Archipiélago Guinea Ecuatorial: 50 años de independencia tropical

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El 12 de octubre se cumplen las bodas de oro de esta pequeña nación de África occidental. España, misión, cacao, café, petróleo, corrupción, diáspora y Obiang son algunas de las palabras indisociables para trazar el boceto de un país que sigue invisibilizado en la galería internacional tras cinco décadas de euforias, desafíos y tristezas.

Por Sebastián Ruiz-Cabrera

Excavar en la historia reciente de Guinea Ecuatorial supone hacer un ejercicio de funambulismo delicado. Dar vueltas como derviches en informes desclasificados de empresarios alcoholizados en alguna plantación de cacao, historias de romances mixtos que tenían que silenciarse para mantener la compostura en la Península o proyectos de autonomía como la de los bubis de la isla de Bioko que eran fulminados para no hacerlos visibles en la España de la unidad territorial. La cercanía de lazos de toda índole que se desarrollaron durante el período de la colonización española permanece, de alguna forma, en un imaginario colectivo que suele mirar a la pequeña nación desde el paternalismo religioso o desde la histeria, y que provoca dos estados de ánimos enfrentados pero reconciliables a regañadientes.

El análisis de los cincuenta años de independencia de Guinea Ecuatorial supone reflotar la relación de amor-odio para los que tuvieron que marchar del país y no han vuelto, para los que defienden el devenir y gestión del presidente Teodoro Obiang sin ningún ápice de autocrítica tras 39 años en el poder, o los que tras ser preguntados por esta revista han preferido callar para no autoseñalarse.

 

Guinea, «coto reservado»

Ha habido silencio. Mucho. Durante décadas se hizo imposible cualquier debate social o cultural. Eran los tiempos del salacot y las prácticas totalitarias del franquismo. Pero la historia parece señalar que tras la independencia el 12 de octubre de 1968 cambiaron los discursos, pero han permanecido algunas prácticas. Los años del «Guinea, materia reservada» continúan activos en España. ¿Pero por qué? Para Justo Bolekia, catedrático ecuatoguineano y miembro de la Real Academia Española (RAE), la respuesta es evidente: «Hay una especie de proyecto diplomático para hacer olvidar que España fue la metrópolis de Guinea Ecuatorial. Porque si la juventud se da cuenta de que España estuvo en África lo relacionará con la trata de esclavos y eso no interesa para su proyección internacional. El silencio es intencionado. El Estado tiene que borrar esa parte de la historia».

Remei Sipi, escritora afincada desde hace décadas en Cataluña y defensora de los derechos de las mujeres africanas, adereza la explicación de Bolekia mencionando la importancia de la diáspora. «Los ecuatoguineanos deberíamos tener un peso importante en el fenómeno de la inmigración teniendo en cuenta los lazos históricos que nos unen. Sin embargo, no tenemos ningún tipo de protagonismo en la Península porque a España no le ha interesado para nada visibilizar el colectivo guineano».

Un sentir que la ecuatoguineana Angela Nzambi, técnica en Participación Social e Incidencia Política en la ONG Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), explica de la siguiente manera: «Desde fuera, parece que haya una especie de plan para difamar al continente, infantilizarlo, ‘nosotros somos los mejores’, dirán, pero que no es más que una forma de evitar el cuestionamiento que suscitan ciertos hechos, y pongo como ejemplo las migraciones actuales», enfatiza Nzambi.

Firma de la proclamación de independencia, el 12 de octubre de 1968 en presencia de Manuel Fraga, en funciones de Ministro de Asuntos Exteriores de España, y el recien elegido presidente de Guinea Ecuatorial, Francisco Macías Nguema. A la derecha, y leyendo una revista, Teodoro Obiang, el actual presidente del país y líder más longevo de África.

El loco que se coló en palacio

Y entonces, Guinea Ecuatorial.

Una imagen. Un muelle abarrotado. Un día: el 3 de marzo de 1969. El presidente Francisco Macías Nguema declaraba el Estado de emergencia como consecuencia de las tensiones con la antigua potencia colonial. ¿El resultado? La salida de los algo más de 7.000 españoles que se habían quedado en el país tras la independencia. La expulsión provocó un descalabro y un desorden burocrático, pero también económico, como ha documentado el periodista y escritor Donato Ndongo en su libro Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial. Ficción. Realidad. Y psicosis. Porque nada bueno se presagiaba de un político del que los informes clínicos ya describían como desequilibrado mental. Macías había conquistado el poder mediante unas elecciones, pero no supo qué hacer con él.

La Guerra Fría apretaba. Había que posicionarse en uno de los ejes. Y él buscó una tercera vía; la de la delicadeza de sus homólogos Mobutu (RDC), Ahidjo (Camerún) o Amín (Uganda). Una década después, se ahogó. Este punto de inflexión ha determinado parte de la construcción de la narrativa actual. Fue brusco. Sin proyecto alternativo. Por eso Teodoro Obiang, después de asumir las riendas tras el golpe de Palacio orquestado contra su tío Macías, bautizó el momento político como «ensayo democrático». Era agosto de 1979. Había ilusión por un sueño de verano.

