«Crecimos con mucha dependencia de los misioneros»

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Mons. Zeferino Zeca Martins, arzobispo de Huambo


Misionero del Verbo Divino, Mons. Zeca estudió Teología en la Universidad Pontificia de Comillas. Capellán de inmigrantes en Madrid, regresó a Angola en 2005 para trabajar como profesor en la Universidad Católica de Angola. En 2012 fue nombrado obispo auxiliar de Luanda y en 2018 obispo titular de Huambo, servicio que desempeña en la actualidad.


¿Cómo describiría al pueblo angoleño?

Como un pueblo muy creyente que tiene hambre de Dios. Una vez que Dios entra en su vida, ya no puede vivir sin Él. Desde el momento en que conoce al Dios de Jesucristo, el pueblo angoleño vive su fe con intensidad dentro de la Iglesia católica, que es mayoritaria en Angola [57,83 % de la población], o bien en otras Iglesias cristianas hermanas, porque el pueblo angoleño es fundamentalmente cristiano. Incluso las sectas que están surgiendo tienen un origen cristiano, mientras que las religiones no cristianas son muy recientes en Angola: algunas no llegan ni siquiera a 20 años de presencia.



¿Cuáles son las debilidades de este pueblo y de esta Iglesia?

Una gran debilidad es la de pasar fácilmente de una fe auténtica a una secta religiosa. Nuestro pueblo carece de una formación cultural sólida a la que agarrarse con seriedad, y además ha afrontado mucho sufrimiento debido a la guerra civil que duró casi 30 años. Es un pueblo con mucha inestabilidad emocional, lo que le lleva, no pocas veces, a adherirse a sensaciones inmediatas, a promesas como las que proponen algunos de los iluminados de las sectas, sobre todo de las sectas mesiánicas, que, por ejemplo, prometen salud en un país enfrentado a graves deficiencias en su sistema sanitario. Otra debilidad de nuestra Iglesia es que no tenemos recursos económicos para hacer frente al crecimiento y a las necesidades que surgen cada vez más, por lo que los obispos dependemos todavía de Propaganda Fide [Congregación para la Evangelización de los Pueblos] para poder llevar adelante nuestra misión. Al mismo tiempo, estamos luchando seriamente para alcanzar autonomía financiera, aunque pienso que nos va a llevar mucho tiempo.

varios miembros de la Iglesia kimbanguista en el barrio de Viana, en la capital angoleña. Fotografía: José Luis Silván Sen


¿Por qué?

En Angola hemos conocido una linda evangelización, llevada a cabo por misioneros que fueron auténticos mártires. Muchos murieron en esta tierra víctimas de las fiebres cuando apenas llevaban unos meses aquí, pero nunca faltaban voluntarios en Europa para sustituirlos. Sin embargo, nuestro pueblo creció muy dependiente de los misioneros. Eran ellos los que ofrecían los recursos, ayudaban a pensar y a construir. Ahora, hasta que consigamos que el pueblo asuma la Iglesia como propia, está costando un poco ­deshacernos de esa mentalidad paternalista. Hasta 1975 hubo este asistencialismo, pero llegada la independencia, cuando más necesario era relanzar la Iglesia desde la perspectiva del pueblo angoleño, entramos en guerra y se creó una mayor dependencia. Además, cuando el país obtuvo la independencia, no habría más de 50 licenciados en Angola porque a los africanos, en el mejor de los casos, solo se les permitía estudiar hasta séptimo de Primaria. Quien quería estudiar debía rebelarse, huir y estudiar en Congo, Argelia o cualquier otro país. Muchas veces se dice que «los africanos no saben», pero habría que mirar la historia. Cuando heredamos ciudades enteras y la administración de un país tan grande como el nuestro, no sabíamos cómo gestionarlo porque no habíamos recibido la formación necesaria. Lo mismo sucedió con la Iglesia. Afortunadamente todo está cambiando.





¿La Iglesia es fermento de transformación social?

Tenemos una Iglesia muy comprometida con los pobres. Déjeme decirle que la Iglesia llega a lugares donde ni siquiera la Administración pública está presente, y allí donde está la Iglesia la gente vive siempre mejor. No hay ninguna parroquia en Angola, sobre todo en el interior del país, que no tenga una escuela y un puesto médico al lado; no hay ninguna comunidad religiosa de hermanas que no organice la catequesis para los niños o la formación de la mujer para ayudarles a cuidar de sus hijos e hijas o enseñarles a tratar el agua para que sea potable, entre otras muchas cosas. Lo repito: donde está la Iglesia, el pueblo vive mejor que donde no está.


Celebración eucarística en la parroquia Nuestra Señora de La Paz, en Luanda. Fotografía: José Luis Silván Sen


¿Y a nivel de denuncia social?

También trabajamos. Lo que la Iglesia no quiere es que nunca más haya convulsiones, de ningún tipo, en Angola. Desde la Conferencia Episcopal, gobierne quien gobierne, exigimos que se haga bien el trabajo. Tenemos un portavoz y publicamos periódicamente notas pastorales que inciden en aspectos eclesiásticos, sociales, políticos y económicos. Elogiamos con franqueza lo que está bien y también denunciamos sin temor lo que está mal. Muchas veces esto ha creado tensiones, pero si la verdad está por medio no nos ­importa.

¿Cómo ve la actual situación política del país?

Es una situación sui géneris. El Gobierno está muy centralizado y la Iglesia aboga por la descentralización del poder convencida de que de esa manera quienes gobiernen atenderían mejor a las necesidades de los gobernados, lo que no está ocurriendo hasta ahora. Sin embargo, la Ley Orgánica de Institucionalización de las Autarquías Locales [que establecería una descentralización administrativa en el país] lleva atascada mucho tiempo en el Parlamento. También está la cuestión del uso partidista de las instituciones. No puede ser que el partido que gobierna, el MPLA, se identifique con todas las instituciones del Estado. En ocasiones, hasta para conseguir empleo necesitas estar afiliado al partido, y la Iglesia dice no a eso. Estoy convencido de que el día que las instituciones no estén en manos de los partidos, Angola dará un gran salto adelante.

Se acusa con frecuencia a la Iglesia angoleña, y a la africana en general, de ser muy clerical. ¿Cuál es su opinión?

Discrepo un poco. En Angola tenemos una Iglesia de base que está junto al pueblo y junto a los sacerdotes y la vida consagrada. También los laicos tienen protagonismo. El único debate que se podría abrir es que los laicos deberían estar mejor formados e informados sobre la Iglesia para poder comprenderla mejor. Aquí sí que existe una dicotomía y se puede hablar de clericalismo en ese sentido, porque el sacerdote se ha formado por y para la Iglesia y ahora hace falta dar una mejor formación a los laicos para que puedan aportar más a esta Iglesia, que es suya.

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