Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Cuando los hijos de Dios sufren pobreza u opresión, el mensaje cristiano tiene que ser liberador. Lo leemos en el Evangelio: «He venido para que tengáis vida y vida en abundancia». Como sacerdote me siento llamado a recordar al Gobierno su responsabilidad para que la gente sienta esa liberación.
Al ingresar en el seminario, y después de muchas lecturas, se me abrieron los ojos. Cuando era un sacerdote joven me llamó poderosamente la atención la situación que vivía Sudáfrica con el apartheid, pero también otros problemas en América Latina o la situación de racismo en Estados Unidos. Me impactó ver cómo países que se denominaban cristianos tenían problemas, desigualdades y falta de libertad. Como sacerdote, estaba convencido de que en la mente de Dios no cabía que algunos de sus hijos se sintieran superiores a otros.
Sí, lo es, igual que ha ocurrido, por ejemplo, en Estados Unidos y, en cierto modo, en Latinoamérica. El concepto de superioridad racial que hemos visto en estos contextos se puede extrapolar al continente africano, aunque en nuestro caso no es una superioridad racial, sino étnica o de género, la que provoca en muchos casos esta discriminación. Hay que ver cómo se supera en el corazón de la gente esta tendencia que nos lleva a hacer el mal.
Sí, en Ruanda se cometieron atrocidades aunque no había población blanca. O en Alemania, donde tampoco había comunidad negra, el nazismo cometió barbaridades. Las atrocidades vienen de este mal al que nos lleva el corazón del hombre, y el cristianismo puede vencerlo.
La Iglesia no es un edificio, sino que todos lo somos. A pesar de que se percibe que la Iglesia es el papa, los obispos o los sacerdotes, también están los laicos, que tienen que desempeñar un papel fundamental. Sin embargo, no se ha hecho lo suficiente para formarlos y que tengan un papel significativo en el ámbito público, sobre todo desde los últimos años del siglo pasado. Como Iglesia hemos fallado en este campo. Si muchos católicos no tienen esa predominancia en puestos públicos relevantes, es posible que sea porque les ha faltado formación.
Sí, por supuesto. La cuestión es cómo formar a nuestra gente. El mundo es una guerra y no podemos ir a la batalla sin la equipación necesaria. Aquellos que estén en el ámbito de lo político tienen que contar con las herramientas necesarias, y por eso surgió el Kukah Centre. Los católicos tienen que saber sobrevivir en un mundo en el que la corrupción está muy presente, y no solo en África, porque la corrupción es inherente al ser humano. Nuestro objetivo es que los católicos tengan conciencia moral y política para que puedan ser sal de la tierra y luz del mundo.
Todo lo contrario. Los cinco presidentes en la historia democrática de Nigeria me han pedido colaborar de diferente manera en la democratización del país. Hay una valoración muy positiva del Kukah Centre desde las comunidades cristianas y musulmanas, o desde el ámbito político.
No tenemos interés en la crítica o la confrontación en sí mismas, sino que nuestro deseo es que prevalezca la verdad. En este sentido, queremos inspirar y alentar a los ciudadanos a que trabajen en sintonía con el Gobierno. La nuestra es una crítica constructiva que nace del deseo de alentar y acompañar a la clase política. Antes de cada elección, reunimos a los principales candidatos para que se comprometan, a través de la firma de una acuerdo, a la transparencia en el proceso electoral. Pero además de caminar con los políticos y formar a los ciudadanos, queremos dar importancia a la realidad de la mujer, de los desplazados internos o de la defensa de los derechos humanos.
En primer lugar, se debe a la educación que recibimos de los misioneros, que no eran africanos. Se centraron en salvar almas y, por tanto, las educación de esas primeras generaciones también se focalizó en trabajos y oficios de servicio público –funcionariado, administración, educación o salud–, muy en relación con las bases de las convicciones cristianas. En cierto modo, la transmisión de que el buen cristiano debía tener una vida moralmente correcta le mantuvo alejado de la política, le hizo ver que este era un mundo contaminado porque se asociaba, y se sigue asociando, a la corrupción. Los católicos no han visto la política como algo atractivo y tampoco se han sentido alentados para comprometerse en ella. Dictadores como Mobutu (RDC) o Paul Biya (Camerún) se declararon católicos, pero no lo han hecho bien, lo que ha desalentado todavía más a los católicos a comprometerse en lo político. La relevancia de Nyerere, y que se contemple incluso su beatificación, puede ser una oportunidad para que muchos católicos africanos perciban la política como algo bueno.
No creo que la solución sea la creación de partidos católicos, aunque sí podríamos hablar de formaciones que defiendan esos valores que, en realidad, son universales: honestidad, verdad, generosidad y todo lo que promueva el bien común. El católico comprometido en política se debe caracterizar por su estilo de vida. Uno de mis referentes es el canciller alemán Konrad Adenauer, que siempre tuvo unas profundas convicciones católicas. Su objetivo nunca fue fundar un partido, sino vivir a partir de esa convicción.
