Becha Sita Kumbu: «Soy de aquí»

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«Soy modista. Nací en RDC hace 34 años y llevo 14 viviendo en Madrid. Tengo una tienda de ro­pa en el barrio de La­vapiés (Madrid) que se llama Beshawear. Estoy creando una fundación para dar clases gratuitas de costura a mujeres en Kinshasa y alojamiento y educación a niños que duermen en el mercado».





Tres palabras para describirte.

Todo corazón. Honestidad. Y privi­legiar a la persona que tienes cerca. Es lo que siempre he visto en mi ma­dre. Aunque nos faltara, ella siempre daba a quien más lo necesitaba.

¿Cómo era tu vida en Congo?

Era una niña que vivía en Kinsha­sa en una familia de nivel medio. No pasé momentos muy difíciles. Mi padre era camionero, mi madre vendía y yo iba a la escuela. A ve­ces ayudaba a mi madre a vender. La decisión de mi salida fue de ella, porque no veía futuro para mí. Había mucha gente que había estudiado y no trabajaba. Yo era la hija mayor, así que tenía que buscar una vida mejor.

¿Salir era lo habitual?

Es una costumbre ir a Europa o a Estados Unidos y enviar remesas. Todas las familias quieren que su hi­jo o su hija haga ese esfuerzo. Yo salí muy pequeña, con 16 años.

¿Cómo te sentiste?

Bien y mal. Al ser la primera hija es­taba muy protegida por mi madre y por mi abuela. Pero sentía también felicidad por ir en busca de algo me­jor. Estuve tres años en Angola. Era el camino de las personas congole­ñas que querían ir a Europa porque era fácil conseguir visado. Cuando llegué a Barajas me acogió un ami­go de mi padre. Estaba muy contenta viendo el aeropuerto, tantos edifi­cios, tantos blancos, el metro… Era impresionante. Un momento muy bonito.


Becha Sita Kumbu el día de la entrevista en su tienda de Lavapiés. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


Supongo que esa percepción empezó a cambiar.

Sí. Después de una semana de estar en casa relajada, empezó a cambiar porque mi visado de turista de un mes se acababa y tenía que buscar otra forma de conseguir la docu­mentación. Llegaron los momentos difíciles y me topé con el racismo. Recuerdo que entré en el metro, me senté y vi a una señora mayor de pie. Le ofrecí el sitio pero ella no qui­so sentarse. Cuando otra persona, blanca, le ofreció su sitio, lo aceptó. No quería sentarse donde se había sentado una negra. Aquellos fueron momentos de aprendizaje, de en­tender que eres extranjera, que eres negra, que este no es tu país. Fue un proceso muy duro, pero ya lo tengo superado. Ahora me considero de España. Puedo hablar lingala, pero ya pienso en español. Soy de aquí.

¿Qué experiencias positivas destacas de estos años aquí?

Tengo 34 años, pero en mi mente es como si tuviera 80. He aprendido mucho. He conocido a mucha gente de diferentes nacionalidades: domi­nicana, mexicana, india… Por eso me encanta Madrid. Al estar lejos de mi padre y de mi madre, me he hecho más fuerte y ahora puedo compartir mi experiencia y ayudar a otros. Ex­periencia negativa solo una: que no estoy con mi familia. Siempre está la necesidad del abrazo a la madre, al padre, a la hermana. Siempre. Vengo de una familia muy unida. Gracias a Dios tengo a mis hermanos en Fran­cia, y cada vez que me da un bajón voy a verlos para que me den con­suelo. Y aquí está mi hija, que es la que me da fuerzas para poder seguir adelante.

¿Es difícil viajar a ver a tus padres?

Viajar no es difícil. Pero tengo un proyecto que quiero llevar a cabo en Congo y aún no tengo el dinero para poder hacerlo. Quiero volver cuando ya esté terminado.

¿En qué consiste?

Yo estudié costura en Congo antes de salir. Mi idea es crear una funda­ción que imparta allí clases gratuitas a madres solas para que produzcan ropa que podamos vender aquí. Y, por otra parte, ofrecer alojamiento a los niños que duermen en el mer­cado. Hay muchos niños huérfanos, niños a los que llaman brujos, o que han salido del pueblo y van a Kinshasa a buscarse la vida porque no tienen nada. Duermen en el merca­do, sobre las maderas donde se pone la mercancía. Quiero construir un alojamiento para ellos, darles estu­dios y comida. Tengo la fundación registrada, Fundación Beshawear, y seis máquinas de coser. Allí está mi hermana, que también es modis­ta, y hemos contratado a un maes­tro de costura. Ya hay tres mujeres que están aprendiendo. Mi padre, en su tiempo libre, se dedica al pape­leo, pero me falta comprar un terre­no para construir el edificio donde dar las clases y acoger a los niños. A ellos ya les ayudamos comprándoles ropa y comida, pero mi idea es sacarlos del mercado. Voy a luchar con todas mis fuerzas para llevarlo a cabo, y cuando esté terminado y mi corazón esté tranquilo volveré para ver a mis padres. Por el momento tengo que trabajar.


