Asumir una cuota de desgracia

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Damon Galgut
La promesa

Traducción: Celila Filipetto.

Libros del Asteroide. Barcelona 2022, 324 págs.



La promesa deja en entredicho a los que aseguran que quienes siguen leyendo novelas en la madurez son o demasiado inocentes o demasiado pueriles. Finalista en dos ocasiones del Premio Booker, Galgut se hizo con el preciado galardón gracias a una de las más emocionantes, mejor construidas y reveladoras novelas publicadas en español en 2022. Admito la osadía de la afirmación. Exigiría haber leído un altísimo porcentaje de todo lo que el género da de sí en una cosecha cada año más elefantiásica. Pero comparto el aserto de Julio Llamazares de que «las librerías están llenas de libros de gente que no son escritores». La mayoría acabará en el basurero de la historia. Eso no ocurrirá con La promesa.

Aunque no le sirve al autor para titular ninguno de los cuatro capítulos en los que se divide, el personaje de Amor es la borrosa espina dorsal de este libro que tiene como paisaje de fondo la realidad sudafricana de los últimos años del apartheid y las de­silusiones que han traído los Gobiernos de la democracia, agravándose desde que Mandela dejó el escenario y el mundo. El autor lanza contundentes directos a la mandíbula de Thabo Mbeki por negacionista del sida y a Jacob Zuma por su deseada renuncia, celebrada con una noche de fervoroso fornicio nacional (aunque no haya estadísticas fiables al respecto). 

La novela arranca con Amor interna en un colegio católico, negándose a admitir que su madre ha muerto, y termina dándole pleno sentido al título que Galgut nos brinda para hacernos gozar sin compasión. Novela tan política como poética, no hay la menor gratuidad en un escritor dotado de un extraordinario dominio de sí mismo y de los recursos estilísticos. La pensadora Simone Weil no aparece en ningún momento, pero creo que lo que inconscientemente guía los actos de Amor no es una búsqueda de la desgracia, sino asumir una parte de la desgracia que, como ser humano, le corresponde en una sociedad como la sudafricana contemporánea. Pa, Ma, Astrid y Anton, los actores principales que dan título a las cuatro partes de este drama sin solución, parten de una certeza cincelada por Julio Villanueva Chang: «De cerca, nadie es normal». La muerte o las particularidades de los entierros bajo distintos lienzos (judío, católico, calvinista, ateo…), sin atenuantes, permiten al autor mostrar escenas sudafricanas sin paños calientes. Pero también intervenir en la novela, sobre todo para reventar lugares comunes en la que nos enredan tantos escritores incompetentes. Galgut, hijo de Cervantes y sus descendientes, le da una mano de pintura inteligente al género. Se ríe de la inutilidad de negar la realidad (que otros llaman destino), pero nos permite tomar conciencia, sufrir y divertirnos contemplándonos bajo una luz nada favorecedora, con una pizca de piedad. Escrita por un blanco en el país del arcoíris, Galgut firma no solo una gran novela africana de nuestro tiempo, sino una que desborda continentes, y, al salvar la literatura, nos salva de la muerte. Al menos por un rato.

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