Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Aquel miércoles, la vida de Sheila Elorm Enni dio un vuelco inesperado. Como venía haciendo cada mañana desde hacía diez años, entró en las oficinas de Vodafone Ghana, saludó a sus compañeros y se dirigió a su mesa dispuesta a iniciar una nueva jornada como analista financiera. «Y me encontré con esa carta. Fue desgarrador». Era septiembre de 2019 y la compañía pasaba por un momento difícil. Hacía poco que la dirección había disuelto el equipo de trabajo de Sheila, pero después de tantos años ocupándose de la tesorería, de los presupuestos y los pagos, no esperaba que a ella también la despidieran. «Cuando regresé a casa me sentí muy perdida, sin saber qué hacer. ¿Irme al extranjero para intentar montar algún negocio? No quería marcharme dejando a mis tres hijas y a mi marido». Días después, algunos amigos en la empresa quisieron apoyarla encargándole una cantidad mayor de la acostumbrada de sus cremas de cereales.
«Aparte de mi trabajo en Vodafone a jornada completa, tenía lo de los cereales como un pequeño extra. A la gente le encantaban y a mí me gusta cocinar. Cuando nos juntamos los amigos, siempre me lo piden». Sheila recuerda lo que les gustó la primera vez que preparó una crema de cereales y la llevó a la oficina para que la probaran. Empezaron a pedirle que hiciera más y a pagárselas. Cuando le encargaron más como apoyo tras el despido, pensó que podría crear una empresa. Compartió la idea con otro amigo que la orientó para dar los primeros pasos. «Me dijo que lo que yo quería montar era una empresa social».
El emprendimiento social es un tipo de negocio enfocado a solucionar problemas sociales, culturales y ambientales, algo que encajaba con lo que Sheila tenía en mente. «Mi producto tenía que ser barato. Estoy en contra del alto precio de los alimentos y quería que los míos fueran asequibles para todo el mundo». Y, además, deseaba que su empresa fuera mayoritariamente de mujeres. Se inscribió en Social Enterprise Ghana, la red nacional de emprendedores sociales –cuenta actualmente con unos 840 miembros que operan en sectores como la agroindustria climáticamente inteligente, la economía circular, los servicios sanitarios, los servicios financieros inclusivos o la educación–, y semanas después recibió una llamada para participar en la Feria de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que se celebraría en Accra durante dos días de noviembre de 2019. Participarían organizaciones de la sociedad civil, políticos, empresarios, inversores, estudiantes y medios de comunicación. «Vendí muchísimo del único producto que tenía en ese momento: Legume Cereal Mix (una mezcla rica en nutrientes, proteínas, vitaminas, cobre, magnesio y antioxidantes). A la gente le sorprendía hasta el envasado que utilizaba, hecho de material biodegradable, porque no me gusta cómo el plástico deteriora nuestro medioambiente. Mi propuesta gustó y la gente se refería a ella».
Durante la Feria, Sheila habló con mucha gente que le preguntaba si la crema se podía tomar sin azúcar, si tenía alguna que no llevara cacahuetes para evitar reacciones alérgicas… «Fui consciente de la variedad de necesidades y limitaciones que tiene la gente, y de que en Ghana la gente está preocupada por su salud y por cómo afecta a sus cuerpos aquello que consumen. Así que investigué mucho y experimenté. Así descubrí, por ejemplo, los dátiles, con los que podía endulzar mis cremas sin añadir azúcares refinados».
Con ayuda de una nutricionista, Sheila amplió su gama de productos que, tras un largo proceso burocrático, fueron certificados por la autoridad gubernamental en materia de alimentos y medicamentos. El organismo llegó a felicitar a la emprendedora por su buena calidad. Cuando irrumpió la epidemia de COVID, Sheila aprovechó el confinamiento para hacer cursos online y hacer crecer la empresa, a la que bautizó con el nombre de Whesoyy –acrónimo de la mezcla de wheat (trigo) y soy (soja), los cereales con los que se creó la primera mezcla. Entre los ingredientes que utiliza en la actualidad está la chufa. «La utilizamos para hacer tortitas. Es más saludable que la harina de trigo y crece aquí. Tiene mucha fibra, se puede mezclar con sirope de dátil en vez de con azúcar», dice la emprendedora. Dátiles, cacahuetes, sorgo, arroz integral…. Casi todos los ingredientes se producen en la región ghanesa de Volta y se compran a agricultoras –directamente o a través de un mediador– con la garantía de que las productoras reciben un precio justo. «Ellas trabajan muy duro. Se levantan pronto, cocinan para sus familias, van temprano a los campos, vuelven a casa, cuidan de los niños, vuelven a cocinar…», enfatiza Sheila.
