Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
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Lo tomaron por loco. De remate. Les mostró el lugar desde donde lanzaría los supuestos cohetes y espetó emocionado al grupo de periodistas: «¡Desde Lusaka y directo a la Luna!». Después matizó el asunto mirando al bolsillo: «Bueno, claro, según la cantidad de dinero que tenga».
Vivir el nacimiento del país un 24 de octubre de 1964 tenía dos posibilidades. La primera era caer rendido a los pies del primer presidente de la nación, Kenneth David Kaunda, quien abogó por la «neutralidad positiva» en la Guerra Fría y en una «sociedad multirracial» en Zambia. Kaunda eclipsaría todos los titulares. Pero había una segunda alternativa algo más exótica: centrarse en la historia que pasó desapercibida de Mukuka Nkoloso, un profesor de ciencias en una escuela de primaria. También era el director de la Academia Nacional de Ciencia, Investigación Espacial y Filosofía del recién independizado país y, entre sus retos, uno que, de ambicioso, parecía fantasía: vencer a Estados Unidos y a la Unión Soviética en su competición por llegar a la Luna. Sí, su idea revolucionaria era la de clavar la bandera zambiana en el preciado satélite y, para entonces, Nkoloso ya estaba entrenando a doce astronautas zambianos, incluido una chica de 16 años y un misionero.
A pesar de la indiferencia de Nkoloso sobre qué opción ideológica (capitalismo o comunismo) acabaría apostando por su carrera espacial, el avispado profesor insistió en mantener sus detalles en secreto. En una de las pocas entrevistas que se conservan de la época se recoge lo siguiente: «No se puede confiar en nadie con un proyecto entre manos de esta magnitud. Algunas de nuestras ideas están muy por delante de los estadounidenses y los rusos y, en estos días, no dejaré que nadie vea mis planes de cohetes».
Como se habrán imaginado, el programa espacial zambiano nunca despegó. Pero tal vez la pregunta no sea realmente cuál fue el significado de este intento zambiano por llegar al espacio, sino por qué tan pocos imaginaron que podría ser una realidad. La ironía de Zambia es muy sutil. Quizás fuera una parodia sobre el colonialismo británico que se mofaba de la presencia del imperialismo en África. Sin embargo, ahora, 54 años después, la presencia de países africanos en el espacio es una realidad, aunque parece que los titulares tampoco se centran mucho en esta historia.
Si el ruido tiene una cualidad es que lo contamina todo, pero esta vez –el mediático– fue escaso. A finales de octubre de 2017 se celebró en El Cairo (Egipto) la segunda sesión ordinaria para la reunión del comité técnico especializado en Educación, Ciencia y Tecnología de la Unión Africana. ¿La temática? Construir los cimientos de la futura Agencia Espacial Africana que, entre sus prioridades, se centrará en programas de observación de la Tierra, aplicaciones de navegación y posicionamiento, y en la implementación de sistemas de comunicaciones. Una política panafricana decidida a situar al continente dentro de un imaginario que para muchos es similar a la historia del zambiano Nkoloso: pura ciencia ficción.
Al desarrollar un proyecto espacial continental es evidente que África no inventa nada –en todo caso, renueva ilusiones–. No obstante, son ya algunos los países africanos que están en el proceso de desarrollar sus propias capacidades y programas relacionados con el espacio creando instituciones que puedan administrarlos.
La última de las noticias tenía lugar el pasado 11 de mayo en Kenia, que se unía a la lista de naciones africanas con ambiciones espaciales lanzando un satélite que se utilizará con diversos fines civiles. Este despegue anuncia un momento histórico para el país, especialmente porque compite con naciones vecinas como Etiopía, que pretende convertirse en un centro científico y ya ha financiado un observatorio espacial y un centro de investigación multimillonario. Una brecha competitiva que apunta al interés de destinar más financiación para actividades de investigación y desarrollo. Pero ojo: para ello habrá que evitar que los expertos abandonen el país (la llamada «fuga de cerebros»), un desafío que desde el Gobierno de Kenia ya han prometido ponerle remedio en los próximos años.
Estas dos naciones tienen los proyectos espaciales más avanzados. En el caso de Sudáfrica, el pasado 30 de mayo, tres alumnos de secundaria se convirtieron en los primeros africanos en asistir a la Conferencia Internacional de Desarrollo Espacial celebrada en Estados Unidos. Uniformados e ilusionados, los jóvenes Dene Castle, Chantal Mbala y Skylar Martin compartieron sus conocimientos sobre la propulsión de naves espaciales. Pero no queda aquí el romance de la Nación del Arcoíris con el espacio.
Sudáfrica y Australia son las dos sedes elegidas para albergar el radiotelescopio más grande del mundo, el Square Kilometre Array (SKA) que, entre otros entresijos, tiene la poca convencional misión de localizar vida inteligente en el cosmos; una -inédita cooperación de la comunidad científica para explorar con ojos y oídos las profundidades del Universo. El SKA entrará en pleno funcionamiento a finales de 2020.
La cronología espacial de Sudáfrica se resume en los siguientes hitos: en 1999 lanzó el SUNSAT, su primer satélite; una década más tarde, y desde Kazajstán, el SumbandilaSat; en diciembre de 2010, inauguró su Agencia Espacial Nacional (SANSA, por sus siglas en inglés); en 2013, la Universidad Tecnológica de la Península del Cabo lanzó el ZACUBE-1; y a principios de 2015, el satélite Kondor-E, construido en Rusia, fue propulsado a la órbita proporcionando imágenes de radar para los militares.
