África va mal

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En MUNDO NEGRO somos afrorrealistas, aunque aquello que compartimos con nuestros lectores sobre África no siempre coincida con lo que nos gustaría contar. África va mal y el resto del mundo también, pero si nos centramos solo en el continente, constatamos que existen demasiados conflictos, inestabilidades sociales, políticas y económicas, corrupciones, desequilibrios crecientes entre grupos humanos o efectos climáticos adversos que no nos permiten ser optimistas.

Un claro signo de esta deriva son las personas migrantes que deciden abandonar el continente. Baste pensar en las 19.507 personas que al cierre de esta edición habían llegado a Canarias jugándose la vida. Imposible sustraerse a la comparación entre los coloridos cayucos en los que viajan y los barcos negreros que durante siglos recorrieron el océano Atlántico alimentando un tráfico infame del que habla el historiador Marcus Rediker. Antes los africanos abandonaban el continente de manera forzada y ahora lo hacen voluntariamente, pero en ambos casos en viajes inciertos y arriesgados.

Sabemos que África no es un país, sino un enorme continente con 54 naciones independientes y una pendiente todavía de descolonización, Sahara Occidental. Las realidades son diversas, con luces y sombras, y no todo va mal, pero cuando rascamos en la realidad de un país o de una situación concreta, casi siempre encontramos aspectos negativos. Y este número de MUNDO NEGRO no es una excepción.

A pesar del olvido de los medios de comunicación occidentales sigue la guerra en Sudán, con sus seis millones de refugiados y desplazados; la libertad religiosa recula en el continente; en Nigeria se cuentan por decenas de miles las personas que, independientemente de su identidad religiosa o étnica, mueren asesinadas cada año; en Marruecos, según la activista Khadija Ryadi, «el entramado del poder» de Mohamed VI cada vez se preocupa menos de las necesidades del pueblo; Ghana atraviesa una crisis económica que ha generado 850.000 nuevos pobres; y Madagascar también afronta múltiples dificultades a las puertas de unas nuevas elecciones presidenciales.

No es una fatalidad que África y el mundo vayan mal, porque los seres humanos podemos revertir la situación. Cada uno de nosotros puede transformar el mundo. La guerra, la división y la rivalidad en las que vivimos desde el Neolítico, e incluso antes, se manifiestan en nuestro tiempo con toda su fuerza destructiva y nos muestran que necesitamos una revolución antropológica. Precisamos un cambio radical de mentalidad que sea más relacional y cooperativa y nos haga tomar consciencia de que somos una única humanidad, de que somos uno, el Reino que Cristo vino a inaugurar sobre la Tierra y que los cristianos no hemos acogido, pues seguimos actuando en el mundo con una violencia pasmosa. Sin embargo, vivimos hoy un tiempo de gracia, extraordinariamente favorable para volver a escuchar de una manera nueva y renovada esa Buena Noticia, creer en ella, interiorizarla, experimentarla y llevarla a la política, a las relaciones internacionales, a la economía, a las escuelas y a todos los aspectos de la vida. Puede que sea un proceso largo, pero se nos antoja no el mejor camino, sino el único, para que África y el mundo vayan mejor.



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