Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Mi experiencia migratoria de haber nacido en un país diferente al que vivo me ha influido para ver el mundo como mi hogar, para no ubicarme en un solo país. Si me preguntan por mi identidad y mi origen, menciono varios lugares. El origen de mis padres es República Democrática de Congo. Tuvieron que huir debido a un conflicto armado y nací en un campo de refugiados tanzano. Después recibí asilo político en España. Me influyeron también los libros y las conversaciones que tenía mi padre en casa con sus amigos. Era activista y fue perseguido por el régimen dictatorial de Mobutu. Y me influyeron, claro, mis propias experiencias al ser cuestionado por el mero hecho de ser un hombre negro.
Mi valoración es muy positiva. Nació cuando estudiaba Políticas y me preguntaba por qué en la universidad estaban el colectivo LGTB, el anarquista, los comunistas, los de derechas…, y luego estábamos los negros, cada uno en una esquina. Me llamaba la atención que fuéramos un negro en cada grupo de diez personas blancas y cuando nos cruzábamos por el pasillo nos saludábamos pero sin relacionarnos. Intenté que nos juntáramos como amigos para hablar de nuestras cosas, para luego organizarnos como un sujeto político dentro de la universidad. Conseguimos aunar fuerzas, talentos e intereses y crear una conciencia social colectiva dentro del estudiantado afro. También logramos generar un interés por los estudios decoloniales dentro de la universidad, decolonizar un currículum académico que tenía muy pocos enfoques no eurocéntricos. Consciente de que éramos privilegiados por estudiar en la universidad, con la posibilidad de ascender socialmente y estar en espacios de poder político o empresarial, mi interés era que esta clase social negra no estuviera desconectada del pensamiento negro común, que cada uno, desde su posición, tuviera una conciencia activa con respecto a su identidad. Creo que lo hemos conseguido.
Cualquiera tiene derecho a no involucrarse, pero creo que en ese caso no se es consciente de las consecuencias de estar en una especie de neutralidad. Se puede participar de muchas maneras; la mía y la de otras personas que están al pie de la calle no es la única. Se puede hacer activismo limpiando escaleras, siendo una profesora que conciencia a su alumnado o tocando música. Hay que tener una conciencia política. Somos sujetos y si no articulamos un cambio, va a haber otras personas que quieran utilizarnos y hacerlo por nosotros. Ojalá no hubiera racismo, pero es una realidad social que te atraviesa a nivel existencial, independientemente del estatus económico que tengas. Antirracismo no es solamente denunciar el racismo, también lo es visibilizar las culturas africanas.
Nuestro cometido principal era visibilizar el Decenio y hacer de puente entre la sociedad civil afro y los gobiernos locales, autonómicos y nacional, y hemos conseguido que los poderes públicos escuchen lo que tienen que decir los colectivos racializados. No se ha conseguido una declaración del Gobierno nacional sobre el Decenio con sus ejes principales de reconocimiento, justicia y desarrollo para la población afrodescendiente, ni aquí ni en muchos países, por falta de organización de Naciones Unidas, de recursos económicos y de un acercamiento del organismo a la sociedad civil. Sí se ha logrado la creación de espacios de encuentro de la diáspora alrededor del mundo en Ginebra, Nueva York o Puerto Rico, y eso ha permitido una conexión para desarrollar otros proyectos. El Decenio ha sido una etapa más en la lucha antirracista. Ahora, con esos puentes, seguiremos trabajando desde la diáspora afro. Otro logro ha sido darle más impulso en España al Día de la Mujer Afrodescendiente, que se celebra el 25 de julio. En los últimos años también se está fomentando la celebración en febrero del Mes de la Historia Negra, con gran tradición en países anglosajones como Estados Unidos o Inglaterra. Queremos replicar las buenas prácticas de estos países, que son referentes de lucha antirracista activa, y que los gobiernos lo reconozcan como una fecha importante para la comunidad afro. Varias organizaciones, no solamente negras, se han animado en este mes a organizar eventos y a publicar libros en el marco de este período de reconocimiento y reflexión.
