ¿El que no interpretó bien la ley? ¿La legislación europea?
Se ha impuesto el discurso del rechazo. La sociedad tiene empatía y un sentimiento de piedad ante sucesos dramáticos, pero como dice Luis García Montero en el prólogo del libro, es una piedad líquida, se diluye. Esa misma sociedad piadosa con el drama, cuando hay que ir a las elecciones y votar no repara en ello. Todos hemos asimilado, incluso la izquierda, que hay que tener un discurso restrictivo en materia de inmigración porque eso da votos, y eso te lo dicen muchos responsables de partidos de izquierda. ¿Por qué permitimos que haya centros de internamiento de extranjeros? ¿Por qué permitimos redadas racistas? Estamos permitiendo todo. Es muy fácil culpar a la ultraderecha, a los partidos, pero en España pasó lo del Tarajal, donde murieron 15 personas, y no vi la movilización ciudadana. Para mí el reto es cambiar el discurso. Este no es el relato de unos contra otros, ni es el relato de un peligro que acecha nuestras fronteras, ni que nuestras fronteras tienen que ser defendidas. Nuestra frontera no puede ser un espacio de ‘no derecho’.
Cada vez más, la información es entretenimiento. Lo importante es tener un enviado especial en un sitio, lo importante es tener al muñeco en la playa, y que la playa se vea de fondo. Me pregunto por qué es tan cool enviar periodistas a las islas griegas y no enviar a los mismos periodistas a la valla de Ceuta y Melilla. ¿Qué pasa, que no queremos ver las violaciones de derechos humanos que cometemos en nuestro territorio y que estamos legitimando con nuestro silencio? Los medios se tienen que enfrentar a este debate, y la audiencia también. ¿Cuántos muertos tienen que producirse en un naufragio para que salga en los medios? A lo mejor tenemos que informar de otra manera. A lo mejor tenemos que cambiar el relato porque ese discurso aburre, y yo creo que ese es nuestro reto, cómo contar esto de forma diferente para que a la gente le resulte interesante.
Ese es un debate interesante. Me gustaría muchas veces pulsar la opinión de la gente sobre esto. ¿Por qué eres solidario con los que llegan a Grecia y no con los del Tarajal? España y Marruecos comparten la frontera más desigual del mundo en cuanto a renta per cápita. A Marruecos, que ha mejorado mucho en los últimos años, le hemos subcontratado la vigilancia de nuestras fronteras, y cuando digo nosotros me refiero a España y a la Unión Europea (UE). Les pagamos grandes sumas para que hagan el trabajo sucio, para que hagan de gendarmes de la UE, porque el gran interés no es que no lleguen, no es que no mueran, sino que se mueran lejos, que la foto no se produzca en una playa griega o española, y que no se genere polémica política, porque si mueren lejos… Y ese es el gran cinismo. Debemos tener una buena relación con ellos para que nos paren la llegada de migrantes y refugiados; es nuestro gendarme. ¿Qué pasa? Vuelvo al discurso legitimador del ‘no’ al inmigrante y al refugiado. Nuestras fronteras hay que defenderlas. Al final, la conclusión es que estamos en guerra contra los migrantes. Nuestras medidas ante la inmigración son militaristas y securitarias y las consecuencias de nuestra guerra contra los migrantes son más de 40.000 muertos desde 1991 en las rutas terrestres y marítimas hacia Europa. Basta de admitir que la gente se muera intentando llegar a Europa, basta de cruzarnos de brazos. La historia nos juzgará dentro de unos años cuando, con perspectiva, esto se vea y se contemple la cantidad de muertos: 5.000 el año pasado, mil y pico este año… No hay lugar en el planeta que acumule 5.000 muertos en los últimos años en sus fronteras, y Europa los tuvo solo en un año. No hay un lugar más mortífero en el mundo que Europa. Que la gente se muera camino de Europa no es una fatalidad, es consecuencia de una decisión política.
Eso me pregunto yo. ¿Qué clase de mundo estamos construyendo cuando permitimos esto? ¿Qué clase de mundo hemos construido cuando permitimos dos categorías de personas, nosotros y ellos? Y si ellos son inmigrantes africanos, o de otros orígenes, aceptamos que tienen menos derechos que nosotros, aceptamos que tienen más restricciones que nosotros, que deben tener restricciones de viaje, de movimiento. ¿Cómo hemos aceptado esto? Porque al final lo hemos aceptado, no hay una movilización en contra. Hay una parte de la sociedad civil movilizada, pero no hay un sentimiento generalizado de injusticia. Hay otros ámbitos, la lucha contra la violencia de género o la lucha contra la igualdad, que han sido luchas de siglos, y hasta hace poco no se ha conseguido que la mujer votara, ni que la mujer tuviera los mismos derechos, y hoy lo han conseguido. Todavía hay muchos países donde el reto está por delante, pero en el mundo rico se están alcanzando las cuotas. Falta mucho por hacer, pero se están alcanzando algunas metas. Mi esperanza es que en materia de extranjería y migración, de esclavitud, de mano de obra forzosa, o de trata, a medio plazo todos aceptemos que nos hemos equivocado, y que hemos fracasado como sociedad y como colectivo con las políticas de inmigración, y que necesitamos un cambio. Necesitaremos más o menos tiempo, pero al final nos daremos cuenta.
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