Por otro lado, la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo Espaciales de Nigeria (NASRDA, por sus siglas en inglés) establecida en 2001, dispone de varios satélites multimillonarios que se han utilizado para trabajos como: monitorear el delta del Níger, rico en petróleo; seguimiento de las elecciones presidenciales aportando información crucial sobre los votantes; o, por ejemplo, mapear los movimientos del grupo terrorista Boko Haram con un sistema que ha permitido ayudar a encontrar a las 273 niñas que fueron secuestradas en Chibok, en abril de 2014. Sin embargo, hay límites sobre la utilidad real de estos artefactos en situaciones de conflicto. En el caso de las chicas nigerianas, resultó difícil la búsqueda porque los sistemas de rastreo tienen una resolución de 2,5 metros y solo pueden obtener fotografías de algunas ubicaciones.
El programa espacial de Nigeria no es broma y ya en 2016, Spenser Onuh, encargado del Centro para el Desarrollo de Tecnología Satelital del país, puntualizaba la posibilidad de que para 2030 hubiera un astronauta nigeriano en el espacio.
Puede parecer extravagante el desembolso de naciones como Etiopía, -Sudáfrica, Nigeria o Kenia en investigaciones relacionadas con la tecnología espacial teniendo en cuenta los desafíos sociales a los que se enfrentan sus políticos. Sin embargo, del otro lado, los entusiastas subrayan que la ciencia espacial es esencial para el desarrollo de un país, ya sea utilizándola para la observación de la Tierra y mejorar las técnicas agrícolas, para protegerse del cambio climático, para proporcionar el acceso a Internet a las comunidades rurales, o para reducir los costos de las comunicaciones mediante el lanzamiento de sus propios satélites que, actualmente, se tienen que alquilar a otros gobiernos a precios desorbitados.
En el año 2040 habrá aproximadamente dos mil millones de personas viviendo en África, una proyección que muchos ven como una oportunidad para el crecimiento exponencial de la creatividad y de la innovación empresarial en el continente; de hecho, los centros de investigación están surgiendo por toda la región. Por lo tanto se puede afirmar que una parte de los programas espaciales conduce a que las naciones con bajos y medios ingresos tengan más autonomía para implementar políticas que faciliten alcanzar sus propios objetivos de desarrollo.
El de mayo de 2017 no es, de hecho, el primer satélite de Kenia. En 1970 , el Gobierno lanzó Uhuru («libertad» en suajili) desde el Centro Espacial Luigi Broglio en Malindi, una ciudad costera bañada por el Índico y remozada con la presencia de una importante colonia de italianos. Uhuru fue la primera misión orbital terrestre del mundo dedicada por completo a la astronomía de rayos X y encabezada por los científicos de la NASA. Después de esta fecha, la ciencia espacial en Kenia prácticamente se detuvo hasta 2008 cuando un keniano, el doctor Paul Baki, de la Universidad Técnica de Kenia, decidió encabezar el floreciente movimiento astronómico contemporáneo del país fundando el primer programa de astronomía en la Universidad de Nairobi.
Creada en 2002, la Agencia Espacial Argelina (ASAL), por sus siglas en inglés) cuenta con cuatro satélites y ayuda al gobierno en la investigación científica relacionada con el sector de las telecomunicaciones.
En julio del año pasado la nación de África occidental envió al espacio su primer satélite, el GhanaSat-1, desde la Estación Espacial Internacional. El proyecto, realizado por estudiantes universitarios de la ciudad de Koforidua, es la culminación de un trabajo de dos años y ha contado con un presupuesto de unos 500.000 euros y el apoyo de la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA, por sus siglas en inglés). El Centro Espacial de Ciencia y Tecnología de Ghana (GSSTC, por sus siglas en inglés) se inauguró en mayo de 2012.
En septiembre de 2017, el Consejo de Ministros egipcio aprobaba el establecimiento de una agencia espacial destinada a la investigación científica después de años de preparación. La hoja de ruta establece que en 2019 se inaugurará el primer centro de trabajo y en 2020, se lanzará al espacio el primer satélite de creación nacional. Este hito fue uno de los paquetes de acuerdos firmados con China durante la participación del presidente Abdel Fatah al-Sisi en la novena cumbre de los estados integrantes del BRICS.
Situado en las colinas de las afueras de la capital Adís Abeba, el Observatorio y Centro de Investigación de Entoto, inaugurado en 2015, está impulsando a la nación en la carrera espacial de África. A tres mil doscientos metros sobre el nivel del mar, el de Entoto es una parte integral de un programa lanzado por la Sociedad de Ciencias Espaciales de Etiopía (ESSS), una organización independiente establecida en 2004. Uno de los mecenas de este proyecto ha sido el saudí-etíope Sheikh Mohammed Al Amoudi, alguna vez bautizado por la revista Forbes como la persona negra más rica del mundo. Actualmente y desde noviembre de 2017 permanece en prisión por un delito de presunta corrupción por lo que la principal fuente de financiación puede hacer peligrar este sueño espacial.
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