Fui a trabajar en cooperación internacional con una ONG española durante un año y marcó un antes y un después en mi vida. Fue estar de nuevo en un país africano donde, además, se habla suajili, que es mi idioma natal, lo que me permitió relacionarme con la gente. Allí desaparecí como persona negra. Nunca había tenido esa sensación de no ser señalado por ser una persona negra. Te pueden mirar como extranjero, pero no como persona negra, y para mí fue una sensación muy sanadora. Además, descubrí una revolución social por parte de una juventud muy activa que me hizo darme cuenta de que África es el futuro.
África es el futuro, y no lo digo por ser africano, sino como politólogo, haciendo un análisis social de cómo se va desarrollando, viendo su demografía, donde la mayoría de la población es joven, activa y dinámica. Creo que esta generación se ha desligado un poco de las herencias del dolor de sus padres y abuelos, de la guerra, de los conflictos étnicos y tribales. Están haciendo un uso extraordinario de las nuevas tecnologías, lo que les permiten estar conectados con el mundo y pensar de forma diferente, aprendiendo de algunos errores de los países occidentales. Se apuesta mucho por la digitalización de la información. El dinero físico en Kenia, Tanzania o Etiopía va a desaparecer en poco tiempo. El sistema de Bizum, que utilizamos ahora en España, lleva desarrollado muchísimos años allí, permitiendo que personas que viven en zonas rurales estén conectadas, tengan seguro su dinero y hagan negocios rápidos. Han resistido muy bien a la COVID gracias a los propios recursos naturales, a la costumbre de afrontar enfermedades y epidemias y a la juventud de la población. Viendo todos estos elementos, pienso que en 10 o 15 años van a ser países muy atractivos. Ellos lo saben, cada vez reconocen más el potencial que tienen y han recuperado el orgullo africano. Ya no solo se leen como víctimas, sino también como agentes de cambio. Se han dado cuenta de que el mundo depende de ellos. Conocen los trucos coloniales y ahora la gente sale a la calle y no se deja ningunear. Tuve conversaciones virtuales con jóvenes de Ghana, Nigeria, Tanzania, Congo o Argelia, y tenían esa visión. Muchos habían salido del continente a formarse y habían regresado porque veían oportunidades. África es el futuro y hay que apostar por ello ahora.
AfroDiccionario es una asociación social y educativa que nació hace unos siete años con la idea de generar recursos y herramientas para defendernos psicológicamente contra el racismo. Hacemos un ejercicio de repensar el lenguaje, que es una herramienta viva, un instrumento que va evolucionando. Debido a su herencia histórica y al pasado racista que legitimó la esclavización de las personas africanas, el castellano nos relata a través de palabras y frases hechas como «me pones negra», «trabajar como un negro» o «quilombo», que han ido construyendo una idea negativa sobre lo negro. A través del lenguaje podemos transformar la sociedad, y cuanto más vocabulario tengamos para describir la realidad, mejor hablaremos sobre ella. Estamos consiguiendo sensibilizar a profesionales del sector educativo, del sanitario, a funcionarios de las Fuerzas de Seguridad que se relacionan con personas migrantes y también a las propias personas negras. Desde AfroDiccionario, además, queremos que se mencionen realidades que existen, pero que se encuentran en los márgenes. Creamos un registro del lenguaje que emplea la comunidad afrodescendiente y, a través de talleres, creamos nuevos términos que aluden a realidades que no eran nombradas, como por ejemplo, la «afritud», que viene a hablarnos del comunitarismo africano frente al individualismo occidental y de la alegría con la que la persona africana se mira a sí misma, frente al afropesimismo. Si digo: «Hoy estoy en un estado de afritud», quiero decir que estoy en un estado de reconocimiento y conexión con mi historia y mi cultura africana.
«A lo largo del tiempo, el cabello ha sido un elemento identitario muy representativo para las mujeres y los hombres afro fuera del continente. Para mí representa la rebeldía contra el canon de belleza al que se supone que tenemos que ajustarnos. El peine es para mí un instrumento de empoderamiento».
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