El 90 % de la economía ghanesa está sustentada por emprendedores. El 70 % son mujeres. Uno las ve en las calles de las grandes ciudades, en los mercados o en las carreteras que atraviesan aldeas vendiendo de todo. «Somos emprendedoras», remarca Sheila. «Pero nos gusta operar en espacios pequeños. En general nos falta la idea de crecer y perfeccionar nuestro negocio». Se dio cuenta de ello cuando empezó a desarrollar Whesoyy. La mayoría de las personas quieren dirigir su pequeña iniciativa sin socios. Hay muchos micronegocios unipersonales dirigidos, en la mayoría de los casos, por mujeres con un bajo nivel educativo y sin mentalidad para expandirse. «Los ghaneses somos muy reservados. No nos gustan los líos. Queremos vender algo para alimentar a la familia y ya está. No es mi filosofía. Yo quiero que mi negocio me trascienda, que sea generacional y que cuando yo ya no esté, las personas que vengan detrás puedan seguir con él».
El garaje de la casa de Sheila ahora es la oficina de Whesoyy, pero también el lugar donde se tuestan, muelen, mezclan y envasan los cereales. Su equipo está formado por cinco personas que trabajan a tiempo completo y dos a tiempo parcial. Solo una de ellas no es una mujer. «Cuando trabajé en Vodafone, el número de mujeres no llegaba al 1 %. Yo controlaba el 70 % del presupuesto, pero mucha gente pensaba que por ser mujer no merecía ocupar el puesto. A las mujeres no se nos trataba bien y los roles que podíamos ejercer eran sistemáticamente ocupados por hombres. Las mujeres sufren otros problemas. Muchas jóvenes no consiguen acabar sus estudios, se quedan embarazadas y no tienen una fuente de ingresos. Tenía claro que mi empresa iba a estar dominada por mujeres, aunque no hayan recibido educación. Si quieren aprender a trabajar, yo las enseño».
Los productos de Whesoyy ya están en los principales supermercados de Ghana y en las tiendas de Ernest Chemists, empresa farmacéutica líder del país. También tienen algunos clientes en el extranjero. «En la difícil situación económica actual, mucha gente no puede comprar comida saludable. Nosotras no hemos incrementado apenas nuestros precios porque queremos que las mujeres con bajos ingresos puedan seguir alimentando a sus familias con los nutrientes necesarios. Una nación saludable es una nación rica. Si estás sano, puedes ser feliz».
La empresa recibe soporte económico de la Fundación Open Value, que la apoya en la compra de materias primas. Compran producto ghanés, excepto el trigo y los dátiles, que se importan desde India. Sheila quiere obtener beneficios y que la empresa pueda crecer, pero le importa la gente. «Todo el mundo, y no solo la clase media, está preocupado por lo que come, porque la salud se ha convertido en algo caro, no accesible para todos. Mucha gente va a trabajar estando enferma».
El sueño de Sheila es que Whesoyy llegue a ser una de las empresas líder de alimentos nutritivos con precios asequibles en Ghana, e incluso más allá. Su idea es que en los próximos diez años sea dueña de un negocio con diferentes socios, desarrollar nuevos productos y recetas e impactar en la sociedad ghanesa, creando trabajo decente para la juventud y ofreciendo una alimentación saludable y de calidad.
La hermana Doris Yeboah pertenece a la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y desde septiembre de 2021 dirige el St. Mary´s Girls Vocational Centre, en la ciudad de Elmina, aunque ella es de Tama, a 30 kilómetros al este de Accra. El centro de formación para chicas de la región fue creado en 1980, diez años después de que la congregación abriera una escuela en Cape Coast. El objetivo era formar a las chicas jóvenes y empoderarlas. «Hasta hace pocos años, en Ghana predominaba la idea de que la educación no era para las chicas. Debido a la pobreza de muchas familias y a una bajísima autoestima de las jóvenes muchas acaban trabajando en la prostitución».
Las alumnas del centro provienen de diferentes zonas del país. Las admiten a todas, al margen de sus estudios previos, si es que tienen. Permanecen en la escuela durante tres años y reciben formación en tecnología de diseño de moda y hostelería. Cada día llegan a la escuela, se reúnen en asamblea, rezan y van a sus clases. También estudian inglés, matemáticas y ciencias sociales, además de emprendimiento y valores morales. Los viernes, a partir del mediodía, están dedicados al deporte y a actividades extraescolares. A menudo reciben la visita de profesionales que les hablan de las posibles salidas laborales una vez acaben el ciclo formativo. Al terminar, las jóvenes se presentan a los exámenes de la Comisión de Enseñanza y Formación Técnica y Profesional. Si los aprueban, pueden continuar su formación en escuelas técnicas superiores o iniciar sus propios negocios.
