Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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De pequeña yo no sentí demasiado bullying racista porque me sabía defender. Siempre he tenido una lengua afilada, unas manos muy largas y nunca se han metido conmigo demasiado. Con cuatro años acabé pegando a toda mi clase porque no me dejaban jugar por ser negra. Aquel día me di cuenta de lo que era ser negra. Recordando aquel incidente y otros comentarios, no solo de niños sino también del profesorado, y viendo que todavía siguen pasando estas cosas, pensé en mi hija pequeña, Chloe, y en que había que poner remedio. No quería que ella tuviera que vivirlas.
Si eres una persona no blanca y destacas en las notas, está todo bien. Vas pasando los filtros y te dicen que puedes estudiar lo que quieras porque las calificaciones te avalan. Pero si no tienes buenas notas o tienes dificultades en el aula, rápidamente te derivan a diversificación, a algo fuera del centro o a un trabajo de media o baja cualificación. No hay una preocupación por conocer la realidad de esa persona y saber por qué actúa como actúa. Está en desventaja porque hay un imaginario colectivo que hace que el profesor vea en la persona racializada un conjunto de estereotipos negativos: que viene de un país en vías de desarrollo, que está asalvajado, con carencias a nivel emocional, cognitivo o de poder adquisitivo… Cuando te miran desde este imaginario sesgado, y con una visión paternalista, no te tratan igual que al resto. Esperan menos de ti, y eso hace que se reduzcan tus oportunidades y no te desarrolles al cien por cien.
Ambas cosas. El profesorado tiene poco tiempo y muchas exigencias, pero tratar a las personas en igualdad de condiciones y abordar el problema del racismo tiene que ser algo transversal. Cuando uno tiene verdadera vocación, debe saber que hay características que diferencian a cada alumno y tiene que verlas como algo que nos enriquece para que no den lugar a situaciones incómodas en las que siempre hay un grupo de personas que pierde. Necesitamos el apoyo del profesorado. La educación infantil se centra en el desarrollo del niño, en sus capacidades y en la percepción que tiene de sí mismo. Pero ¿qué autopercepción vamos a esperar en un niño que no ve una representación suya ni de su comunidad en los libros de texto ni en el entorno escolar? Todas las personas que aparecen son blancas, cuando en la realidad las hay de todos los colores y orígenes. Si no empezamos a cambiar la forma de educar y de representar la realidad seguirá habiendo desventajas. Es necesario que el profesorado reciba formación en antirracismo y que tengan en cuenta las necesidades y los sueños de cada persona.
Es el peligro de la profecía autocumplida. Si tengo bajas expectativas sobre lo que puedo ofrecer y a dónde puedo llegar, acabo creyéndome las proyecciones negativas que se hacen sobre mí. Me convenzo de que no doy para más y eso se traduce en fracaso escolar. También puedo proponerme luchar para llegar a cierto nivel, a pesar de esas expectativas que hay sobre mí. Esto está bien, pero tiene un coste en mi salud, porque el esfuerzo que tengo que hacer para superar el estereotipo –intentar sacar las mejores notas, que no se note si tengo un día malo, dar siempre lo mejor de mí para que se me valore, esforzarme el triple que el resto obligándome constantemente a llegar a la excelencia– es devastador a nivel mental.
Siempre he pensado que con mi formación puedo ayudar a que la gente se sienta más fuerte, más capaz de llegar a donde quiera. Mi madre, mi gran referente, lo hizo conmigo, y gracias a su empuje y sus ganas he llegado hasta aquí. Me decía: «Eres negra, ya lo sabes. Lo que tienes que hacer es espabilar. Tienes que estudiar más que los demás. No tenemos tiempo para llorar ni para lamentarnos. Nos ha tocado esta vida y hay que salir adelante». Intento transmitir esto a otras personas, aunque con menos crudeza y más suavidad. Confío en las potencialidades de cada persona que se me acerca. Muchas veces eso es lo que les falta, una validación externa, alguien que crea fervientemente en ellas para que puedan plantearse nuevas metas y luchar por alcanzarlas.
