Ana Cristina Herreros: «Todos los cuentos hablan de los cuidados»

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«Me gusta mucho hablar y encontrarme con la gente. Soy filóloga, editora, escritora y narradora. Experta en tradiciones orales. Desde hace cinco años, la editorial Libros de las Malas Compañías es el centro de gravedad de mi actividad. Y un poco camaleónica: allá donde llego me transformo en el color del lugar» 



¿De dónde viene tu interés por la narración oral?

Crecí sin cuentos. Mi madre solo me cantaba nanas. Me tocó aprender a leer para conocer todos esos cuentos que nadie me contaba. Por tener una madre analfabeta siempre me interesó mucho la literatura oral y el rescate de toda esa poesía que está en la gente que no tiene acceso a la escritura y que no lee, pero que no por ello deja de tener literatura.

¿Y tu conexión con África?

Fue casual. Fina, una vecina, había estado en Senegal en un pueblo donde el temporal se había llevado su precaria biblioteca y el alcalde le había pedido ayuda para construir una nueva. En ese momento yo tenía 2.644 ejemplares de mi libro Cuentos del Mediterráneo, que había sido descatalogado. Los vendí, y con el dinero compré libros en francés para llenar esa biblioteca. Pero cuando llegué descubrí que no había comprado nada para los niños y que para los adultos había comprado clásicos franceses, totalmente ajenos a su cultura y a su tradición. Y caí en la cuenta de que en África la literatura es oral. Hay más de 2.000 lenguas y prácticamente ninguna se escribe. Se me ocurrió el préstamo de abuelos. Así que empecé a ir por la noche a las hogueras donde la gente cocinaba, a escuchar. Grabé casi 200 cuentos. El bibliotecario, un campesino que venía con su cabra a la biblioteca, los tradujo al francés. Los jueves venían los niños y los abuelos, y los niños se podían llevar prestado un abuelo que tenían que devolver al caer la noche. Y fue así como empezó mi trabajo de recopilación de memoria oral en África. La literatura estaba en la voz, en la mirada, en la piel y en el pálpito de los abuelos de esa comunidad. De este modo nació el primer libro de nuestra colección Serie Negra.

Ana Cristina Herreros el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿Qué tiene de especial?

Nuestros proyectos editoriales no acaban con la publicación del libro. Cuando vamos a África, nos vinculamos con una población en concreto. El primer libro, El dragón que se comió el sol lo hicimos en Casamance, donde hay minas antipersona. Con la venta del libro quisieron que apoyáramos la red que enseña español. Hay más de 400 profesores de secundaria en Senegal que enseñan español con muy pocos medios. Leen todos casi únicamente El lazarillo de Tormes y hablan español del siglo XVI. Son maravillosos. También estamos haciendo un curso de alfabetización con las mujeres. En esta zona prácticamente ninguna de las mujeres mayores de 30 años sabe leer. Mientras el libro está vivo y lo vendemos, hay un porcentaje bastante considerable que se destina a un proyecto social allí.

Vuestro segundo libro africano habla del Sahara.

Se titula Los cuentos del erizo y otros cuentos de las mujeres del Sahara. Nos fuimos a los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia, donde la población saharaui lleva más de 40 años abandonada por España. Durante un tiempo se olvidaron de contar sus cuentos tradicionales, y ahora se están dando cuenta de que están perdiendo su identidad y su memoria. Solamente las mujeres mayores, las ancianas, conocen estos cuentos tradicionales que hablan de un pasado en el que no había fronteras en el desierto y los saharauis discurrían libres. Fuimos a escucharlas en sus jaimas y a recoger sus cuentos en hassania, su lengua. Crearon ilustraciones con henna y los niños hicieron collage en unas bibliotecas maravillosas que tienen. En un sitio tan cerrado como un campamento de refugiados, la única manera de escapar es ir a una biblioteca y abrir un libro. El erizo es un animal simbólico que representa el tesón del pueblo saharaui que, contra viento y marea, sobrevive en el desierto. Hicimos un libro precioso.



Ana Cristina Herreros en su casa. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
Ana Cristina Herreros en su casa. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Cómo reaccionan estas mujeres cuando llegas?

