Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
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Los días 29 y 30 de mayo de 2018 serán recordados como el punto de no retorno en el tablero geopolítico africano. Representantes de 14 naciones africanas se reunieron en Harare, la capital de Zimbabue, para analizar si la gestión de la reserva soberana, es decir, la moneda no nacional con la que se efectúan pagos internacionales, podía cambiarse al yuan. Una noticia que no sorprende en exceso porque, a principios de este año, varios bancos centrales en Europa también revelaron planes para mantener la moneda china como una unidad principal de divisas del mundo. Con China como el mayor socio comercial de más de 130 países, el principal desafío para los países africanos es cómo se beneficiarán del nuevo patrón de comercio internacional teniendo en cuenta que el gigante asiático se ha convertido en un jugador dominante y disruptivo.
El objetivo de China parece ser el de internacionalizar su moneda con el fin de promover el comercio y la inversión, además de aumentar su poder blando en África. Una progresión natural en la era del presidente Xi Jinping, quien pretende remodelar el lugar diplomático, militar y económico del país en los próximos años. La medida también es indicativa del surgimiento de China como una gran potencia dispuesta a llenar una brecha financiera, especialmente en los últimos meses tras las sacudidas del Brexit en los mercados europeos.
Para África, el interés actual en el yuan representa las crecientes relaciones entre el país asiático y África, especialmente a medida que China aumenta sus préstamos para financiar proyectos que van desde la energía y el transporte hasta la agricultura, las telecomunicaciones y las infraestructuras. Es más, en 2017 el comercio chino con los países africanos alcanzó los 170 mil millones de dólares, un 130 por ciento más que una década antes. Y un dato a tener en cuenta: en septiembre está prevista en Pekín la celebración del Foro de Cooperación China-África (FOCAC), un evento en el que surgirán nuevos acuerdos diplomáticos y comerciales.
La guerra económica que ha emprendido la administración del presidente Donald Trump con China tiene dos patas interesantes: la primera es que ha introducido un incremento de un 25 por ciento en las importaciones chinas; y la segunda es que desde Washington parecen decididos a seguir apoyando la cuestión de la soberanía de Taiwán, una línea roja sobre la que Pekín se niega a ceder.
Precisamente, el conflicto taiwanés aporta una variable interesante para entender la noticia del yuan en un contexto más amplio. En mayo, Burkina Faso congelaba sus relaciones diplomáticas con Taiwán para formalizarlas con China. Este movimiento deja a Suazilandia –que en abril cambiaba su nombre oficial por el de eSwatini– como el último de los países de África, y uno de los 18 de todo el mundo, que mantiene relaciones formales con esta isla.
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