Publicado por Chema Caballero en |
André madruga. Prepara la moto. Ata con gomas 14 bidones amarillos en la parte trasera. No es una maniobra fácil, pero está habituado. Viéndolo, parece sencillo amontonar los recipientes. Ahora están vacíos. El viaje de ida será relativamente cómodo.
André vive en un pueblo al norte de Lomé. Un par de veces a la semana repite la operación. Ajusta la carga y parte hacia Nigeria. Para llegar allí tiene que atravesar Benín. Conduce por carreteras secundarias. Muchas veces caminos de tierra. Así evita a los policías que le pedirían dinero. Saben que lo que hace es ilegal y se aprovechan de ello. También esquiva los pasos fronterizos oficiales por la misma razón. Pero siempre hay algún agente que conoce las rutas que jóvenes como él siguen y se aposta bajo un árbol a la espera de que las motos pasen. A cambio de algunos billetes les dejan continuar. Es el pequeño impuesto que hay que pagar. Sin embargo, André se queja de que cada vez son más los que se dedican a extorsionarlos. Por eso busca caminos más escondidos, menos conocidos. Lo que le supone más tiempo para llegar a su destino.
La entrada en Nigeria es la más complicada. Tiene que cruzar un pequeño río. Para ello, sube la moto en una barca. Una vez en la otra orilla, se acerca a una de las gasolineras que venden combustible a estos contrabandistas. Normalmente le toca hacer cola durante algunas horas. Cuando consigue llenar sus 14 bidones, los vuelva a subir a la moto. Comienzan de nuevo los equilibrios para que todos encajen y el vehículo no se descompense hacia uno de los lados. Son 280 litros de gasolina los que tiene que transportar de regreso a su pueblo.
La vuelta es más dura que la ida. Al llegar al río debe bajar los bidones, pasarlos en la barca. Luego la moto. Y volver a ajustar todo antes de partir. El peso y el peligro de que cualquier accidente pueda provocar que todo salte en llamas le obligan a conducir mucho más despacio. Realiza varias paradas para descansar. El esfuerzo es grande.
De regreso a su pueblo, vierte la gasolina en botellas de un litro que antes contuvieron licores o en damajuanas de cinco. Luego, su mujer las vende. Los recipientes son expuestos sobre una mesa de madera. Una pizarra al pie de la carretera anuncia el precio. Los principales clientes son conductores de motos. Muchos de ellos taxistas. Compran una botella. Lo suficiente para varias carreras. Cuando consiguen un poco de dinero, tras transportar a algunos clientes, regresan a por una nueva carga. De vez en cuando, para algún coche y, entonces, la mujer saca los recipientes más grandes. Cinco litros dan para bastantes kilómetros.
André descansa un día o dos. Luego recomienza su rutina. Subir los bidones a la moto, esquivar policías y llegar hasta la gasolinera. En Nigeria la gasolina es mucho más barata y André saca un buen beneficio con su negocio.
En la imagen superior, la moto de André cargada con los bidones vacíos antes de salir hacia Nigeria. Fotografía: Chema Caballero.