 

Las bambalinas del maná

La industria del petróleo y el gas ha transformado radicalmente el panorama del país desde mediados de los 90. Sin embargo, el Gobierno es consciente de la necesidad de centrarse en la diversificación de su economía como un medio para proporcionar una base para el crecimiento y el desarrollo sostenible. Una solución urgente teniendo en cuenta el freno en las ganancias por la bajada del precio del crudo.

A esto responde la embajadora de Guinea Ecuatorial en España, Purificación Angue, mientras se reclina en el sofá de su despacho. Acaba de volver del país tras la salida abrupta de su hijo Juan Carlos Ondo como presidente de la Corte Suprema de Justicia por mantener una postura valiente de oposición frente a Obiang. «Con el bum del petróleo algunos hasta se olvidaron del multipartidismo que nos impusieron. Y como habíamos pasado tanta miseria se quiso hacer todo y rápido. Hay cosas que mejorar, pero fíjese en todo el desarrollo conseguido», explica Angue.

En efecto, Guinea Ecuatorial es el quinto productor de petróleo de África y, con una población aproximada de más de un millón de personas, tiene una de las rentas per cápita más elevadas del continente: según el Banco Mundial, 9.850€. Un oasis de infraestructuras que nada tendría que envidiar a los de las naciones europeas. Sin embargo, este desarrollo parece ser solo material si se atiende al Informe de Desarrollo Humano 2018, en el que el país aparece en el puesto 141 (de 189), y a su esperanza de vida, de 58 años.

Además, existe una alargada sombra de acusaciones al Gobierno por corrupción o violaciones contra los derechos humanos. Amnistía Internacional denunciaba en su informe de 2017/2018 que los activistas «seguían sufriendo hostigamiento, intimidación y detención arbitraria. El derecho a la libertad de asociación y de reunión era objeto de restricciones; se detuvo arbitrariamente y se golpeó a personas que asistían a concentraciones pacíficas. Y las niñas embarazadas tenían prohibido asistir a la escuela».

Las brechas sociales se han profundizado. Este sería el titular que subraya para MUNDO NEGRO Lucas Olo, ecuatoguineano y coordinador de programas en Transparencia Internacional. «La diferencia entre los que más tienen (la minoría) es insultante con respecto a los que casi no tienen nada. Hay un problema de gestión política que se caracteriza por una economía gangrenada por la corrupción, lo que hace del país el mejor coto de caza para empresas y gobiernos interesados en ayudar a esquilmar la riqueza del país. En la Guinea de hoy, igual que hace 50 años, las élites siguen teniendo un control total de la economía y la política».

 

La tibia autocrítica

La respuesta institucional en la primera planta de la embajada de -Guinea Ecuatorial en Madrid es contundente. «Pero ¿quién hace estas encuestas? He sido embajadora en Estados Unidos y cuando les hacía esta pregunta a los diplomáticos todos miraban para otro lado. Hay intereses políticos e ideológicos detrás de estos datos», apostilla la diplomática.

–¿Quiere usted decir que el Gobierno de Obiang no tiene ninguna responsabilidad en que el acceso a la electricidad o el agua no sean universales en el país? Los datos disponibles, incluidos los del Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI), revelan que Guinea Ecuatorial no ha proporcionado los servicios básicos más esenciales a sus ciudadanos –preguntamos.

–Solo le digo que el proyecto de Obiang arrancó a trancas y barrancas con un déficit sanitario y educativo descomunal. De 1979 a 1989 se intentó reorganizar la educación y la sanidad sin personal preparado. Y, por otro lado, hay gente que prefiere seguir acudiendo a un curandero y pagarle a él en vez de hacerlo en un hospital –responde la embajadora.

Una de las cartas de presentación de Guinea Ecuatorial es el desarrollo que han alcanzado sus infraestructuras.

El disputado relevo político

El control político por parte del partido gobernante, el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial (PDGE), se volvía a ratificar en abril de 2016 cuando Obiang –que el pasado junio cumplía 76 años– revalidaba su mandato hasta 2022. Unas elecciones presidenciales que fueron convocadas por decreto sin el plazo estipulado por la Constitución del país (45 días antes de la fecha de la expiración del mandato del presidente o, como máximo, 70 días después de dicha fecha). En noviembre de ese año se selló su poder en el Senado y solo un representante de la oposición ganó uno de los 100 escaños de la Cámara de los Diputados.

Una radiografía al pulso democrático muy cuestionada. Uno de los motivos de este cerco mediático recae sobre el vicepresidente e hijo de Obiang, Teodorín Obiang. En octubre de 2017 el Tribunal Correccional de París lo condenaba a tres años de cárcel exentos de cumplimiento por malversar 110 millones de dólares de fondos estatales para comprar una mansión en París y 11 vehículos de lujo, entre otros artículos. Una sentencia que el periodista José María Irujo de El País considera «histórica porque es la primera vez que se condena en Europa por corrupción a un familiar de un dictador africano».