Becha Sita Kumbu el día de la entrevista en su tienda de Lavapiés. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿De dónde viene el deseo de crear este proyecto?


De mi familia. En casa de mi abuela siempre había más de 20 o 30 per­sonas. Y en casa de mi madre igual. Ella hacía la comida para todas. Es lo que he vivido siempre. Y aquí en la tienda ocurre lo mismo. Ahora por­que es pronto, pero a las cinco de la tarde se llena de gente. Siempre es­tamos muchos, aprendiendo y cre­ciendo juntos. Creo que mi vida será siempre así, acogiendo. Hay que dar una oportunidad a los que no tienen.

Este local, en el número 5 de la calle Esgrima, es más que una tienda de ropa.

Esto es África. Cuando llegas a la puerta, cruzas la frontera. Ha si­do uno de mis objetivos cumplidos. Cuando llegué me pregunté qué po­día aportar a este país. Desde peque­ña le decía a mi madre que quería ser modista. Ella quiso serlo pero no pudo terminar sus estudios porque se quedó embarazada de mí. Cuan­do terminé el Bachillerato obtuve mi diploma de costura. Aquí en Madrid empecé a hacer bragas de cuello y a venderlas en las discotecas. Después, en la Asociación La Cúpula, donde estábamos gitanos, latinoamericanos y africanos, me dediqué a la parte de cultura africana textil. Conseguí una beca de la Fundación Mujeres por África y fui a la Universidad de Gra­nada a hacer un curso intensivo so­bre emprendimiento. Ahora difundo la cultura africana en España y a ni­vel internacional, y tengo esta tienda desde hace dos años.

¿Tienes éxito?

Lo digo con orgullo: a la gente le gusta mi trabajo. Aquí encuentran calidad y estoy encantada con la res­puesta. El 30 % de los clientes son africanos, el 30 % turistas y el 40 % españoles. Valoran el esfuerzo que hago cada día, y estoy muy agrade­cida por ello. La gente sabe todo lo que sufro para pagar este local, to­das las horas que dedico. Ahora me he permitido no trabajar los lunes, pero durante 2019 he estado aquí de lunes a domingo, a veces desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche. No vendo mucho, no voy a mentir. En verano hay tres meses en los que puedes vender para pagar y quedarte con un poco, pero cuando se pasan es horrible. Solo te da para pagar el local y comer. Por eso tengo que estar tantas horas.

Cuando el local se llena de gente, como me decías, ¿qué hacéis?

Por haber participado en muchos festivales multiculturales me he con­vertido en referente de la cultura afri­cana. Mucha gente recién llegada a Madrid que necesita orientación vie­ne a mí porque alguien le dice «Ve a Lavapiés, donde Becha, que te va a de­cir lo que tienes que hacer». Y yo les digo que vayan a Sercade o a Karibu, pero que antes se queden un rato a tomarse algo y a relajarse. Y al final hemos creado aquí un grupo de jóve­nes que nos reunimos semanalmen­te y nos organizamos para ayudarnos entre nosotros. Algunos no tienen papeles o no tienen dónde dormir. Nos juntamos para hablar en libertad, para compartir una oferta de trabajo o apoyarnos cuando alguien pierde a sus padres en África. Un grupo de personas que intentamos tirar hacia adelante. Si alguien nos quiere ayudar, aquí hay muchos chicos y chicas que saben limpiar, pintar y cuidar, y que no tienen empleo. Quien quiera ayu­dar, que se ponga en contacto conmi­go. Y que pasen a comprarnos, porque la persona que compra ayuda a Congo y nos ayuda a nosotros.





CON ELLA

«Este es mi collar. Lo compré en Gambia y significa mucho para mí. Una calabaza con el mapa de África y árboles de ébano natural. Soy congoleña, pero he venido para cambiar un poco la historia de este continente que tiene tantas culturas y tanto que ofrecer. Soy una de esas personas que creen en la unión de África».


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