Publicado por Chema Caballero en |
«Café, té, Milo, galletas». «Café, té, Milo, galletas». Y así repetidas veces, como una letanía. Parece que Aboubakar no se cansa de gritar siempre lo mismo. Solo para cuando alguien le llama. Entonces acerca su carrito hasta el cliente y empieza a preparar su bebida.
Si es café, abre un par de sobres del instantáneo y los echa en un vaso grande amarillo de plástico. Si es té, coloca una bolsa. Si es Milo, la bebida de chocolate más popular por estos lares, unas cucharadas de un bote. Agrega dos o tres terrones de azúcar. Un poco de leche en polvo. Luego saca uno de los termos que porta y añade agua caliente. Entonces comienza un trasvase del líquido del recipiente amarillo a un vaso marrón. Con gran maestría y describiendo curvas altas en el aire, Aboubakar juega con él, cambia de recipiente una, dos, tres veces, para que todos los componentes se mezclen bien. El resultado es un brebaje con bastante espuma, un poco dulzón, pero muy sabroso. Tras pasar el producto final a su cliente, le ofrece alguna de las variedades de galletas que lleva en un cubo de plástico. Tiene para todos los gustos. Paquetes de cuatro unidades, de distintos sabores, fabricados en Indonesia.
El bar de Aboubakar es ambulante. En un pequeño carro de dos ruedas hay soldado un bidón. Sobre él, un toldo de metal en el que se puede leer, pintada a mano, la marca de un famoso café instantáneo. En la parte superior del bidón despliega las cajas con las bebidas que ofrece, la de leche y el vaso amarillo que le sirve para la mezcla. En una de las barras que sujetan la parte alta, un círculo de metal exhibe la fila de vasos marrones de plástico que ofrece a sus clientes. Una puerta abierta en el fondo, guarda los termos con el agua caliente. Y en un cubo que cuelga en un lateral, las galletas.
Empujando su carro, Aboubakar recorre las calles de su ciudad. Grita sin parar: «Café, té, Milo, galletas». Hasta que alguien le llama de nuevo y se detiene para satisfacer la demanda del transeúnte. Así desde las seis de la mañana, cuando sale de casa, hasta bien entrada la noche. Solo para un par de veces en su domicilio para hervir más agua y rellenar los termos cuando se vacían.
Aboubakar, estudió un grado de Formación Profesional. Es administrativo, con gran conocimiento de informática. Pero en su ciudad, una pequeña localidad de provincias, no encuentra trabajo. Por eso invirtió todos sus ahorros en la fabricación de su bar ambulante. Ahora su sueño es juntar suficiente dinero para poder migrar a la capital. Está seguro de que allí encontrará un trabajo que se adecúe a sus estudios. Piensa que, si todo va bien, en un par de años habrá conseguido lo suficiente para dar el paso. Mientras, sigue recorriendo las calles de su ciudad en busca de clientes gritando su mercancía.
En la imagen superior, Aboubakar prepara una bebida caliente para un cliente en su bar ambulante. Fotografía: Chema Caballero