Tienes que conseguir el ambiente de intimidad que necesitan para contar. Con las saharauis es muy divertido. Saco el móvil para grabar y me dicen: «No. Primero vamos a jugar». Sacan una especie de palitos, como un mikado, y empezamos a jugar. Yo siempre pierdo, porque no sé jugar, y se ríen mucho de mí. Eso me coloca a su nivel. Luego encienden el fuego, colocan la tetera, echan agua, hojas de té y, cuando aquello hierve, sirven tres tés: amargo como la vida, fuerte como el amor, y suave como la muerte. Nos lleva toda la tarde generar ese espacio donde tú te colocas en una posición horizontal. Ya no soy la académica que viene de Europa a escucharlas contar cuentos. Se trata de compartir lo íntimo, lo pequeño, el juego, el té, el cuento…

Después fuiste a Mozambique.

Fue el tercer lugar donde llegamos con nuestra Serie Negra. Conocí a Carmen Mormeneo que tenía una niña albina tutelada, Cristina, que había venido a morir con nueve años y se había salvado. Carmen nos contó la situación de los albinos y fue espeluznante. Son secuestrados, mutilados, los trocitos de sus cuerpos se venden incluso en Internet para amuletos de la buena suerte, y las vísceras son vendidas a los traficantes de órganos para el mercado internacional. Además, tienen otro enemigo, el sol, y desarrollan unos cánceres de piel tremendos. Nos fuimos allí a escucharlos. El objetivo del libro es mostrar que son humanos, y que cuentan los mismos cuentos que cualquier mozambiqueño. Empezamos el proyecto antes de acabar el libro, porque la última persona que me contó un cuento, Susana, a la que le faltaban dos orejas por el cáncer de piel y había sido violada repetidamente, me dijo que necesitaba sentir que le importaba a alguien. Me fui a los centros de mayores del barrio de Chamberí y me donaron 70 máquinas de coser. Ahora tenemos un proyecto precioso, y las albinas y los albinos están cosiendo faldas, mandiles, manteles, estuches, carteritas, de todo. Lo traemos a España, lo vendemos y les mandamos el dinero. 


Una imagen del libro «El dragón que se comió al sol y otros cuentos de la Baja Casamance». Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

Creo que tenéis un cuarto proyecto en Camerún.

Nuestro próximo libro será sobre los pigmeos baka. Fuimos en noviembre a la selva con ellos y ha sido espectacular. Los pigmeos baka, hace décadas, eran considerados animales por los bulus, una etnia bantú que también está en la zona. Actualmente se los llevan a trabajar, los explotan y les pagan con tikotos, unos cuadraditos de plástico que contienen alcohol de alta graduación. Los están alcoholizando para acabar con ellos. Los pigmeos baka no vivían en la selva, formaban parte de ella. Cazaban y recolectaban y tienen una sociedad muy igualitaria. Las mujeres, también aquí, son las depositarias de la memoria oral del pueblo y sus cuentos tradicionales se llaman likanos. Cuentan de noche, el momento en que desaparecen las diferencias, el momento de lo mágico y del cuidado. Se encienden miles de luciérnagas –ellos no tienen electricidad– y se ven ascuas caminando en la oscuridad, porque el fuego comunitario se hace con un trocito de cada uno de los fuegos familiares. Se sientan en torno al fuego y alguien toma la palabra cantando una canción que dice «en la selva somos todos importantes, aquí no sobra nadie». Hablan de sus costumbres, de su sabiduría, hacen mímica, bailan. Los cuentos se convierten en una performance absolutamente increíble. Vamos a publicar un libro precioso con ilustraciones de los niños, para mostrar que ellos también son humanos.

¿Los cuentos africanos son diferentes a los nuestros?

Son idénticos a los que contamos en todas partes. Todos hablan de lo importante que es el cuidado, el apoyo del clan, del pueblo, el apoyo familiar, de que estar juntos es la manera de sobrevivir.

Dices que vuestros libros no son para niños.

Los cuentos en África no se les cuentan a los niños. Se cuentan a todo el mundo. Los niños están, y entienden lo que pueden. La forma de saber que ese niño se ha convertido en adulto es cuando entiende el cuento de otra manera. Son cuentos que tienen varias lecturas y a medida que tú creces, el libro lo hace contigo.   



CON ELLA

«Se lo compré a un artista mozambiqueño que ha ilustrado con figuritas de madera toda la historia de su país. Es el éxodo masivo que produjeron la guerra de descolonización y la guerra civil. Que la gente se vea forzada a dejar su casa y llevarse los enseres porque sabe que no va a volver es una cosa tremenda».

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