Durante el confinamiento ideé el proyecto «Encuentra tu voz», que pretende ser una red de apoyo, principalmente para familias migrantes y racializadas, en la que se les ayude a entender cómo funciona el sistema educativo y cuáles son los cauces para actuar cuando surja uno de estos problemas de los que estamos hablando.
En el marco del Espacio Afro, que es un centro cultural en Madrid para la comunidad afrodescendiente, la diáspora y otras comunidades racializadas, desarrollamos campamentos urbanos para niños y niñas. Pensé en todas aquellas cosas que cuando eres pequeño quizá no te gustan de ti, porque vives en un lugar donde la mayoría de las personas tienen un fenotipo diferente al tuyo. Conocí a niños a los que no les gustaba el color de su piel, o su pelo. También a niños afro adoptados que preguntaban a sus padres adoptivos que por qué no podían ser blancos como ellos o como sus hermanos. Así que quisimos hacer un campamento afrocentrado en el que los niños pudieran abrazar la negritud con un sentido diferente al que ven en los medios de comunicación o en la escuela, un entorno seguro y no excluyente, abierto a todo el mundo, donde trabajamos con el mapa de África, las banderas de los países, el cine y el teatro vinculado a lo afro. Como también nos preocupan las emociones, intentamos generar un sentimiento de comunidad, abordamos la narrativa de la negritud con un tinte lo más positivo posible, desmontamos y desmitificamos algunas ideas que algunos de ellos traían sobre la vida en África. Queremos que vean cosas que no suelen ver.
La etapa de la adolescencia, entre los 13 y los 17 años, es un período complicado, con el crecimiento, las hormonas… Se sienten el centro del mundo y todo lo que les pasa es una tragedia. Si a eso le añadimos el componente de la raza, ya es una bomba atómica. Los niños y las niñas adoptados, por ejemplo, cuando llegan a esa edad y son más independientes, ya no tienen el privilegio blanco de sus padres y son más conscientes de las diferencias y de cómo les perciben otras personas. Empiezan a salir con sus amigos al centro comercial y pueden percibir cómo la gente proyecta cierta negatividad en ellos, y no entienden por qué. Ocurre igual para los niños de familias inmigrantes que comienzan a relacionase con más gente sin la protección de sus familias o la de sus comunidades. El principal objetivo de esta iniciativa es ofrecerles un espacio seguro donde puedan crear su propia comunidad en la que se vean representados y puedan abrirse para contar aquellas experiencias que quizá en casa no quieran compartir. Se trata de un refugio del que nazca una red de apoyo en la que puedan ir creciendo juntos.
Sí, pretendo que la comunidad blanca también se una, aunque no todas las sesiones van a ser conjuntas. Los espacios no mixtos son tan importantes como los mixtos. Aquellos son espacios donde no tienes que estar explicando constantemente las cosas que te hacen daño y que muchas veces no entiende una persona que no es negra. Revivir lo que te pasa a diario es muy doloroso, es como una herida que no se termina de cerrar. Estos espacios no mixtos se crean para intentar sanar estas heridas. Son lugares en los que no tienes que estar lidiando con la violencia a la que estamos sometidos constantemente. Pero también tienen que relacionarse con jóvenes no negros. Hace poco vimos un estudio [Encuesta del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud] que decía que uno de cada cuatro jóvenes se describe abiertamente racista, y no siente miedo ni pena ni vergüenza al expresarlo. Tenemos que crear una comunidad más grande que se entienda mejor para poder erradicar todos estos pensamientos de odio.
Mi hija es el motor de mi vida. Aunque me desanime en algunas ocasiones, con Chloe siempre tengo ganas de seguir. Tengo que hacer algo, no puedo esperar a que lo haga otra persona. Tengo que luchar para que ella esté bien. Luchar por ella provoca un efecto dominó, porque otras personas también estarán bien. Seguiré incansable en mi lucha, y estoy segura de que voy a conseguir muchas cosas.
«Con 22 años viajé a Guinea Ecuatorial para conocer a mi abuela. Me regaló este anillo. Allí decidí ser pedagoga, al ver a muchos niños con un potencial increíble pero sin medios para desarrollarlo. Este diario lo escribí estando embarazada de Chloe, pensando en que con mi trabajo podría mejorar las cosas para ella».
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