Publicado por María Rodríguez en |
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El pasado 10 de junio el buque Aquarius, dedicado a rescatar a personas que intentan llegar a Europa atravesando el Mediterráneo, vio rechazada su petición de atracar en puerto italiano. Llevaba 629 personas a bordo, entre ellas 11 niños pequeños, 123 menores no acompañados y siete embarazadas. La negativa fue dada por Matteo Salvini, ministro de Interior italiano desde el pasado 1 de junio y líder de la xenófoba Liga. Cuando el Gobierno español ofreció que desembarcaran en el puerto de Valencia, Salvini lo celebró en las redes sociales diciendo «¡Victoria! Los 629 inmigrantes a bordo del Aquarius, en dirección a España. Primer objetivo conseguido».
Este suceso ha dejado clara la política del nuevo Gobierno italiano respecto a los barcos de las ONG que están salvando vidas en el Mediterráneo y a las que Salvini acusa de gestionar un servicio de taxi para traficantes de personas con sede en Libia –aunque, en el caso de barcos italianos, sí que podrán atracar en sus puertos con migrantes rescatados–. Pero también vuelve a poner en la agenda mediática –al igual que lo hará la llegada del buen tiempo, cuando más personas se lanzan al mar– la cara visible del drama migratorio.
Mientras se discute sobre posiciones políticas, se dan cifras (este año a Italia llegaron entre el 1 de enero y el 3 de junio de este año 13.706 personas) y se habla de los motivos para echarse al mar y de la problemática de retornarlos al lugar del que partieron las embarcaciones (Libia, Argelia, Túnez…), se deja de lado la otra cara, invisible, de la cuestión.
La reacción del nuevo Gobierno italiano no es más que la misma respuesta que viene dando Europa a las personas que deciden tomar esta vía ante la ausencia de otras –la mayoría de los países de África occidental y el Sahel tienen las tasas más altas del mundo de rechazo de visados Schengen, según datos del Frontex–. La única diferencia es que Salvini ha sido directo y no ha usado el mero discurso decorativo y políticamente correcto sobre los derechos humanos que tiende a utilizar Europa.
Las políticas migratorias europeas se rigen por una serie de instituciones (ej. Frontex) y acuerdos (ej. Fondo Fiduciario de Emergencia para África) cuya prioridad es reforzar las fronteras y externalizarlas en terceros países para impedir la llegada de migrantes y/o refugiados. Sus presupuestos no hacen más que engordar, mientras que la resolución de las «causas profundas de la migración irregular» a la que tanto se alude se reduce a diplomacia financiera.
El año pasado, en el mismo periodo –del 1 de enero al 3 de junio– llegaron por esta vía a Italia 60.394 personas. La Organización Internacional de las Migraciones (OIM) hablaba a mediados de 2017 de una «caída espectacular» del número de migrantes que transitaban por Agadez –epicentro en África occidental de las salidas hacia Europa– en dirección hacia Libia o Argelia. De unos 5.000 migrantes por semana en 2016 a unos 5.500 al mes en 2017. La cuestión de los derechos humanos en todo esto queda en un segundo plano. Lo importante es que no lleguen y pensar lo que grita Salvini: «¡Victoria!».
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