Pero el foco continúa posicionado, también, sobre la falta de libertades. En este sentido, y de acuerdo con un decreto presidencial leído en la televisión nacional el 4 de julio por la noche, el presidente Obiang afirmaba que otorgaba la «Amnistía Total a todos los ciudadanos condenados por los tribunales de justicia […] por delitos políticos en el ejercicio de sus actividades, estén o no cumpliendo las penas correspondientes y a quienes estuviesen privados de libertad o impedidos de ejercer sus derechos políticos». Un anuncio que ha sido recibido con mucha cautela por parte de miembros de la oposición en el exilio como es el caso de Armengol Engonga, del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial (PPGE) que no acudió por temor a su seguridad a la mesa de «diálogo nacional» celebrada del 16 al 21 de julio y que concluyó sin acuerdo entre Gobierno, sociedad civil y grupos religiosos, entre otros.  De hecho, a finales de agosto, miembros del PPGE, incluido su eterno líder Severo Moto, junto a otras cinco formaciones, convocaban una rueda de prensa en Madrid para reclamar apoyo internacional al proyecto «Retorno en Libertad» y protección para ellos mismos.

A este respecto, la diplomática Angue, entra en la polémica: «Aquí no ha venido nadie a solicitar un visado y yo tengo las puertas abiertas para todo el mundo. Quieren publicidad en los medios para continuar teniendo en España una casa gratis y la seguridad social pagada».

Sin embargo, las voces críticas también ponderan el análisis al examinar el papel que tiene todavía la ex metrópolis. «La hipocresía de España con Guinea Ecuatorial es tremenda. Ministros como Miguel Ángel Moratinos, el que fuera presidente del Congreso, José Bono, o incluso el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero han tenido o tienen negocios ocultos, o han servido como puerta de entrada para los intereses particulares de algunos empresarios que se han acabado lucrando», se queja el catedrático Bolekia. De hecho, el pasado septiembre saltaba la noticia de que la Fiscalía Anticorrupción investiga un proyecto fallido de más de 300.000 euros de la empresa estatal Tragsa en Guinea Ecuatorial. Entre los nombres que aparecen se encuentra el de Moratinos o el del ex ministro de Agricultura y ahora comisario europeo Miguel Arias Cañete.

 

Estudiar sobre Guinea Ecuatorial

El reconocido africanista Max Liniger-Goumaz en su extensa literatura sobre Guinea Ecuatorial describe que el proceso de colonización trató de revestirse como de una misión divina. «Con la finalidad de desarrollar una colonia rentable, militares y misioneros, generalmente claretianos, iban dotados de poderes discrecionales. Era una especie de apartheid español que sostenía estudios propensos a probar la inferioridad del negro». Una reflexión que detalla con infinidad de fuentes el historiador Gustau Nerín en Guinea Ecuatorial: historia en blanco y negro, un osado libro que según la crítica publicitaria «pone al desnudo las barbaries de la colonización española».

Aunque en este sentido, la exploración de los títulos publicados por la editorial Casa de África que dirige Basilio Rodríguez es un punto de partida necesario para el estudio del país. Y, por supuesto el último de los Seminario Internacional del CEAH: 50 años de independencia de Guinea Ecuatorial. Sin embargo, una pregunta subyace: ¿por qué no se estudia en profundidad en las escuelas españolas la historia de Guinea Ecuatorial? ¿Ayudaría este conocimiento a visibilizar a una parte de la comunidad afroespañola con raíces allí? Sin duda un aniversario que puede trazar puentes de ida y vuelta para acercar a este archipiélago de lenguas, culturas y etnias que se ha convenido en denominar Guinea Ecuatorial.

Una clínica privada china en Bata. El gigante asiático se ha convertido en el primer socio comercial de Guinea Ecuatorial desplazando a franceces, portugueses, estadounidenses o españoles.

Tiempo para el diálogo

La ciudadanía padece una especie de síndrome de Estocolmo porque depende de un sistema económico excesivamente centralizado. Y esta dependencia de casi todas las capas sociales produce una de las mejores anestesias. «Así que es difícil saber de dónde surgirá el cambio. Están cogiendo mucha fuerza los grupos culturales, artistas urbanos… Pero curiosamente también se reúnen las condiciones y la oportunidad para que se produzca un cambio incluso del interior del propio sistema siguiendo el ejemplo etíope, salvando las distancias, pero que pasa necesariamente por un modelo inclusivo con la diáspora y, lo más importante, voluntad política real», remarca Olo. Un trabajo por delante que para Sipi pasa irremediablemente por «potenciar la sanidad, la educación, y el tema étnico, porque existe. Hay que comenzar a hablarles a los guineanos como tal y no como bubis o fangs, etcétera».

Tras cinco décadas de independencia urge un encuentro sosegado en el abâ, como se conoce a la casa de la palabra en la cultura fang. «Tendríamos que conocer primero los cauces de participación establecidos. Y la cultura es, precisamente, el espacio donde se promueven las transformaciones sociales. Hay una apuesta por la cultura en el país», subraya desde Valencia Ángela Nzambi. «50 años después se puede decir que la independencia ha sido un sueño inalcanzado», finaliza Olo. Pero como se dice también en fang, «por muy larga que sea la noche, no se olvidan los sueños».

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