«Antes, la mentalidad de la gente aquí era que quienes iban a las escuelas de formación profesional eran menos inteligentes, pero poco a poco se ha ido produciendo un cambio. El mundo tiene hoy necesidad de gente con conocimientos técnicos», explica la religiosa. Los exámenes del año pasado fueron un éxito rotundo. Todas aprobaron. «Las jóvenes en Ghana están interesadas en la moda y se inclinan más por formación profesional que por conocimientos académicos, porque creen que así tendrán acceso a trabajos que les reportarán dinero de forma más rápida que si estudian una carrera universitaria. Buscan el dinero, si no fácil, al menos rápido».
Entre las dificultades a las que se enfrentan muchas jóvenes menciona la desesperación cuando no consiguen sus objetivos con rapidez y se quedan embarazadas prematuramente. «A menudo es porque en sus familias tienen grandes carencias y toman decisiones equivocadas. Cuando vienen a nuestra escuela hablamos con ellas y con sus padres e intentamos que vean otras opciones», añade.
La escuela se enfrenta a algunos retos importantes. Para empezar, necesitan más alumnas. Desde que la educación es gratuita en el país, muchos padres prefieren llevar a sus hijos a las escuelas públicas. Llegaron a tener en el centro a casi 300 alumnas, pero desde 2019 el número ha ido en descenso. Por otra parte, muchas familias tienen problemas para pagar las matrículas de sus hijas. «Aquí tienen que pagar poco, pero aun así para ellas es difícil afrontar este gasto». La escuela no cuenta con ningún apoyo del Gobierno y sufragar los gastos de mantenimiento, renovar las instalaciones y adquirir más máquinas de coser y ordenadores se les hace cuesta arriba. «Aun así, veo un futuro prometedor para la escuela. Las jóvenes necesitan aprender oficios. Creo que cada vez nos vamos a dar más a conocer y se le va a dar más importancia a escuelas de formación profesional como esta».
Durante la entrevista con MUNDO NEGRO, la hermana Yeboah aprovecha para lanzar el mensaje de que cualquier ayuda hacia la escuela será bienvenida. «Conseguir esos fondos nos daría la posibilidad de ofrecer otros talleres profesionales de corta duración, de dos o tres meses, meramente prácticos. El objetivo final es que las jóvenes de Ghana no dependan siempre de sus madres o de sus maridos, sino que sean capaces de valerse por sí mismas».
Hace unos meses, las alumnas recibieron la visita de una mujer que se formó en el centro y que ahora es maestra en una escuela estatal. «Una joven inteligente que procedía de un entorno familiar con una situación económica muy complicada». La congregación consiguió una beca para que pudiera acudir a las clases y en ellas aprendió a hacer dulces y venderlos. Con el dinero de las ventas logró completar sus estudios superiores y ser maestra. «Nos sentimos orgullosas al escuchar su testimonio sabiendo cómo era su situación de partida y todo lo que ha conseguido. Pasar por nuestros talleres le cambió la vida».
Esther Appah nació en Brong Ahafo, en la región Occidental, y después se trasladó con su familia a Kumasi, en la región Ashanti, donde completó su educación básica. Cuando descubrió que existía una universidad con el concepto de «desarrollo sostenible» en su nombre, pensó que era el camino que quería tomar. Es la primera representante femenina de los estudiantes en el Consejo de la Universidad de Medioambiente y Desarrollo Sostenible de Somanya, en la región Oriental. En las universidades del país no es habitual que este puesto esté ocupado por una mujer. Las estudiantes suelen estar en las vicepresidencias, no elegidas por votación. Pero a Appah la votaron el 80 % de sus compañeros para que fuera su presidenta. «Hay gente que no se siente cómoda con que lidere una mujer, pero logramos que los estudiantes votaran al margen del género y se fijaran en quien ha demostrado que puede cumplir con esta tarea. Que una mujer represente a los estudiantes en la universidad contribuye a normalizar que pueda hacerlo en cualquier puesto en toda la nación».
Es incómodo ser una líder mujer. Pero el entorno de esta universidad es muy especial y los tiempos están cambiando. Muchos estudiantes tenemos ya la experiencia de tener profesoras mujeres. Aunque quizá debo hacer un esfuerzo extra y demostrar que puedo hacer bien mi trabajo. Además es una responsabilidad mayor, porque con mi ejemplo puedo animar a otras mujeres.
No todos. Para algunos es difícil. Mi familia me apoya, pero tampoco tiene claros cuáles son mis objetivos. Mis padres, como muchos otros, no tuvieron la oportunidad de recibir una educación formal. Afortunadamente, los tiempos están cambiando y cada vez hay más gente que apoya a las mujeres lideresas.
Quiero trabajar para que las cuestiones sobre sostenibilidad sean claves en las políticas nacionales, que toda la estructura política tenga su base en el clima y el medio ambiente.
Posiblemente. Pero para mí lo más importante es ser un ejemplo para mujeres que tienen ambiciones similares a las mías. Que las políticas de género sean implementadas en todo el país.
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