Tengo la sensación de que la Iglesia católica en Europa tiene una situación que podríamos llamar de comodidad y que ha perdido el sentido de urgencia en las cuestiones sociales, algo que se debe a la misma historia de la Iglesia, que tiene mucha influencia y que la ha utilizado para apoyar al Estado. Incluimos aquí el caso de España. Volviendo a Congo, hace 20 años, los obispos no habrían hablado con tanta profecía contra el régimen de Mobutu, pero los tiempos han cambiado. Más que hablar de una postura profética, prefiero pensar que la Iglesia tendría que ser más activa y participar en política. No me refiero a la política partidista, sino al ámbito de la conciencia política. Mi convicción al fundar el Kukah Centre es que hay que formar a católicos y no católicos para que adquieran una conciencia de servicio público, que todos sintamos la responsabilidad moral de la política.
La responsabilidad de gobierno no tiene nada que ver con la edad sino con la calidad del corazón. La finalidad de una buena gobernanza es proporcionar seguridad a los ciudadanos tanto desde el punto de vista físico como emocional, que la gente entienda, y lo entiende ya, que los recursos del Estado no están para ser robados o monopolizados por una familia o un grupo reducido de familias, sino que son de todos.
Creo que a veces exageramos cuando nos centramos en las capacidades que desarrollan los jóvenes, sobre todo en el tema de la tecnología y de las redes sociales. La gobernanza es mucho más que eso, por ello insisto en que la edad del líder político no es importante, sino entender qué significa ese liderazgo y ser capaz de rodearse de un grupo de personas que implemente su idea de gobierno. Biden, Putin y muchos líderes políticos en el mundo no son jóvenes, el papa Francisco no es una persona joven. La juventud, por el hecho de serlo, no implica la capacidad de un buen liderazgo.
Creo que esta decepción tiene bases reales, puesto que podríamos haberlo hecho mejor. Lo más importante en esta expresión es la esperanza que propone que, aunque nuestros líderes podrían haberlo hecho mejor, somos conscientes de lo que se ha hecho mal y construimos a partir de esa decepción para no repetir los mismos errores y conseguir el efecto deseado.
Mi reacción inicial fue reconocer que es un buen documento que, en realidad, no aporta nada nuevo a la doctrina católica. Más bien, los medios de comunicación, de algún modo, han desviado su objetivo, ya que venían a decir que el Papa abría las puertas a bendecir a las parejas homosexuales o a oficiar matrimonios homosexuales. La Iglesia católica es contraria a esta histeria mediática y se mantiene en la enseñanza de que el matrimonio homosexual, como tal, está fuera de la ley de la Iglesia. Además, se incide en que el matrimonio como sacramento solo tiene lugar entre un hombre y una mujer abiertos a la procreación. A pesar de la confusión que se haya podido crear, pienso que hay una bendición oculta en el documento: Fiducia Supplicans ha permitido a la Iglesia volver a dejar clara su postura. No estoy en desacuerdo con el documento, pero sí con las interpretaciones que se le han dado.
Esa es la expresión crítica, qué entendemos por parejas en situación irregular. Si a lo que nos referimos es a familias donde existe la poligamia, a hombres y mujeres monógamos que viven juntos sin haber recibido el sacramento del matrimonio, en nuestra diócesis nos acercamos a ellos y los acompañamos porque es una situación muy común en nuestro contexto. Hay millones de personas en la Iglesia católica que se encuentran en situaciones de convivencia sin el sacramento y, aunque participan activamente en la Iglesia, no reciben los sacramentos. A pesar de ello, hay una aproximación pastoral continua para que se replanteen su situación y la puedan regularizar. En el caso de las parejas homosexuales, este acompañamiento pastoral también les tiene que permitir ver la situación en la que viven. Conozco a personas que han cambiado de vida a través del contacto directo con las Escrituras. Todos nosotros precisamos de una renovación: los sacerdotes y yo mismo como obispo estamos en un proceso continuo hacia la santidad, de ahí la importancia de este acompañamiento pastoral. En cuanto a la bendición, no es que haya que ser tan simple y tajante como decidir darla o no darla, sino que hay que acompañar a la persona para que, a la luz de la Palabra, sepa que si se dan determinados pasos, podrá seguir un camino que le permitirá conformarse más a imagen de Dios, y esto lo hacemos desde la oración y la humildad.
Porque el colectivo LGTBI, y lo digo como alabanza, tiene una capacidad enorme de impacto en los medios de comunicación y han sido capaces de influir en las instituciones de gobierno.
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