Cooperante

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«Estoy acostumbrada a resolver situaciones difíciles en momentos de estrés. Puedo improvisar para suplir la falta de materiales. No estoy segura de que una europea consiga hacer lo mismo. Ellas están acostumbradas a trabajar con máquinas que facilitan las tareas, con medios que aquí no tenemos. Por eso, muchas veces se ven impotentes y no son capaces de dar respuesta a las necesidades de una paciente». Elestina habla sin perder la sonrisa en su consulta en el Hospital General de Maridi, una población de Sudán del Sur junto a la frontera con RDC. Es comadrona. Ha dejado su país, Zambia. Trabaja como cooperante de una organización internacional.

«Un día nos quedamos sin electricidad. Nació un niño que necesitaba incubadora. Mi compañera europea se puso histérica. Rompió a llorar dándolo por muerto. Yo hice calentar agua. Llené unas botellas. Las envolví en telas. Las coloqué junto al bebé. Horas más tarde volvimos a tener corriente. Hasta entonces, el pequeño aguantó. Sobrevivió. ¿Lo ves? Estoy acostumbrada a lidiar con la falta de recursos. Mi colega no. Por eso pienso que nosotras, las africanas, podemos aportar mucho más. Y eso no quiere decir que no aprecie su trabajo», continúa la matrona. 

«Hasta ahora, parecía que solo los blancos podían ser cooperantes en organizaciones internacionales. Sin embargo, ya somos muchos africanos los que dejamos nuestras familias y trabajos para ayudar a otros sin salir de África», añade. Sus dos hijos se han quedado con su marido en Lusaka. No es fácil estar separados. Sin embargo, la familia ha aceptado que el sacrificio vale la pena. «La distancia es dura. Hablamos por videoconferencia, pero este país necesita ayuda. Yo se la puedo prestar desde mi experiencia. Mis hijos y mi marido así lo han entendido y me apoyan», afirma. 

Elestina confiesa que lo que más le gusta de su trabajo es dar clases en el Instituto de Ciencias de la Salud ubicado junto al hospital. Allí estudian jóvenes sursudaneses que se graduarán como matronas. Chicos y chicas. Para ella es lo más importante. Formar profesionales locales que sirvan a sus compatriotas. Que lleven el conocimiento adquirido a sus comunidades. De esa manera ayudarán a salvar la vida de muchos niños y sus madres. 

«En países como este, donde la guerra es un recuerdo muy reciente, las infraestructuras han sido destruidas y muchos profesionales han muerto o migrado. Es necesario reconstruir un tejido de atención primaria fuerte. Así podremos hacer algo que deje huella. De esta forma, nuestro trabajo aquí no habrá sido en balde. Cuando nos vayamos, dejaremos a personas capaces de hacer lo mismo que hemos hecho nosotros. Incluso mejor, porque ellas y ellos conocen a sus gentes, sus tradiciones o el idioma. Por eso, pueden llegar mucho más allá de donde llegamos nosotras». 

«No me interpretes mal. Todos podemos colaborar. Pero reitero que aquí una africana aporta mucho más», concluye.



En la imagen superior, Elestina en su consulta en el Hospital General de Maridi (Sudán del Sur). Fotografía: Chema Caballero.

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